El cine y la literatura. Por: Álvaro Enciso Prieto. (Nocaima-Cundinamarca)

 


El título debería ser: “La literatura y el cine”, si se tratara de ubicar en clave de cronos a estos dos hermanos del arte.

Pero, sería perder el tiempo neciamente ocuparnos en estas pocas líneas de algo que tiene menos importancia que las ricas relaciones entre dos portentos de la creación estética humana. Aunque debo sostener que, aquel le debe más a aquella.

Se necesitaría un grueso tratado (o muchos bites de memoria, en términos de ordenador informático) para abarcar con algo de justicia académica los múltiples encuentros de las letras y el llamado séptimo arte.

Por puro capricho, se me ocurre que podemos ver como destellos de pantalla algunos de esos casi siempre afortunados nexos, remitiéndonos a referencias de países tan diferentes y lejanos como México, Egipto, Brasil, Alemania, Estados Unidos, Japón y, por supuesto, el nuestro.

Para gloria del cine mexicano, Arturo Ripstein adaptó un guión de nuestro nobel colombiano y lo convirtió en la película Tiempo de silencio, en 1965. También, este director en 1999 dirigió la película -basada en otra obra de García Márquez- El coronel no tiene quien le escriba. Pero, ya antes se había metido con la obra del nobel de literatura de 1988 el egipcio Naguib Mahfuz al dirigir la película Principio y fin; además, en 1994 participó como productor en la adaptación de otra obra de éste, El Callejón de los milagros. La obra de Juan Rulfo también fue “tocada” por el cine de Ripstein en la película, El Imperio de la fortuna, en 1986.

Saltando al otro lado del mundo, nos atrevemos a registrar al que, según mi modesto parecer, es uno de los genios del cine universal (¿en otro parte del infinito se hará cine?), el japonés Akira Kurosawa, quién, entre otras supremas gracias, adaptó obras fenómenos de la literatura: El Idiota del ruso Dovstoievski, así como Macbeth y El Rey Lear del inglés William Shakespeare. No quiero olvidar su hermosa película Dersu Uzala, que se hizo a partir de un relato de literatura rusa sobre la silvestre vida de un cazador en la frontera con la China y que ganó en 1975 el premio Oscar a la mejor película extranjera.

Cambiando de paralelo, más no de hemisferio, el cine estadounidense muchas veces se ha servido de las letras para plasmarlas en imágenes y sonido. Richard Brooks realizó en 1967 la versión cinematográfica de A sangre fría, quizás la obra más conocida del controvertido escritor y paisano suyo, Truman Capote. En ese mismo país, ya en 1962, el guionista, director y a veces actor, Orson Welles, adaptó al cine la novela El proceso, una de las obras póstumas del escritor judío-checo Franz Kafka.

En tierras del viejo mundo, con el perdón de tantos ilustres cineastas europeos, considero una mención especial al director alemán Werner Herzog, (aunque en su país no siempre fue reconocido bien). Este señor, que dirigió obras de referencia histórica sobre episodios de la influencia europea en América -Aguirre, la ira de Dios y Fitzcarraldo, ambas protagonizadas por el feo padre de la bella Natassja, Klaus Kinski- en 1978 adaptó el texto Woyzeck del dramaturgo Georg Büchner, que narra la historia de un hombre que no pudiendo aguantar las injusticias sociales, mata a su mujer y se suicida.

En esas mismas latitudes, aparte del motivo que nos ocupa, por la controversia que algo de su juventud generó en meses pasados, el escritor alemán Günter Grass, premio Nobel de literatura y premio Príncipe de Asturias en el mismo año, 1999, vio que su obra, El tambor de hojalata, ganaba el premio Oscar de 1979 a la mejor película extranjera de la mano del director Volken Schlöndorff.  

Para reconocer un poco el aporte colombiano a este apasionante diálogo de las musas, no es posible dejar por fuera los coqueteos que el cine nacional le ha hecho a la literatura colombiana. Y que mejor que un clásico de la novela romántica, María, del escritor de ascendencia judío-británica, Jorge Isaacs, que fue llevada tempranamente al cine en 1922 por los españoles Máximo Calvo y Alfredo del Diestro. Esa misma obra, en 1966, fue exhibida como largometraje en 8 milímetros por el fallecido pintor Enrique Grau.  

Podríamos seguir este periplo por continentes y países, lenguas y corrientes cinematográficas, con la seguridad de encontrar siempre ese maridaje sabroso, pero quizás correríamos el riesgo de quitarle el oficio a los que de verdad saben de uno y otro tema; para evitar esto y confirmar lo que planteamos en el segundo párrafo, me valgo de lo que hicieron los directores brasileños Bruno Barreto y Héctor Babenco; el primero, llevar al cine  dos de las obras del escritor carioca Jorge Amado, Doña Flor y sus dos maridos y Gabriela Clavo y Canela,  y el segundo,  El Beso de la mujer araña del escritor argentino Manuel Puig.


(Imagen tomada de: https://www.gaceta.unam.mx/la-obra-literaria-en-cine-debe-tener-su-propia-version/)

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