Extraño. Por: Nicolás Castro. (Bogotá, Colombia)
Un gato negro, la pantalla oscura de su pelaje contoneando sus músculos y huesos, brilla bajo la sombra y camina al lado de un perro viejo de pelos revueltos y empolvados. Ambos caminan levantando un poco las manos y los pies del suelo, dando pequeños saltos. Parecen felices. Caminan frente a la fachada de un edificio sostenido por cuatro pilares. La mole, encima de ellos, les hace sombra. Cuatro delgadas líneas soportan el peso de la mole descomunal de quince pisos. Es ciencia. Tiene una lógica que funciona pero que no encaja bien con la estética. Es desafiante. Pero es normal. Ni el perro, ni el gato, ni yo, reparamos en ello. Cuando el perro y el gato doblan la esquina, vuelvo a mirar al cielo. Hay un punto suspendido en medio del firmamento, lo veo al mirar hacia las alturas por encima del edificio. Es una maquina voladora, bordea los últimos pisos de la mole y desciende, y al bajar resulta que es un dron. Me mira con su ojo electrónico, suspendido en el aire. Quizás están grab