(Reseña). Colombia en la mira. Péter Áldor y el anticomunismo gráfico. Un libro de César Augusto Ayala Diago. Por: Eric Barbosa. (La Vega-Cundinamarca).

A mi juicio, la calidad y relevancia de un libro se definen por su capacidad de generar nuevas reflexiones, incluso si van más allá de las temáticas que ellos mismos tratan. O sobre todo por esto último, pues indica que la obra se circunscribe dentro de los procesos culturales humanos más generales, los cuales están atravesados por la economía, la política, la vida cotidiana, los imaginarios, entre otros entendidos como facetas interactivas pertenecientes a una misma historia, y no como parcelas independientes. Y justamente, creo que Colombia en la mira es un trabajo que le permite a los lectores producir nuevas ideas, tanto de la sociedad colombiana, como de la historia de la humanidad, y no solo de la grafía, o la caricatura, que es de lo que el libro trata.

Para el caso particular de Colombia en la mira, la obra tiene varios procesos de trasfondo: la configuración y consolidación de la Guerra Fría, las descolonizaciones de Asia y África, la violencia bipartidista en Colombia, el proceso de configuración de la sensibilidad santista, etcétera, en las cuales se fueron proponiendo estrategias de dominación y/o formas de organización alternativas a los imperialismos. Sin embargo, en las bases de estos procesos, el autor plantea un problema de mayor envergadura por ser correlativo a distintas sociedades en los diferentes tiempos y espacios: la tendencia antropológica de los seres humanos de perseguir a alguien, de excluir a los otros para delinear y justificar el “nosotros”.

Por ello es tan acertada la elección de un intelectual como Péter Áldor, quién, aunque proveniente de la lejana Hungría, pudo leer con relativa facilidad los códigos culturales colombianos y plantear sus propios pensamientos en consecuencia a ellos. Y es que, pese a que existen particularidades históricas, experiencias diversas que construyen las diferentes personalidades de los pueblos, también existen lógicas de explicación similares, planteadas en formatos parecidos y que permiten conectarnos y comunicarnos aun si provenimos de otras tradiciones. Tanto en Colombia como en Hungría existieron sistemas de dominación basados en la exclusión. Tanto aquí como allá existió un peso importante de la religión católica, con la cual se plantearon los discursos y símbolos para entender los fenómenos sociales siempre bajo la polaridad de los buenos y los malos. Una visión bipartita que no admite puntos de contacto y que ha estado en el trasfondo de los acontecimientos humanos de por aquí, de por allá y más allá.

Me parece que estos planteamientos le permitieron a César Ayala hablar de toda una civilización cristiana u occidental, en la que no importaba donde se nacía para inmiscuirse y comprender los símbolos/imágenes útiles para la negación del otro. Tales símbolos, que despiertan emociones, por lo general el miedo, fueron grandes movilizadores de acontecimientos: la violencia bipartidista, las izquierdas contra las derechas y otras  situaciones donde la única solución pareció ser la eliminación total del otro. Y de allí radica otra de las importancias de Áldor como caricaturista. Ayala nos recuerda que: “Nada como la caricatura para entender el carácter universal, conectado y transferido de los procesos históricos”, pues esta le apunta a las sensaciones y pensamientos por medio de imágenes que ni siquiera requieren de la intervención del lenguaje hablado.

Y de imágenes intimidantes, removedoras de escrúpulos, impresionantes, pregnantes -como diría Ayala- fue experto Peter Áldor. Ante la amenaza del comunismo para la humanidad, más supuesto que real en el caso colombiano, pero siempre útil como sistema de dominación, el caricaturista húngaro afiló sus lápices y por medio de su pluma se expresó la civilización occidental toda en contra del sistema soviético, considerado emergente y amenazante. Así, por la caricatura de Áldor se expresó la mitología griega, la cultura medieval, Durero, Rembrandt, Goya, el barroco -que fue un periodo de desasosiegos y crisis- para dejar planteado el peligro de la URSS. Todas estas corrientes y estilos los pudo sintetizar por estar planteados en la lógica de los buenos y los malos. 

Con Áldor, la caricatura no fue algo de chiste, quizá de humor negro, pero no fue graciosa. Hizo parte del dispositivo ideológico y de dominación del El Tiempo. O del liberalismo santista que, aunque de élite, estaba por fuera del poder del Estado en los años 1950. En las páginas de ese diario, Áldor pudo expresar la monstruosidad del stalinismo y equipararlo con los desaparecidos fascismos y nazimos, a los que revivió a cada instante una vez cerrada la Segunda Guerra Mundial. Lo mismo eran Hitler, que Stalin, que Mussolini y todos eran bestias mitológicas, con hocicos gigantes que amenazaron con engullirse a la humanidad. Una posibilidad real si se tiene en cuenta que esos personajes se conocieron más por las caricaturas que por sus fotografías.

Así, los bestiarios medievales, la mitología griega, o incluso las máquinas intimidantes de la carrera armamentista fueron útiles para infundir terror a todo aquello que no sonara al sistema liberal de desarrollo al estilo norteamericano y que el santismo había defendido. Quizá con esta tendencia de posicionar y unificar lo diferente dentro del mismo grupo de los “peores”, de los malos, pueda explicarse la funcionalidad de lo que Ayala llamó el método censorio. Colombia vivió importantes dinámicas de censura de prensa durante los años 1950. Prácticamente, solo pasó el anticomunismo internacional por las páginas de los periódicos. Pero, si Stalin era lo mismo que Hittler, nada impedía equiparar, aun por referencias aledañas, a Laureano Gómez o a Rojas Pinilla con ellos. De manera que, hablando de los primeros se pudo referir a los segundos. Hablando de afuera, se pudo criticar la violencia interna que avanzaba sin merma. Mencionando las revueltas húngaras de 1956, se insinuó la caída de Rojas. Criticando a Juan Domingo Perón por el cierre del diario La Prensa en Argentina, se le lanzaron dardos al laureanismo por su censura criolla. A la final, para Áldor fueron lo mismo.

En Colombia en la mira, la crítica aldoriana y de El Tiempo en contra del peronismo ocupa un papel relevante. Básicamente, según estos lo asumieron, fueron Perón y Evita la encarnación de los totalitarismos europeos en tierras americanas. Se les reconoció como diferentes, ergo, se les puso en el saco de los peores con Stalin y otros. El justicialismo habría sido otra expresión llana de dictadura, y como monstruoso fue Hitler, también lo sería Perón, el macho cabrío como encarnación satánica.

Gracias a este ataque contra el peronismo, la obra lleva a reflexionar sobre la estigmatización a las propuestas disidentes de los imperialismos dominantes. El populismo latinoamericano, y sus diversas propuestas de integración de lo social en lo político -parafraseando a Gaitán- se asimiló igual que los fascismos y comunismos. Pudo ser que el Frente Nacional se haya logrado en cuanto se sacó de escena al peronismo en su faceta colombiana, es decir, el alzatismo y el gaitanismo. O, en otras palabras, cuando se sacaron las propuestas de reforma social de envergadura de las discusiones y acciones políticas de las élites. Anticomunistas ya eran casi todas las tendencias políticas antes de 1958, pero aun había serios intereses de reforma social. Pero con la ofensiva hacia el peronismo, asumido como un totalitarismo más, a esa posibilidad prácticamente renunciaron las élites liberales y conservadoras que pactaron el Frente. Con el ataque a lo que sonara a totalitarismo/populismo, se fue a la basura lo que ellos implicaban, lo bueno y lo malo, entre lo que se incluye la posibilidad de integración social.

Así como el anticomunismo gráfico tuvo el terreno abonado para que emergiera la pluma de Áldor, pues, como lo muestra Ayala desde antes de su llegada a finales de los años 1940 había en el país fuerte crítica hacia la Revolución rusa, así mismo el anticomunismo del caricaturista abonó el terrero para la asimilación de lo que se vendría a conocer como el sistema neoliberal de desarrollo. Recuérdese que autores como Hayek, en su Camino hacia la servidumbre, también pusieron en el mismo saco de lo peor a todo lo que no sonara a liberalismo y también asumieron la cuestión social como algo carente de sentido. De manera que en Colombia no se tuvo que esperar hasta las afamadas reformas de 1990 para adoptar dicho sistema, que básicamente fue el desarrollo obvio del anticomunismo latente y que Áldor ayudó a instaurar en las conciencias colombianas.

Colombia en la mira es una obra que recomiendo completamente. Es un libro que ilustra sobre las consecuencias de ver el mundo bajo la lógica de buenos/malos, que normalmente está en la base de las guerras. Demuestra cómo esta tendencia a perseguir a alguien se puede generar tanto en los grupos establecidos como en aquellos que buscan establecerse. Pero, esto no es un definitivo. Al ser conscientes de que ello efectivamente sucede, seguramente encontraremos las herramientas para superar esa lógica que tanto drama ha generado.     

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