¡Educación en guerra! Un llamado para las artes. Por: Oscar Daniel Navarrete. (Bogotá-Colombia).

El conflicto armado -así como la violencia generalizada en Colombia- ha dejado unas huellas indelebles e indiscutibles que han permeado todas las esferas y ámbitos de la sociedad. A unas con más intensidad que a otras y, especialmente, a los más vulnerables, a la población rural, la que ha visto cómo se han perpetrado y perpetuado infinidad de crímenes en su contra. Todo esto apoyado por un vacío estatal, que en zonas marginales se limita a control militar. Así, la educación no ha tenido la prioridad que debe tener en sectores marginados.

Al hacer un recorrido por las zonas rurales que han vivido en carne propia la violencia del conflicto armado como los departamentos de Putumayo y Antioquia, -en condición de docente de Ciencias Sociales- pude percibir que, en dichos territorios, la calidad, el acceso y la pertinencia de la educación tiene un atraso abismal si se compara con los centros urbanos. Es una desigualdad agravada porque histórica, geográfica y estratégicamente han sido territorios signado por la presencia de actores armados y por la violencia facilitada gracias a la distancia con el centro del país. Este último se convierte en una “burbuja” protectora donde los problemas regionales se asumen como menores ya que hay más protección del Estado.

En consecuencia, pude encontrar una población rural con bajos niveles educativos. La educación tradicional predomina y las metodologías alternativas brillan por su ausencia. Entonces, los estudiantes en Colombia carecen de motivaciones en sus escuelas al momento del aprendizaje, pues las tradicionales formas de enseñanza -basadas en la memorización y la falta de contexto- se han anquilosado y no permiten que haya un avance eficaz de la calidad educativa.

A parte de todo, los centros educativos rurales han sido utilizados por los actores armados -guerrillas, paramilitares y grupos armados en general- como trincheras, cuarteles, centros de operaciones etc. Alumnos y profesores terminamos siendo testigos de bombardeos, masacres, asesinatos selectivos, tomas de poblaciones por la fuerza y ataques de infraestructura. Desde nuestras aulas vimos a campesinos que fueron obligados a desplazarse a los centros urbanos (burbujas). Otros ciudadanos -amigos y vecinos-, por el contrario, tuvieron que ingeniarse formas para mantenerse vivos en medio de la demencial violencia de la región.

De esta suerte se da una combinación de elementos peligrosos, cuyo resultado es un sistema de enseñanza precario. Por un lado, el modelo pedagógico resulta siendo anacrónico, hay contenidos carentes de sentido y sin ninguna trascendencia para la realidad que vive el país. Por otro, en algunos territorios del país, los centros educativos son literalmente territorios de violencia y conflicto. Como se puede suponer, ello a generado intensos traumas en la población durante décadas.

Y aquí es donde se hace necesario crear métodos que permitan a las comunidades, especialmente a los jóvenes, tener un aprendizaje significativo para expresar o canalizar los sucesos traumáticos vividos. Evidentemente, dichas necesidades se pueden subsanar por medio de innovaciones pedagógicas que permitan oxigenar al asfixiado sistema de educación. Las representaciones artísticas, en sus distintos formatos, pueden generar una salida, pues, por sus propias características, los estudiantes podrán traer a realidades concretas los conocimientos abstractos y los sentimientos difusos. El primer paso para superar una situación traumática es reconocer que existe, y las artes nos ayudan delinear las cicatrices que en nosotros ha dejado la guerra.

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