(Cuento) Premonición - Primera parte. Por: Eric Barbosa (La Vega - Cundinamarca)
Natalia estaba dormida pero su mente trabajaba sin cesar. Sentía muy vívidos los movimientos del bus que la llevaba de nuevo para su casa en un municipio cercano a Bogotá. En su cabeza retumbaban los sucesos de ese día, pues buena parte de ellos fueron inexplicables para una persona que desde hacía tiempos había renunciado a toda superstición.
La jornada había
comenzado muy temprano, cuando ni siquiera se asomaban los primeros rayos de
sol. Natalia recibió una llamada que la sobresaltó y la dejó paralizada. Unos
timbrazos a esas horas del día solo podían significar malas noticias. Era su
amiga Sonia, quien con voz acongojada le pidió que la acompañara en un rato al
cementerio local. Para cualquiera la petición hubiera sido desconcertante por al
menos dos motivos: por el tipo de invitación, ¿acaso no podía esperar? ¿tenía
que despertarla para eso? y porque Sonia se había marchado hacía poco del
pueblo prometiendo no volver jamás cuando el hogar que tenía con Marcos se derrumbó
porque él cambió su temperamento por uno más hosco y cayó en las seducciones de
una mujer que tenía unos ojos tan amarillos que parecían carentes de visión.
Además, sus otros amigos le habían cortado la palabra sin explicación aparente y
su único vínculo con la región era precisamente Natalia. Quizá por ello, al
final, esta última aceptó sin muchos miramientos y se encontraron a las diez de
la mañana en la entrada del camposanto.
Sonia llegó en un lujoso
auto, con una pequeña pala en la mano y con la expresión propia de quienes
pasan las noches en vela, pero no venía sola, la acompañaba un joven moreno,
alto y bien parecido. Las amigas cruzaron algunas palabras de saludo y se
dieron un abrazo fugaz, pero Natalia de inmediato sintió esa aura pesada que emanan
las circunstancias sobrenaturales. Amílcar -como se llamaba el enigmático acompañante-
rompió el protocolo y entró apresuradamente al cementerio mientras decía varias
veces “aquí es, puedo sentirlo”. Natalia se quedó viendo con algún desconcierto
a su amiga y solo acertó a preguntarle: “¿Qué? ¿De qué habla este tipo?”,
pero aquella solo le pidió que lo siguieran para así poder entender la
situación.
Las dos se ubicaron muy
juntas detrás de Amílcar, quién había sacado una varita de cedro, que en la
punta tenía un algodón encendido. Con ese artefacto señalaba en todas
direcciones como si se tratara de un detector de metales, pero poco a poco sus
pasos fueron tomando un rumbo más definido. A medida que avanzaban, la llama se
iba poniendo más incandescente y voluminosa, hasta el punto de que estalló y
expidió fogonazo. “Aquí está”, exclamó el muchacho, y aunque Natalia estaba
expectante de la escena, el estallido la dejó pálida y nada pudo decir ante los
rezos que Amílcar comenzó a musitar con premura. ´
Sonia, cava allí cerca de
esa tumba, -dijo finalmente el joven.
La mujer temblorosa siguió
el mandato y usó la pequeña pala para apartar la tierra con angustia y
nerviosismo. Pronto sus esfuerzos dieron frutos y del hoyo brotaron dos
muñequitos de trapo cocidos por la espalda y atravesados por varios alfileres.
Pero no solo eso, también emergieron una bola de cabello, monedas y billetes
entrados en desuso, una estrella de David, piel de sapo y una figura de un búho
de madera. Pero lo más impactante fue que también se halló una pequeña carta.
¿Qué es está vaina? -preguntó
aterrada Natalia.
Lo que pasa es que a tu
amiga la vienen trabajando, -le respondió Amílcar.
¿Trabajando en qué?
Eso es un entierro. Alguien
le quiere hacer el daño a Sonia, ¿ves esos amuletos?, significan que la quieren
acabar, que la quieren alejar del mundo y arruinarla en soledad.
Pero esto no es posible,
es un absurdo. ¿La gente todavía hace estas cosas?
Te sorprenderías, ese es
el pan de cada día, y yo me dedico a desactivarlas.
¡Natalia mira esto!, -interrumpió
Sonia entrando cólera mientras agarraba el papel-, ¡aquí están hablando de
mí! Entonces empezó a leer la carta a gritos, con lágrimas y sintiendo cada
palabra como una punzada en el corazón:
“Sonia, te maldigo y te
maldigo mil veces. Aléjate de Marcos y déjanos vivir en paz. Te odio mucho y
espero que te pudras en la miseria. Lárgate y muérete bien lejos de aquí”.
Sonia arreció su llanto y
solo pudo repetir “¿Por qué a mí? ¿Por qué a mí? ¿yo qué le hice a esa
zorra?” Mientras caía de rodillas. Estuvo así por un buen rato mientras su
amiga intentaba calmarla y consolarla.
Una vez se tranquilizó un
poco, Natalia repasó brevemente la escena y su mirada se posó en la tumba que
estaba a su lado.
Mira esto Sonia, la
lápida, es de una tal Pepa Gutiérrez.
¿Y qué con eso?
– contestó entre sollozos.
¿No lo recuerdas? Cuando
te fuiste, quedamos en que tu nombre clave sería Pepa, para que Marcos, la
vieja esa y los otros no se dieran cuenta de que seguíamos hablando.
Eso tiene todo el
sentido, -interrumpió Amílcar- los entierros buscan la manera
para conectarse con la persona. Aquí el nombre de Pepa sirvió de puente.
Recomiendo que le paguen una misa a esta señora, sus restos funcionaron para
hacer un maleficio.
¿Pero es que los
entierros tienen vida propia? – repuso Natalia.
No sabes hasta dónde
puede llegar la maldad, ellos buscan y buscan hasta que encuentran -contestó
el muchacho.
No puedo creer semejante vaina…
Estuvieron allí por un
par de segundos y en el cementerio solo se escuchaban los lamentos de Sonia, pero
ella misma interrumpió el melodrama de la escena para dirigirse a Amílcar,
entonces le preguntó: ¿O sea que a Marcos también le está haciendo algo la
tipa esa? ¿también lo está trabajando, por decirlo así?
Sí-
contestó Amílcar- de él puedo sentir que está sufriendo un amarre muy
fuerte. Noto que tiene como un bicho en el estómago. Es una clase de gusano que
hace que lo manipulen. Es algo fuerte de verdad.
No puede ser, no lo puedo
creer -afirmó Sonia- ¿lo podemos ayudar? ¿se puede hacer
algo?
Toca hacerle vomitar ese
bicho como sea, mientras lo tenga, no lo podemos ayudar, va a quedar ahí…
¡Sonia! ¡Mírame a los ojos!
¿Qué?, ¿Qué pasa?
– le respondió ella asustada.
No bajes la mirada,
quédate quieta… ¡Esto no ha terminado! Sigo viendo en tus ojos los cristales de
la maldad. ¡Hay otro!, ¡hay otro! Lo puedo sentir. Está en tu casa, donde vives
actualmente. En tu sitio de reposo.
Pero yo vivo muy lejos de
aquí, nadie sabe de mi ubicación, ni siquiera Nata, ¿verdad, Nata?
No importa, hay otro,
ellos buscan, ellos buscan, vamos. No perdamos más tiempo- dijo Amílcar
saliendo apresuradamente del cementerio.
Sonia se repuso un poco,
se levantó y tomó el brazo de su amiga -¿vamos?- le preguntó.
No, no puedo, esto me
coge de sorpresa, no puedo creer lo que estoy viendo, pero tengo más cosas que
hacer, tengo que cuidar a mamá.
Nata, por favor, te lo
ruego, no me dejes sola en esto, tengo mucho susto.
Pero Soni, no tenía
pensado viajar hoy a Bogotá, esto sale de la nada, y yo no me quiero meter en
esto. Está pesado.
Por fa, acompáñame, te lo
suplico, yo te pago lo de los pasajes, todo, pero no me dejes sola. Eres a la
única que tengo, en quién puedo confiar.
Achs, usted sí…, pero yo
veré, me sacas de esto. Yo no quiero meterme en líos, menos con esta gente. Por
lo visto, la gente de acá es muy paila, estamos rodeadas de hijueputas.
Gracias, amiga, te amo.
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