Ponerle nombre a las cosas. Por: Manuel Amaya. (La Vega-Cundinamarca).
Amigas y amigos de Hilos de fique, según el director del periódico tengo libertad para escribir —sin restricciones, por el momento—, sobre el tema que quiera. En los talleres de escritura enseñan que nada está vedado para el escritor. Tengo, pues, a mi disposición un mar de posibilidades y parecería absurdo que les dijera algo como lo siguiente: la semana pasada no escribí porque no encontré un tema interesante. ¿Hablas en serio? Se preguntaría más de uno y, quizá, no faltaría el que me enviara un listado de buenos temas.
No siempre es fácil
escribir, por no decir casi nunca y tampoco lo fue esta vez. Hasta que escuché
a un youtuber decir: para grabar un video de 10 minutos tengo que trabajar
entre cinco y seis horas. Pensé: yo quiero escribir una página y llevo varios
días viendo pasar temas por mi imaginación, que se escurren como agua entre los
dedos. El youtuber no dijo cuánto tiempo le llevó encontrar el tema, supongamos
que no tuvo apuros.
Esto me hace pensar algo
que ya sabe todo el mundo y ahora yo también: que la realidad no es
lingüística. Que la convertimos en lenguaje, que la transformamos en palabras,
y que el lenguaje —ponerle nombre a las cosas— es esencialmente metafórico. Se
podría creer que gran parte de la realidad ya ha sido transformada —o
traducida—, en palabras. Sin embargo, queda la sospecha de que muy pocas
traducciones son definitivas, suponiendo que algunas lo sean. Sabemos que el
lenguaje es cambiante como la realidad. No quepa duda de que hay infinidad de
traducciones posibles, que no hemos terminado ni terminaremos de traducir la
realidad, de transformarla en lenguaje. Hay un eslogan muy conocido y utilizado
en publicidad: Una imagen vale más que mil palabras. En general, muestran en
los medios a alguien que proyecta una imagen de distinción por vestir de determinada
manera o usar un producto costoso: ese alguien encarna la imagen que imitarán
los consumidores.
No me refería a ese tipo
de imagen sino a la imagen de un objeto o cosa cualquiera, al dibujo. La
publicidad proclama que no hay palabras pare describir la imagen, que es inefable
porque la sola imagen lo dice todo. El buen entendedor sabe que la imagen no
dice nada, que muestra. En los talleres de escritura a veces los profesores
muestran una imagen y ponen a los estudiantes a escribir sobre ella. Se pueden
presentar coincidencias en cuanto a algunas ideas que suscita, pero es casi
imposible que se presenten dos descripciones idénticas.
En el Macondo recién
fundado, las cosas parecían más simples al principio, puesto que:
El
mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para
mencionarlas había que señalarlas con el dedo.
Es decir, había que
mostrarlas. Como si el ignoto origen de Macondo se remontara a la época de los
homínidos, por decir algo, cuando apenas había habla, si la había, y la
escritura era impensable. Los sentidos eran entonces más poderosos que la
inteligencia, o solo existía la barbarie, si es que afirmar tal cosa no es una
auténtica barbaridad. En definitiva: cuando no existían los complicados
problemas con el lenguaje, porque casi todas las cosas carecían de nombre, y
había que señalarlas con el dedo o indicarlas como se pudiera.
Pero mi problema era
otro: que no es fácil escribir. Que la realidad nos muestra sus mil y una
formas de mil y una maneras, y que es difícil tomar una pequeña parte de ella y
convertirla en palabras. Resulta que los escritores hemos de re-crearla con
palabras, de transformarla en lenguaje, y que esa re-creación se parece más a
un poema que a la definición de un diccionario, por más que el presente escrito
poco o nada tenga de poema. Por cierto, no nos interesa expresarnos en el
estilo de los diccionarios, aunque son unos libracos muy útiles. Queremos
expresar en palabras lo que percibimos, decir que significa para nosotros si lo
apreciamos o no, si queremos trasmitirlo a otros, etc.
En mi caso solo pretendo,
o pretendía, escribir sobre un tema que le pueda interesar a un puñado de los
innumerables lectores de Hilos de fique. Quise advertirles que hay algo
misterioso en el hecho de escribir y de intentar comunicar algo. Que sin importar
el tema ni la manera como se escriba, de lo que se trata es de echarles un
cuento, y hay que tener cierta gracia para echar cuentos, o una destreza que tal
vez no poseo pero que aspiro a conseguir. Quizá uno de ustedes me pueda indicar
si voy por buen camino o estoy extraviado.
Por ahora, planto, como
dicen los jugadores de cartas, porque si continúo me meto en problemas
insondables. Lo que he escrito tiene implicaciones que, seguramente, ni yo
mismo soy capaz de sospechar. Por tanto, doy un paso al costado y dejo abierto
el asunto para que otros, más versados que yo en cuestiones de lenguaje, hagan
las aclaraciones pertinentes o tachen el escrito, si no queda otra alternativa.
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