La guerra de Ucrania y la posverdad. Por: Manuel Amaya. (La Vega-Cundinamarca).
Vamos a cumplir un año de
bombardeo informativo y esta es la hora en que no sabemos con certeza quién
inició la guerra, si Rusia o Ucrania, en caso de que esos dos países sean los
que están enfrentados. Se dice que en realidad son dos grupos económica,
política, militar y culturalmente diferentes: uno comandado por Estados Unidos
y la Unión Europea, y otro por Rusia y China. Que ambos bandos se disputan la
hegemonía del mundo y escogieron como escenario para iniciar la confrontación
bélica a Ucrania. El primer bando busca que los Estados Unidos sigan al frente
de la hegemonía mundial en lo económico, político, militar, cultural, etc.,
como ha sucedido desde que cayó la Unión Soviética y el mundo pasó de un orden
bipolar a uno unipolar. El segundo bando, abogaría por un nuevo orden mundial
multipolar. Entre tanto, el pueblo ucraniano ha puesto cientos de miles de
soldados muertos en la guerra y el pueblo ruso otros miles. Otros han vendido
las armas y azuzan a los contendientes.
Invito a los lectores a un acto de credulidad, ahora que
somos tan crédulos, por el cual aceptemos que con la actual guerra de Ucrania
se juega la hegemonía del mundo entre los dos grupos mencionados. En
consecuencia, lo primero que se ha logrado con esta guerra, aparte de los
desastres mundiales en muchos aspectos y de los numerosos muertos es que, de
hecho, el mundo ya esté dividido en dos bandos. También se están anunciando
otras guerras que formarán parte de la misma disputa, entre ellas una posible
guerra en Taiwán. Esta cadena bélica decidiría el nuevo orden mundial, unipolar
o pluripolar, en caso de que la disputa no culmine en una guerra nuclear de
consecuencias imprevisibles como la extinción de la especie humana y de la vida
en la tierra.
¿Por qué soy tan dubitativo al escribir sobre esta guerra?
Porque los verdaderos motivos del inicio de la guerra, lo que se
busca alcanzar con ella, quiénes la promovieron, qué está sucediendo en
realidad —cosa que podemos saber si
logramos burlar la información desinformativa para acceder a las esquivas
verdades—, está oculto o desperdigado en el
aplastante volumen de noticias que recibimos a diario. Vivimos en la época de
la posverdad, una época en que la verdad parece
inaccesible e importa menos que lo que una gran parte de la población mundial
crea, sienta, desee y piense respecto de esta guerra y de lo que sucede en el mundo.
Quizá la posverdad —o
conjunto de verdades alternativas, es decir,
mentiras—, fue prevista como una manera de manipular los pensamientos y
creencias de las personas adictas a las redes sociales. Quizá las verdades que
debieran interesar a millones y millones de personas atrapadas en las redes
sociales, las verdades que valen la pena, tienen algo de trágico u horrendo que
la mayoría de las y los internautas no querría conocer, y que están dispuestos a cambiar, gustosos, por
ilusiones. Quizá esas feas verdades están en poder de unos pocos que tienen sus
veladas razones para maquillarlas y ocultarlas, para manipular los medios de
comunicación y vender ilusiones al innumerable ejército de solitarios
internautas que buscan su propia imagen ya no en el espejo de la casa sino en
las selfis colgadas en las redes sociales.
Umberto eco, el gran intelectual italiano dijo: “Las
redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero
hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad”.
También dijo que “las redes sociales son el peor enemigo de la verdad”. Previó
que las redes eran un medio ideal para la proliferación del cotilleo, las
habladurías y el autoengaño. Que las redes sociales se convertirían en el
“espejito espejito dime quién es el más bonito”; que les permitirían a miles de
millones de individuos presentarse y verse como lo que no son, como quieren ser
vistos. Aunque también es cierto que ese anhelo forma parte de nuestra
condición de humanos y de la feria de las vanidades humanas, pues, para
empezar, no otra cosa hacemos durante gran parte del día cuando soñamos
despiertos y nos vemos, en la imaginación, mejores de lo que somos y actuando
de manera más inteligente y con la eficacia que no logramos en gran parte de
nuestras actuaciones diarias: somos idiotas consuetudinarios, espejismos de
nosotros mismos, sobre todo cuando entramos en la realidad de las pantallas
para gozarnos en los fantasmas producidos por la propia idiotez.
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