(Cuento) Palabras Peligrosas. Por: Amílcar Bernal Calderón (San Francisco-Cundinamarca)
Cuando estaba chiquito, hace unos sesenta años, algunas personas morían de Repente, y otras de Pena Moral.
-¿De qué murió doña Edúvigis Sepúlveda?
-De Repente.
-Pobre.
-¿Qué le pasó a don Eleuterio Pirachicán?
-Murió de Pena Moral.
-Ah, bueno, señora.
Eran normales estos diálogos, sobre todo durante las comidas. Que polvo éramos y en polvo habríamos de convertirnos, decían, pero no se sabía de gente que pensara en la muerte mientras se echaba un polvo, luego, para mí, que amaba las palabras, había algo raro en eso, como que algo no encajaba en el molde.
De Repente era un tipo de muerte causado por varias cosas cuyo común denominador era que no avisaban, como quedarte muerto en el momento en que llevas la cuchara hacia la boca y estás diciendo que la comida está muy rica. Pues eso.
De Pena Moral morían aquellos que enviudaban y no soportaban el nuevo estado civil. O los que perdían el hijo más amado. Los que perdían el corazón por no poder entender a un corazón de piedra, que es una de las metáforas del amor imposible. La excepción de la regla de la dureza la vive la gota de agua, blanda, que de tanto caer sobre la roca, dura, le abre un hueco, lo que algunos corazones deberían tener en cuenta e insistir un poco más a ver si al final abren el hueco en el que estaban pensando...
Hasta ahí, aunque un poco extraño, todo bien. Pero cuando me orinaba en los pantalones y mamá me decía que si no me daba pena, trataba de olvidar que esa tarde, en la escuela, doña Candelaria Farfán, la maestra, nos había hablado de la moral, pues me daba terror que se juntaran la pena con la moral y me mataran.
Y cuando en un diálogo tocaba decir que algo sucedía de improviso, yo decía de improviso o de pronto: daba miedo decir de repente, pues podía ser mortal.
Había tantas palabras peligrosas que cuando a uno le preguntaban qué quería ser cuando grande contestaba que equilibrista o corredor de fórmula uno o domador de fieras, pero jamás poeta, pues eso era el colmo del peligro.
Post scriptum: Doce horas después haber escrito esta reflexión, mientras la revisaba para enviar a quienes torturo con mi prosa, pensé que antes la gente era inocente y ahora inteligente. Hoy día, en sus comunicaciones (que cada vez prescinden más de la boca), cuando quieren decir te amo ponen un corazón; cuando quieren agradecer ponen dos manitas rezando; cuando se asombran ponen una cara amarilla con los ojos abiertos de par en par (me gustaría haber escrito de impar en impar a ver qué pasaba); cuando están tristes colocan una cara china con los ojos ahogados en un líquido que quiere ser lágrima pero ni a sal llega; en fin, que parece ser que la gente de ahora reconoce que las palabras matan, y se aleja de ellas.
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