Una mujer de muñecas grandes. Por: Amílcar Bernal Calderón. (San Francisco-Cundinamarca).

Cuando no tenía algo qué hacer o se ponía nerviosa se quitaba el cordón de un zapato, lo ataba en las puntas formando un anillo, lo tensionaba entre las manos y se ponía a cruzar hilos y a hacer figuras para matar los nervios. Cuando calzaba mocasines u otro estilo de zapato sin cordón, o sea, casi siempre, echaba al bolso uno extra que tenía, y si ese día se ponía nerviosa o no tenía algo qué hacer se ponía a cruzar hilos y a hacer figuras para matar los nervios. 

Es una suerte que todos hayan jugado alguna vez este deporte (del que no hay campeonato mundial), mejor para los nervios que para los músculos, porque de esa manera no tengo que describirlo y ocupo ese tiempo en quitar un cordón de mi zapato y atarlo y ponerme a hacer cruces de hilo con las manos, porque estoy nervioso y quiero aplazar lo que debo decir acerca de ella. La verdad es que llevo un año aplazando mi deber de decirlo, y eso me pone tan nervioso que ya tengo ampollas en los dedos de tanto cruzar hilos, y no voy a esperar más: ahí va.

Aprendieron tantas figuras sus dedos y llegaron a compenetrarse tanto con los cordones, que al primer problema que tuvieron las manos (como tener que saludar a alguien cuyas manos sudan y el sudor huele a ratón muerto) el dedo índice de la mano derecha se ahorcó con un cordón que había escondido en un hueco de la muñeca sin que los otros dedos se dieran cuenta. Parece ser que todos los dedos sufrían del mismo mal pues una semana después ya no le quedaban dedos vivos: todos se habían ahorcado con un cordón que cada uno había escondido en algún hueco de sus muñecas. Era una mujer de muñecas grandes.

Yo sabía que no iban a creerme lo de los dedos que se ahorcan, y por eso estuve tan nervioso y tardé tanto en armarme de valor para decirlo. He cruzado tantos hilos en mis manos que esta mañana descubrí, aterrorizado, que anoche, mientras dormía, se me cayó el dedo índice de la mano derecha. Puesto que nunca lo encontré, ignoro si se ahorcó o murió de otra cosa. Me quedan una semana y nueve dedos para saber qué será de mí.

***

Queridos lectores: Esta mañana me escribió una de las ciento cuarenta personas a quienes envío mis viñetas para pedirme el favor de que no le siguiera enviando mis cuentos. Eso dijo: cuentos. Me dio miedo preguntarle por qué (uno no quiere que le digan que es malo en lo único que hace), y sólo le dije que perdonara, que no volvería a pasar. 

Ahora bien, puesto que nunca le pregunté a mis amigos si querían recibir mis viñetas, sino asumí que les gustarían y me puse a torturarlos con ellas (pensé que servían para desestresar durante la pandemia, pero ya nos acostumbramos a la pandemia y no nos estresamos), por lo que ahora, ojalá no sea tarde, le pregunto a cada uno de ustedes si quiere seguir recibiéndolas. Avergonzado como estoy, espero me contesten por esta vía diciendo sí o no. Sólo seguiré enviando textos a quienes me contesten diciendo que lo aceptan, pues supongo que quienes no me dicen que no, lo hacen para no entristecerme. Voy a ponerme a cruzar cordones de zapato entre mis manos, a la espera de sus respuestas.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El retorno de los ameritas. Por: Nicolás Castro. (Chía-Cundinamarca)

La muchacha. Por: Nicolás Castro. (Bogotá-Distrito capital)

Extraño. Por: Nicolás Castro. (Bogotá, Colombia)