Reseña: Capitalismo y pulsión de muerte. Por: Jhon Fredy Contreras. (La Vega-Cundinamarca).
A riesgo de caer en esas modas intelectuales, que son trenas del pensamiento, desde Hilos de Fique publico la reseña del segundo artículo de Capitalismo y pulsión de muerte, un libro de Byung Chul-Han compuesto por diversas reflexiones cortas y que fue publicado en alemán en 2019 y en español en 2022. El presidente Gustavo Petro nos hizo una introducción al primer artículo de dicho libro -aquel que le da el título- en la ceremonia del premio nacional de periodismo Simón Bolívar 2022, realizada el pasado 16 de noviembre.
Antes de arrancar con la referida reseña, quiero expresar algunas reflexiones: no se necesita más que ser nativo de la tierra, ser terrícola, de la casa de todos, para pensar globalmente y actuar desde nuestro entorno. En ese sentido, rechazo rotundamente expresiones excluyentes como la de no aceptar “intromisiones disociadoras de personas ajenas al municipio y a la provincia” o prácticas condicionantes como la afiliación al partido de gobierno para ser beneficiario de las ayudas que éste proporcione; programas que son para todos los colombianos en condición de vulnerabilidad indistintamente de su filiación política. Basta de caudillismos que “ni rajan ni prestan el hacha”; que manifiestan deseos de cambio solo de dientes para afuera, pero, “por sus actos les conoceréis”, se anquilosan en prácticas anacrónicas de cacicazgo autoritario.
Dicho esto, sin más preludios, aquí les va la reseña del segundo de los artículos del libro mencionado. Artículo que se denomina: “¿Por qué hoy no es posible ninguna revolución? El autor, de origen surcoreano y nacionalizado en Alemania, justifica su respuesta a tan desafiante interrogante. En un debate, el filósofo italiano Antonio Negri y Byung Chul-Han manifestaron dos críticas al capitalismo, pero de sentido diverso. Negri estaba entusiasmado con las posibilidades de una resistencia global contra lo que él llamaba el imperio; identificado con el sistema de poder neoliberal. Sería la multitud, una masa crítica y revolucionaria interconectada, la encargada de derrocar al imperio. Pero Byung Chul-Han, disintiendo con esta postura, le explicó a Negri que ya no era posible hacer ninguna revolución.
Chul-Han parte desde el planteo de una serie de interrogantes sobre la realidad del escenario político actual a los que luego les irá dando respuesta: ¿Por qué el poder neoliberal es tan estable? ¿Por qué encuentra tan pocas resistencias? ¿Por qué aún aquellas pocas resistencias resultan rápidamente ineficaces? ¿Por qué hoy es imposible ninguna revolución a pesar de la desigualdad cada vez mayor entre ricos y pobres?
Quien quiera instalar un nuevo sistema de gobierno, dice Chul-Han, lo primero que debe hacer es eliminar toda resistencia. Se requiere un poder que instale a ese nuevo sistema de gobierno; para lo cual, a menudo, se recurrirá a la violencia. Pero el poder que instaura un sistema no es igual al poder que debe estabilizar la situación hacia dentro mismo de ese sistema. Por ejemplo: el poder para mantener el sistema de la sociedad disciplinaria e industrial del siglo XX era un poder represivo; por eso, provocaba protestas y resistencias, lo que hacía posible una revolución que acabara con las relaciones de dominación imperantes. En ese modelo, eran visibles los opresores y los oprimidos.
Pero el sistema de gobierno neoliberal es diferente al del capitalismo industrial. El poder destinado a mantener estable al sistema neoliberal no es represivo. Por el contrario: es un poder seductor. El neoliberalismo convierte al trabajador oprimido en un empresario libre; un empresario de sí mismo. Toda persona es señor y siervo al mismo tiempo. La lucha de clases es una lucha que se da al interior de uno mismo; quién fracasa se culpa a sí mismo del fracaso. Esta paradójica sensación de libertad es la que hace imposibles las protestas. ¿Contra quién protestar? ¿Acaso “contra mí mismo”?
Aquí se impone la expresiva frase de la artista Jenny Holzer: “protegedme de lo que quiero” (1982). Uno se cuestiona a sí mismo, en lugar de cuestionar a la sociedad. Aquel poder disciplinario era ineficaz porque requería un gran derroche de energía para meter a la fuerza las personas en un corset de prohibiciones. Mucho más eficaz es la forma de gobierno que se encarga de que las personas se subordinen por sí mismas al sistema. Porque en lugar de hacerlo con prohibiciones y privaciones, lo hace a través de favores y satisfacciones. En lugar de hacer a las personas dóciles por la fuerza, este poder las vuelve dependientes.
El poder que mantiene unido al sistema tiene una forma elegante y
afable; y gracias a ello se hace invisible e inexpugnable. El sujeto sometido ni siquiera es consciente del sometimiento. “La mejor manera de evitar que un
prisionero escape –decía Dostoyevsky- es asegurarse de que nunca sepa que
está en prisión”. Se piensa que se encuentra en libertad. El sistema neoliberal
es tan estable e inmune a toda resistencia porque en lugar de oprimir a la
libertad, la utiliza.
Chul-Han refiere que, durante la crisis financiera asiática de 1997, el
gobierno de Corea del Sur tuvo que imponer violentamente la agenda neoliberal
para reprimir las protestas sociales. Esa fue la fuerza instauradora del poder
destinada a reprogramar radicalmente a la sociedad coreana. Hoy, ya instaurado
el poder neoliberal, apenas hay resistencia. Al contrario, impera un enorme
conformismo y consenso acompañado de estado de depresión y Burnout (agotamiento). Corea
del Sur tiene hoy el mayor índice de suicidios a nivel mundial. La persona termina
aplicando la violencia sobre sí misma en lugar de hacerlo sobre la sociedad
para transformarla; la agresión hacia afuera, que hace posible una revolución,
deja paso a la autoagresión. Una agresión hacia adentro, que se termina expresando
en diversas formas de depresión.
La soledad del empresario de sí mismo, aislado e individualizado, constituye la forma actual de producción, de auto explotación. No hay -como afirmaba el optimista de Negri- una multitud cooperante e interconectada alzada como masa crítica y revolucionaria global. Antes las empresas competían entre sí, pero dentro de la empresa dominaba la solidaridad; hoy, afirma Chul-Han, todos compiten contra todos incluso dentro de la misma empresa. Esta competencia incrementa enormemente la productividad, pero destruye la solidaridad y el civismo. Con individuos cansados, depresivos y aislados, no es posible crear ninguna masa crítica revolucionaria. Hoy nos lanzamos eufóricamente a trabajar hasta quedar “quemados”; el Burnout y la revolución se excluyen. La despolitización del sujeto es la condición para su dominación.
Actualmente, en todas las virtuales partes, se insta a compartir y se invoca a la comunidad. La economía del compartir, del me gusta, la llamada economía colaborativa, enfocada en el uso de las cosas, va reemplazando a la anterior economía de la propiedad y la posesión. Pero Uber nos convierte a todos en taxistas y Airbnb rentabiliza la hospitalidad. Es un error pensar que la economía del compartir anuncia el final del capitalismo -como sostiene el sociólogo norteamericano Jeremy Rifkin- por el mero hecho de levantar el concepto de comunidad. La ideología de la comunidad, o de los recursos compartidos para la colaboración, conduce a la capitalización total de la comunidad misma; la total comercialización de la vida. Este cambio no nos libera del capitalismo. Ya no es posible ser amable desinteresadamente en una sociedad de calificaciones mutuas. No es posible ninguna amabilidad desinteresada. Uno se vuelve amable para recibir las mejores valoraciones; incluso en la economía colaborativa impera la lógica dura del capitalismo. Es paradójico que en este hermoso compartir nadie da nada voluntariamente. Finalmente, el capitalismo se consuma en el momento en el que vende al comunismo como mercancía. Y el comunismo como mercancía, concluye Chul-Han, es el final de la revolución.
Comentarios
Publicar un comentario