La paradoja de la renovación política. Por: Eric Barbosa. (La Vega-Cundinamarca).


Hay algunos temas bastante sugestivos sobre las candidaturas, en especial, cuando se trata de las elecciones regionales. Desde hace un tiempo oigo a muchas personas quejarse porque hay politiqueros afincados en las instituciones del Estado, que se roban los dineros públicos y que, inclusive, buscan saciar sus delirios de poder. En honor a la verdad, me parece que hay muy buenas razones para suponer eso. Casi a diario nos encontramos con líderes expertos en hacer “jugaditas”, que saben sonsacar la plata de por aquí y por allá para enriquecerse y que presentan signos de bondad solo cuando se acercan las jornadas electorales. Por esta razón, creo que la mayoría de los ciudadanos añoramos una renovación de las personas que ocupan los banquillos de los concejos, las alcaldías y otros poderes regionales.  

No obstante, en los momentos en que se acercan unas nuevas votaciones, y que también nuevos rostros deciden lanzarse al ruedo político, es casi una regla que se les mire con recelo y de entrada se asuma que son unos politiqueros más que pretenden sumarse al ramillete de saqueadores del erario; por supuesto, esa desconfianza tiene mucho sentido en circunstancias en las que sí, hay paisanos que ven la política como una vía para enriquecerse rápido, muy similar a lo que sucede con el narcotráfico. Por ello, lo primero que se les pregunta es “¿qué han hecho por el pueblo?” y “¿cuál es su experiencia en los cargos públicos?”.

Aunque no creo que haya inconveniente con ese tipo de interrogantes, sí me parece que debemos ser más críticos con las respuestas que esperamos. Tengo la sensación de que lo que se busca saber es si el nuevo candidato ya hizo alguna carretera por su propia cuenta, si ya sacó de su bolsillo para regalar un par de tejas o si ya dispuso de sus recursos para solucionar algún problema que le correspondería resolver al Estado. De entrada, se exige una clase de altruismo sin considerar las otras condiciones de la persona. Para ser francos, me parece que esos son unos criterios bastante desacertados para evaluar la viabilidad de un aspirante, pues plantea una desconcertante paradoja.

Justamente, quiénes tienen el músculo financiero para hacer vías, para andar regalando materiales a diestra y siniestra y hacer supuestas obras de caridad son quienes ya antes se han beneficiado de la institucionalidad y no precisamente usando los métodos más honestos. Se olvida con frecuencia que los actos filantrópicos tienen un trasfondo material y que aquellos que están dispuestos a llevarlos a cabo hacen parte de una élite tradicional o se piensan recuperar tras bambalinas lo invertido cuando logren alcanzar el poder. En ese sentido, los únicos que podrían cumplir con tales exigencias son los mismos de siempre y por los cuales nos quejamos.

Sin embargo, las personas con buen potencial para la administración, que han generado ideas a partir de sus experiencias como ciudadanos del común, son rechazadas por su falta de "actos desinteresados". No se estima que son muy pocas las almas honestas que tienen los salarios e ingresos suficientes como para donar una placa huella. Por otro lado, muchos de los que quisieran aportar sus conocimientos en los territorios son personas poco reconocidas. Precisamente, para haber alcanzado sus metas de formación profesional tuvieron que salir del terruño en busca de oportunidades, pues los afincados en el poder -los “expertos de la administración pública”- no fueron capaces de generar opciones de empleo ni educación y han sostenido las condiciones de desigualdad y pobreza.

Si me lo permiten, yo prefiero elegir a un joven recién graduado de la universidad que no consigue empleo o a una campesina que perdió su cosecha por el temporal invernal y se enteró así de la desprotección del Estado. Más que liderazgos mesiánicos o inmaculados caídos del cielo, yo buscaría ciudadanos del común, con experiencias reales y que procuren mejorar las situaciones que ellos mismo sufrieron. La otra experiencia, la que se ha forjado en los escritorios de las alcaldías, cada día me parece más una experiencia para evadir las leyes y garantizar la impunidad.

Sugeriría entonces un cambio de enfoque. En vez de preguntarles a los nuevos candidatos sobre qué han hecho por el pueblo o cuál su experiencia en administración, mejor interrogarles por cuáles han sido sus luchas y qué han hecho por su propia formación. En otras palabras, cuáles son los problemas que los han afectado y cómo aspirarían a solucionarlos. A veces, lo mejor que alguien podría hacer por su pueblo es prepararse, generar ideas e inspirar una mejor sociedad, aun cuando no haya regalado machetes o botas de caucho.

La anhelada renovación política se logrará cuando dejemos de buscar líderes con toques de divinidad, pues ese ideal ha abierto el espacio para que los mercachifles de la política puedan posesionarse. Optemos por una transformación real. Cambiemos a los lobos disfrazados de ovejas por personas de carne y hueso.


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