Rosa María, olvidé los nombres. Por: Manuel Amaya. (La Vega-Cundinamarca)
En un pueblo de no sé dónde
Veneran no sé qué santo
Pidiéndole
no sé qué
Consiguen
no sé qué tanto
Refrán
Esa tarde me dijiste: Estoy feliz porque vienen dos
familiares, dos hermanas, hace 50 años no se ven y mi madre me encargó que
mañana haga el sancocho para el almuerzo. Ahora, más de 20 años después no
recuerdo cómo era el sancocho costeño que mencionaste. Recuerdo el patacón
pisao, ajá, pero no sé si también mencionaste el pescao, la yuca y el ñame, no
lo sé, y estás tan perdida que Google y las redes sociales no dan contigo.
¿O sea que las dos hermanas se van a encontrar en tu casa
después de tanto tiempo? Ajá, mañana, en la casa de mi mamá que vive allí
cerquita, el sancocho me tiene que quedar bien sabroso.
Me acuerdo de Juan Pablo porque una tarde lo habías
recogido en el jardín de la universidad, pero no recuerdo a Remedios, es menor,
creo que en definitiva no la vi. Ahora deben ser mayores tus hijos, dos
desconocidos. Te volví a ver un año después o más, estabas haciendo el trabajo
de grado. Fue un encuentro casual en la universidad. Te pregunté si habías
escrito la historia de las dos hermanas, que a mí me asombró y te pedí que
escribieras, y me dijiste que no. Fui tan torpe que no te pregunté cómo quedó
el sancocho ni qué había pasado cuando las hermanas se encontraron ni que pasó
durante el almuerzo ni qué sucedió cuando visitaron a Gabo en la Clínica Santa
Fe. A eso vinieron a Bogotá, ¿no? Más torpe no pude ser. Te amenacé con narrar
el acontecimiento, que parecía sacado de Cien años de soledad, si no lo
hacías tú, pero ni siquiera te pregunté los nombres de las dos hermanas. Ya le
dije a mi hermano el sociólogo y se comprometió a escribirlo, respondiste.
Aquella tarde, cuando me diste la primicia frente al
Departamento de Filosofía de la Nacho, fue la misma en que fallaste a la clase
de la profe Rosario, si mal no recuerdo. Tú querías que alguien te la grabara,
pero la profesora no lo permitió, tendría sus razones. A lo mejor te leí mis
apuntes después o te eché la carreta.
Cuando me dijiste lo de Gabo te pregunté qué pensabas de Cien
años de soledad. No la he leído, qué pereza —respondiste como si nada—, ya
me sé esos cuentos, todos se los saben. Ahora no recuerdo si te referías a
todos los de la familia o a todos los de la costa atlántica, ya no importa.
Resultaste familiar de Gabo y lo supe gracias a la visita de las hermanas, si
no, ni me entero.
A propósito, es momento de recordar la historia de las
dos hermanas porque ya me estaba olvidando, creo que tengo problemas de
memoria, aunque eres tú quien la sabe completa, con todos los nombres y
detalles. ¿Dónde estarás, Rosa María?
Las dos hermanas eran muy unidas, cada una había formado
su hogar y vivía en un pueblo de la costa diferente. Tampoco sé los nombres de
los pueblos: narrar así es como hacer un sancocho de pescado, pero sin el
pescado. Cada una tenía varios hijos y aprovechaban las vacaciones de mitad y
de fin de año para que los primos se reunieran. En esa época las familias eran
numerosas. En las vacaciones de mitad de año los hijos de una de las hermanas
viajaban al pueblo de los primos y, en las de fin de año, viceversa.
Hasta que, para esas vacaciones, hacía ya 50 años, uno de
los muchachos no podría viajar al pueblo de los primos porque lo habían operado
del estómago. La madre le dijo que por esa vez no podía viajar por indicación
del médico, porque ella tenía que estar pendiente de su convalecencia y velar
por su salud, pero el hijo insistió tanto que al final la madre cedió. Ella le
hizo las recomendaciones pertinentes y el muchacho viajó feliz con sus
hermanos.
Lo primero que la madre le pidió fue que, según las
indicaciones del médico, no comiera lo que la tía les tendría preparado para el
recibimiento, sino que debía ceñirse a la dieta ordenada por el doctor; que tan
pronto llegara le contara a la tía lo de la cirugía reciente y le explicara que
estaba a dieta. También le dio una nota para que se le entregara. Pero algo
falló y el chico murió. Las dos hermanas se enemistaron porque se culpaban
mutuamente por la muerte del muchacho, y los argumentos de ambas los debes
conocer tú, Rosa María ¿Dónde andarás? Después de 50 años, las dos hermanas se
iban a encontrar, y quizá a reconciliar, antes de visitar a Gabo en la clínica,
pero eso también lo deberías contar tú, Rosa María, tú que estuviste al tanto
de los hechos, que participaste en ellos, que una tarde inolvidable me contaste
casi toda la historia y sabes completos los nombres.
Gracias Manuel por tu escrito. Seguimos siendo Macondianos y nuestras gentes se aferran a tantas cosas en su acto desesperado que hasta los sicarios rezan a los mismos santos para no fallara en sus actos de exterminio. La culpabilidad es heredada de la religión y eso hace que nos echemos problemas ajenos como lo del joven que murió comiendo lo no debido y tornemos nuestra existencia en un viacrucis de dolor, resentimiento y separación. felicitaciones por ese paseo macondiano que galopa corazón adentro de cada colombiano.
ResponderBorrarGracias, gran comentario. O también culpamos al otro. La culpa no se pone en duda: a alguien hay que cargársela, a más no poder a sí mismo, como bien dices...
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