Llegando. Por: César Augusto Ayala Diago. (Profesor titular-Universidad Nacional de Colombia)


Y así fui llegando. Por suerte dieron orden de desalojo por tropeles en la 45 y en la 26. Se suspendió la clase y pude tomar sin dificultad un taxi para El Dorado. Estaba bajo impresiones gratas: la de haber conversado con un joven amigo, y la de haberle escuchado al maestro Álvaro sus cosas sobre la obra de Freud como objeto de y para la investigación. Nos pormenorizó libro a libro el enorme trabajo editorial de Strachei, y contó anécdotas de la vida del uno y del otro; del organizador meticuloso y del obsesivo escritor que fue Don Sigmund. Y así lo he percibido: escribiendo varios libros a la vez, elaborando sus tesis a través de la escritura como si esta y no otra cosa le permitiera la satisfacción de la comprobación. Y luego estuve allí en el aeropuerto viendo a todo el mundo en el ajetreo del viaje a emprender. Nada nuevo, salvo otra entrada a las salidas nacionales. Como siempre todo caro, hasta que me metí en sala y empecé a leer Escribir de Margarite Duras, y me enganché con esa lectura antes de embarcarme, cuando me embarqué y durante el vuelo hasta llegar a Palmaseca renovada de innovaciones más amables para los que por allí hemos pasado toda la vida. El clima estaba como mandado a hacer. Llegó el carro, intercambié la palabra hasta llegar al pueblo, que dormía a sus anchas. Era la media noche, uno que otro parqueando, todo daba a entender que la vida estaba apacible y que la muerte había pasado de largo, muy curioso porque ella siempre se detiene por estos lados.

 La casa estaba limpia, le habían sacado brillo; y la gata ahí; me miró y con su mirada me fusiló: que por qué había demorado tanto, que por qué no la había llevado y que qué le había traído, me dijo con su runruneo, y poco a poco se me acercó para sobarse en mis piernas; que estaba preñada, agregó, y que no sabía de quien porque le habían hecho vaca muerta todos los gatos del pueblo en un festín de nunca olvidar. Ya estoy cansada de parir, salgo de una parida y me meto en la otra. Menos mal que cuento con esta casa que está desocupada casi todo el tiempo, aquí vienen a visitarme todos los gatos del pueblo no para responder por estos animalitos que llevo dentro, sino para ver si ya estoy de nuevo en celo; cuando acabará esto, esto de vivir para permanecer preñada sin cesar no es vida. Hablaba y hablaba como loca desenfrenada. Usted me disculpará, continuó, pero es que desde que se fue no he podido conversar con humano alguno. Mi amo me trae las pepas esas y vuelve y se larga sin dejarme decirle nada, usted no se imagina lo que es la soledad para una gata que todos los gatos buscan para dejarme preñada. En fin, vaya y duerma que se le ve el cansancio, y salió sin rumbo por uno de los tejados.

Amaneció, con cielo encapotado, y con los pisos llenos del sereno de la noche. La gata estaba a la puerta esperándome; casi no se levanta, me dijo. Yo me fui de rumba por los tejados del pueblo, aproveché mi situación y conté a cuanto gato vi que usted había vuelto, como para que no lleguen estoy días a abusar de mí delante de usted, que hasta vergüenza me da. Yo no le paré bolas, oriné en el patio como un perro, y me puse a hacer café que saboreé viendo para San Felipe y pensando en los seres que llevo dentro, y que no puedo dejar cuando salgo, en los seres que han irrumpido en el silencio de mi vida, algunos reales, otros imaginados, llevados de las imágenes del día a día a mis entrañas. Que no dejan de llegar, que no dejan de llegar, que no dejan de llegar, para llevársele a uno la poquita vida que queda, la poquitica vida que aún queda, y que se mece entre la precaria salud y las ansias de instantes felices, deseados y esquivos. Heme en soledad, ya quisiera yo que fuera en Soledad Atlántico, en medio de butifarras y de gente alegre y cumbiambera y linda. No, en mi soledad ansiada y acariciada. ¿qué para qué la busco, si al contrario todos le temen? Quien sabe qué será, debe ser que metido en ella sale mejor el pensamiento y el deseo del inconsciente y la angustia y el desasosiego se aplacan. No hay radio, ni televisión, afuera la vida fluye, adentro se detiene en mí, nadie me apabulla y la vida real de mi realidad se pospone. Vuelve la gata para decirme que va estar por ahí, de pronto un gorrión se atraviesa como perdido y ella lo atrapa al vuelo, y en menos de lo que canta un gallo lo devora mirándome con uno de sus ojos, esperando que yo la recrimine, y no salgo de mi asombro: gata asesina, le digo, y ella oronda da la vuelta y se va contoneando sus caderas de gata caucana.

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