La breve historia de un militante de cuatro patas. Por: Carolina Gavilán. (San Francisco-Cundinamarca).
Nació en la vereda de San Miguel en el municipio de San Francisco de Sales.
Desde el inicio de su vida la insensibilidad de algunos marcó su destino. Llegó de a penas un mes de nacido buscando sobrevivir -como muchos- en medio de la escasez, la hostilidad y la indiferencia que se extiende desde los humanos hasta tantas otras formas de vida. Temeroso, famélico y frágil logró fácilmente cautivar mi corazón y yo, por mi parte, poco a poco logré que él creyera en las personas.
Ninguno de los dos estaba preparado para tan osadas aventuras, pero sin planearlo, las historias comenzaron a llegar a nuestra casa en busca de respuestas, aunque no necesariamente de soluciones. Empezamos nuestra militancia tácita con aquella señora que un día cualquiera llamó para advertir que había un oso perezoso malherido. Lo encontraron sus perros y pidió nuestra ayuda. Él me acompañó, le sorprendió mucho verlo y le dio miedo, jamás había visto a un perezoso. Es una lástima, no pudimos hacer nada por él; pero esa fue nuestra primera batalla: saber por qué ocurrió esa muerte. Su ayuda fue invaluable. Su buen olfato para rastrear el trayecto de aquel animalito permitió establecer que la tala indiscriminada, que algún empresario ordenó hacer sobre el borde de la quebrada para desarrollar un proyecto hotelero "ecoturístico", dejó vulnerable al perezoso, que tuvo que bajar de los árboles y quedar expuesto a los depredadores. Logramos descifrarlo y contarlo a la comunidad y a las autoridades. Y aunque muchas de las denuncias dejaron a personas conformes por visibilizar esas problemáticas, otras tantas estuvieron inconformes por la misma razón. Allí también fue importante su presencia, pues siempre estaba alerta, vigilante, aunque simpático y amable, nunca dejó de cuidarme. Así trasegamos seis años. Él con su temor a los rayos, yo con el temor a la intolerancia.
Nuestro pacto implícito fue acompañarnos y cuidarnos el uno al otro hasta el final.
Pasamos de situaciones triviales y divertidas hasta momentos arriesgados. Fuimos a manifestaciones sociales, salimos con amigos suyos y míos, íbamos a nadar a la quebrada, nos sentábamos sobre la piedra gigante (su favorita) frente a la casa a mirar las estrellas.
Me dio algún lengüetazo en los momentos difíciles y le di un abrazo en las épocas de tormenta eléctrica.
Me esperó cuando tuve que irme y yo aún lo sigo esperando, aunque se que ese encuentro ya no será en el plano físico.
Al final, su temor por los rayos seguramente cesó, sin embargo, el mío por la ferocidad del humano aún permanece.
Todos y todas anhelamos una paz total, que desde luego se logra con la equidad, la justicia y el perdón, pero no habrá leyes ni decretos ni normas que obliguen al ser humano a hacer la paz. No mientras la empatía no se asome a nuestro entendimiento. No mientras la vida se convierta en una competencia. No mientras, por un lado, el hambre insaciable de poder nos lleve a lastimar a otros con tal de cumplir nuestros objetivos personales y, por el otro, se afiance una sociedad permisiva por temor -algunas veces- y por desinterés e indolencia muchas más; que termina normalizando cualquier acto de violencia e incluso justificándolo.
¿Quién imaginaría que la intransigencia de esos humanos en los que finalmente creyó lo apartarían de mí, y no los truenos a los que tanto temía...?
A la memoria de Fique, mi eterno compañero, que nunca abandonó su manada. Simplemente fue uno más de tantos desaparecidos en Colombia.
los animales tienen emociones y comparten nuestra vida afectiva por lo cual deben ser tratados como personas y respetarles sus derechos a una existencia digna, felicitaciones Karito por tanta sensibilidad y acto compasivo
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