Cundinamarca: tierra de ensueño, (parte II). Por: Julio César Guasca. (Suacha-Cundinamarca)

 


Uno de los ecosistemas que poco han sido visibilizados, pero que es altamente funcional para las diversas formas de vida que existen en el Departamento, es el bosque de niebla, el cual también cumple una función reguladora en el ciclo del agua. Es una experiencia sobrecogedora cuando uno se desplaza desde el altiplano y se encuentra con este majestuoso bosque, el cual siempre está cubierto por un manto de nubes que de forma delicada van dejando escurrir sus gotas de agua.

Cundinamarca posee una importante franja de bosques de niebla, que se extiende por todas las direcciones y es, por decirlo de alguna manera, una barrera natural, un límite o, si se quiere, una frontera que avisa que el altiplano termina y que poco a poco la temperatura se irá volviendo más cálida al descender a tierras más bajas. Cuando se transita del altiplano hacia Fusagasugá, el viajero se encuentra con un importante nicho de este ecosistema que abarca el famoso Alto de San Miguel; dicho sitio está compuesto por árboles de más de 10 metros cuyas copas conforman un inmenso imán que atrae el agua de las nubes.

Rumbo a La Mesa, también hay un relicto de este bosque, el cual se convierte en un borde que, a su vez, contiene las brisas del Tequendama; mismas que de forma caprichosa tratan de penetrar a la Sabana por la parte suroccidental. Por otra parte, los que quieren tomar el antiguo camino real que conduce a Honda, pesaroso camino que por siglos transitaron nuestros antepasados, también se encontrarán con este bello ecosistema, especialmente en inmediaciones del pueblo de Albán, el cual ya se ha habituado a vivir entre la penumbra de la niebla. Chipaque tampoco se escapa del influjo de las nubes, puesto que los bancos de niebla muy cargados de agua que suben desde la Orinoquía, tienen su nido en las copas arbóreas de este bosque. Por todo lo anterior, se podría decir que Bogotá y la Sabana se ubican en medio de un cinturón de bosque de niebla.

Volviendo a lo que se afirmó inicialmente, estos nichos ecosistémicos sí que son desconocidos por buena parte de los cundinamarqueses, incluso al punto de que han sido objeto de fuertes impactos ambientales específicamente con el influjo de la minería y la deforestación para aprovechar las maderas que estos producen, sin contar con que la ganadería extensiva que también ha dejado su devastadora impronta. Los bosques de niebla son el hogar de osos perezosos, búhos, tigrillos y reptiles, en tanto que a nivel vegetativo se pueden observar inmensos helechos, hongos, líquenes, musgos, quiches y bejucos que cuelgan de los árboles. Todo un sinfín de especies hacen que estos lugares estén imbuidos de biodiversidad.

Algunos ríos y quebradas también tienen su nacimiento en los bosques de niebla. Por ello, es fundamental que en el departamento se reconozcan estos nichos de vida determinando cuáles son sus características, funciones y que tipos de especies de flora y fauna albergan. Cundinamarca es una inmensa miríada de ecosistemas que han sido vulnerados, y pasan de forma inadvertida para casi todos los habitantes que vivimos en este departamento. Sería una idea maravillosa que los centros universitarios y escolares fijaran sus ojos en estos bosques, para crear una pedagogía sobre la diversidad ambiental de nuestra tierra, y en especial sobre estos bosques que cómo otros ecosistemas tienen serios riesgos. 

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