El amor a la vida, una contra-propuesta progresista a la farmacodependencia. Por: Uriel Leal. (San Francisco-Cundinamarca)
Robert Johnson, eminente psicólogo jungiano,
en su libro ECTASYS, afirma que la adicción “no es más que un sustituto muy
degradado de una verdadera experiencia de gozo”. Esta premisa es esencial
en lo que toca a la mirada que personalmente tenemos sobre la
farmacodependencia y el adicto, y aunque levante “ampolla” en algunos, nos atreveremos
en éstas cortas líneas a desglosarla respaldándonos para ello en los aportes
del doctor Chopra, los cuales compartimos en gran medida.
Vemos a los adictos en su mayoría
como buscadores, pero buscadores desorientados. Los adictos son personas en
procura de placer, de ese placer que desde la más tierna infancia les fue
negado y posiblemente reemplazado por algo que en ese momento precisamente no
era lo que necesitaban. En consecuencia, se puede afirmar que los adictos van
tras cierta experiencia trascendental y deseamos resaltar que consideramos esta
búsqueda como muy positiva. Al menos en el comienzo, ellos esperan vivir algo
maravilloso, algo que sobrepase la realidad cotidiana insatisfactoria y hasta
insoportable que estamos viviendo la mayoría de colombianos. En éste impulso no
hay nada de que avergonzarse, al contrario, es la base de una esperanza
verdadera y de una transformación real.
En la lucha contra la adicción,
nuestra verdadera tarea consiste en reavivar la conciencia de los compromisos
que tenemos con nuestro crecimiento espiritual y con la sociedad; compromisos
que siempre nos habitan, aunque no los tengamos en cuenta. No es señalando los
efectos destructivos de las conductas adictivas, ni tratando a los drogodependientes
como deshechos humanos, ni dando cátedras magistrales sobre qué son las
sustancias psicoactivas, como vamos a revertir éste doloroso proceso hacia la
destrucción total.
Para superar los esfuerzos teñidos de
rabia, conflicto y desesperación, que han pregnado buen número de programas y
posiciones frente a la fármaco dependencia y al drogadicto, se hace necesario
ver a éste como persona que reacciona de manera autodestructiva, aunque
comprensible, al vacío espiritual a que nos ha conducido una sociedad
consumista, injusta y clasista, decadente a nivel moral y político.
Para nosotros los de estratos
socioeconómicos bajos, donde los efectos de la droga son mas devastadores y evidentemente
fatales, es perentorio que hagamos realidad, día a día, la práctica del
compromiso espiritual, tanto a nivel individual como social; esa es la única
vía para superar los comportamientos adictivos, como para enfrentar las grandes
falencias de un país que propende por la adicción aún así su doble moral lo
niegue tajantemente. Pero ustedes se preguntarán qué es el compromiso
espiritual al que tanto nos referimos.
En las siguientes líneas nos
permitiremos responder a través de un antecedente histórico a este
interrogante.
Habíamos dicho que el problema de las
adicciones es casi exclusivo de la sociedad occidental. Ya que surge en Europa
y Norteamérica, con características epidémicas solamente después de la segunda
guerra mundial y en Colombia a partir de los años 60. En términos generales,
las modalidades de intervención más comunes en el mundo, para el tratamiento de
la adicción a psicoactivantes ilegales pueden diferenciarse por tener, o bien
unenfoque que se ha llamado “libre de drogas” o uno de “reducción de
perjuicios”.
Aquí plantearemos una alternativa de
abordaje diferente a las hasta ahora propuestas. Alternativa que estará
supeditada a la contextualización social del sujeto beneficiario (adicto); ya
veremos el porqué. Este tratamiento de la adicción podría llamarse: “basado en
la desalienación”. Hay que hacer, sin embargo, la salvedad de que para poder
renunciar a las sensaciones que proporcionan las adicciones, es preciso haber
conocido el verdadero placer. Y el primer paso para conocer la dicha es,
sencillamente, conocerse a uno mismo como sujeto-objeto producto de la
sociedad.
Quizá el aporte más importante de una
sociedad sana sea el que señala que debemos “conocer a la persona y a la
sociedad a la que pertenece, antes de poder entender y controlar su adicción”.
Teniendo en cuenta lo anterior, no caeremos en la insensatez de reducir un
problema de determinada índole a otra a la cual no corresponde, o de llegar al
maltrato físico y moral del ya mas que sufrido drogodependiente, al obligarlo
bajo enfoques represivos más que comprensivos, a dejar la sustancia
psicoactiva, antes que luchar porque las desigualdades sociales o económicas
que le llevaron a conductas de alto riesgo comiencen a dejar de existir y/o de
permitirle ingresar a programas integrales.
A lo largo de los siglos, la ciencia
ha creado una terminología muy eficaz para expresar las relaciones entre mente
y cuerpo, y para describir los modos en que se expresan dichas relaciones en
una misma persona. Según el materialismo histórico-dialéctico, el hombre es un
ser biológico, psicológico y social y por ende, su esencia como tal, se
construye en las relaciones sociales que establece con su entorno a lo largo de
su vida. Estas lo determinan, pero él también tiene la capacidad y el poder de
auto construirse y construir su realidad social y personal para bien o para
mal.
Por eso uno de los primeros pasos es
hacerse cargo de que el hombre es individuo razonable y humanista, ansioso de
conocimientos y activo, que a la vez aprenderá a disfrutar de la belleza que le
fue negada; un individuo integral y desarrollado en todos los aspectos que
encarnará el ideal de la auténtica unidad de las fuerzas esenciales del hombre
y de su perfección espiritual y física. En su calidad de ser social el hombre
se afianza precisamente como personalidad con sus rasgos originales
irrepetibles, con la unicidad de su “Yo” individual.
Lo anterior debería ser algo
imborrable en nuestra conciencia, pero se olvida por “toxinas e impurezas” de
todo tipo, sobre todo las de carácter socio-económico y educativo que nos
aliena.
El trabajo reeducativo, iría precisamente
en esa dirección de toma de conciencia de nuestra realidad personal y social.
Empezaremos, no por librarnos de los recuerdos y deseos que subyacen en el
comportamiento adictivo, más bien, concentraremos el esfuerzo en crear
sentimientos y compromisos nuevos, muy positivos, que moderarán los impulsos
destructivos de la adicción y le arrebatarán su poder. Una vez que se logra el
compromiso del desarrollo personal integral, se genera un deseo más fuerte que
la adicción misma: EL AMOR A LA VIDA.
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