Río Cañas: un souvenir nauseabundo. Por: Carolina Gavilán. (San Francisco-Cundinamarca)
San Francisco de Sales es conocido como la reserva hídrica del Gualivá. En su geografía se entrelazan un sinnúmero de nacimientos, quebradas y riachuelos que emergen en su gran mayoría de El Escarpe, como se les denomina a los cerros occidentales que limitan con la Sabana de Bogotá y que, debido a su topografía vertical, recoge por condensación grandes cantidades de agua.
Uno
de los ríos más caudalosos y que recorre gran parte del municipio es el río
Cañas.
Su
nacimiento, en las zonas más altas de las montañas, donde predominan los
bosques de niebla en el límite con el municipio de El Rosal, proviene de aguas
profundamente diáfanas y cristalinas y en su recorrido recibe diversas aguas de
pequeñas quebradas y manantiales que hacen de este imponente río uno de los más
representativos de la población.
En
la vereda San Antonio, ya para despedirse de San Francisco e ingresar a la Vega
por el sector de Chilín, el río Cañas recibe al río San Miguel y se convierte
en el río Tabacal.
Pero,
aquella generosidad de las altas montañas occidentales, que entregan aguas
cristalinas para el disfrute de todos, contrasta con aquella que nuestra población
le entrega a los vegunos.
En
el sector conocido como La Culebra, a tan solo 500 metros del centro de San
Francisco -y antes de unirse con el río que lleva ese mismo nombre- el río
Cañas recibe nuestras miserias, pues existe un enorme vertedero de aguas negras
provenientes del casco urbano. Allí confluyen los deshechos tanto de nativos
como de los despectivamente llamados "vinculados", que no son otros
sino los que han migrado de la ciudad al municipio, pero que en ese lugar se
funden en uno solo; además del aporte que deja el turismo, claro está.
Gigantescos
volúmenes de hediondez convierten al río Cañas en la cañería del Gualivá, que
entrega a nuestros vecinos de La Vega un caudaloso y escatológico cauce, lo
cual constituye a este importante y emblemático río en algo así como un souvenir
nauseabundo.
No
es raro -de hecho, es bastante común en los pequeños municipios de Colombia-
que nuestros gobernantes locales resuelvan de cualquier manera los problemas
que se van suscitando al aumentar la población local. Por lo general, pasan de
una solución temporal a otra permanente, pues terminan por delegar a la
siguiente administración la resolución definitiva; lo que de paso sirve de
campaña electoral para los subsecuentes candidatos. Tales problemas también se
radicalizan gracias a nuestra sociedad doble moralista, que prefiere poner su
atención en todo aquello que atente contra las "sanas costumbres", sin
imaginar siquiera que lo peor para el municipio quizás esté ocurriendo en
nuestro propio retrete.
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