
Y así fui llegando. Por suerte
dieron orden de desalojo por tropeles en la 45 y en la 26. Se suspendió la
clase y pude tomar sin dificultad un taxi para El Dorado. Estaba bajo
impresiones gratas: la de haber conversado con un joven amigo, y la de haberle
escuchado al maestro Álvaro sus cosas sobre la obra de Freud como objeto de y
para la investigación. Nos pormenorizó libro a libro el enorme trabajo
editorial de Strachei, y contó anécdotas de la vida del uno y del otro; del
organizador meticuloso y del obsesivo escritor que fue Don Sigmund. Y así lo he
percibido: escribiendo varios libros a la vez, elaborando sus tesis a través de
la escritura como si esta y no otra cosa le permitiera la satisfacción de la
comprobación. Y luego estuve allí en el aeropuerto viendo a todo el mundo en el
ajetreo del viaje a emprender. Nada nuevo, salvo otra entrada a las salidas
nacionales. Como siempre todo caro, hasta que me metí en sala y empecé a leer Escribir de Margarite Duras, y me
enganché con esa lectura antes de embarcarme, cuando me embarqué y durante el
vuelo hasta llegar a Palmaseca renovada de innovaciones más amables para los
que por allí hemos pasado toda la vida. El clima estaba como mandado a hacer. Llegó
el carro, intercambié la palabra hasta llegar al pueblo, que dormía a sus
anchas. Era la media noche, uno que otro parqueando, todo daba a entender que
la vida estaba apacible y que la muerte había pasado de largo, muy curioso
porque ella siempre se detiene por estos lados.
La casa estaba limpia, le habían
sacado brillo; y la gata ahí; me miró y con su mirada me fusiló: que por qué
había demorado tanto, que por qué no la había llevado y que qué le había
traído, me dijo con su runruneo, y poco a poco se me acercó para sobarse en mis
piernas; que estaba preñada, agregó, y que no sabía de quien porque le habían
hecho vaca muerta todos los gatos del pueblo en un festín de nunca olvidar. Ya
estoy cansada de parir, salgo de una parida y me meto en la otra. Menos mal que
cuento con esta casa que está desocupada casi todo el tiempo, aquí vienen a
visitarme todos los gatos del pueblo no para responder por estos animalitos que
llevo dentro, sino para ver si ya estoy de nuevo en celo; cuando acabará esto,
esto de vivir para permanecer preñada sin cesar no es vida. Hablaba y hablaba
como loca desenfrenada. Usted me disculpará, continuó, pero es que desde que se
fue no he podido conversar con humano alguno. Mi amo me trae las pepas esas y
vuelve y se larga sin dejarme decirle nada, usted no se imagina lo que es la
soledad para una gata que todos los gatos buscan para dejarme preñada. En fin,
vaya y duerma que se le ve el cansancio, y salió sin rumbo por uno de los
tejados.
Amaneció, con cielo encapotado, y
con los pisos llenos del sereno de la noche. La gata estaba a la puerta
esperándome; casi no se levanta, me dijo. Yo me fui de rumba por los tejados
del pueblo, aproveché mi situación y conté a cuanto gato vi que usted había
vuelto, como para que no lleguen estoy días a abusar de mí delante de usted,
que hasta vergüenza me da. Yo no le paré bolas, oriné en el patio como un
perro, y me puse a hacer café que saboreé viendo para San Felipe y pensando en
los seres que llevo dentro, y que no puedo dejar cuando salgo, en los seres que
han irrumpido en el silencio de mi vida, algunos reales, otros imaginados,
llevados de las imágenes del día a día a mis entrañas. Que no dejan de llegar,
que no dejan de llegar, que no dejan de llegar, para llevársele a uno la
poquita vida que queda, la poquitica vida que aún queda, y que se mece entre la
precaria salud y las ansias de instantes felices, deseados y esquivos. Heme en
soledad, ya quisiera yo que fuera en Soledad Atlántico, en medio de butifarras
y de gente alegre y cumbiambera y linda. No, en mi soledad ansiada y acariciada.
¿qué para qué la busco, si al contrario todos le temen? Quien sabe qué será,
debe ser que metido en ella sale mejor el pensamiento y el deseo del
inconsciente y la angustia y el desasosiego se aplacan. No hay radio, ni
televisión, afuera la vida fluye, adentro se detiene en mí, nadie me apabulla y
la vida real de mi realidad se pospone. Vuelve la gata para decirme que va
estar por ahí, de pronto un gorrión se atraviesa como perdido y ella lo atrapa
al vuelo, y en menos de lo que canta un gallo lo devora mirándome con uno de
sus ojos, esperando que yo la recrimine, y no salgo de mi asombro: gata
asesina, le digo, y ella oronda da la vuelta y se va contoneando sus caderas de
gata caucana.
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