Por los siglos de los siglos. Por: César Augusto Ayala Diago. (Profesor titular-Universidad Nacional de Colombia)

 


Me levanté con Sabina en la cabeza como si hubiera dormido con él: De sobra sabes que no eres la primera…; quién me ha robado el mes de abril; a que no sabes qué dijo la gran Pu: hola y adiós. Y el portazo sonó como un signo de interrogación. Le escuchaba en mi mente como si estuviera cantando para mí. Versos que se le quedan a uno y que de pronto aparecen cuando se abren los labios en la soledad de una mañana de un día cargado de obligaciones que no sabemos quién las impuso, por qué y para qué. Pero también me levanté pensando en los malabares que tengo que hacer para una tesis: hacer del psicoanálisis una metáfora para explicar algo imposible: la historia misma. Introducir y trasladar conceptos que son para entender el alma humana, al alma de un pueblo que estuvo hecho añicos desde antes de nacer, un país desdichado, fracturado, desmembrado y violento como por naturaleza. Por naturaleza desigual, y como decía Darío Echandía: un país de cafres, pobres los cafres, un pueblo africano que nada tiene que ver con la miseria humana que hemos resultado siendo los que aquí habitamos, los que aquí habitarán y ojalá no los que tengan la obligación de nacer en esta geografía ya repartida entre dueños visibles e invisibles. ¡Vaya catilinaria! Pero qué le vamos a hacer. No más sintonizar la radio o leer la prensa, todos los medios despotricando, desformando la opinión para poner a la gente a repetir sandeces. Los medios escritos y verbales violentos tejen la violencia a velocidades incalculables e inmanejables, se amparan en la supuesta libertad de prensa para en libertad fabricar desprestigios y juzgar, y condenar y marginar; operan como jueces, como si lo fueran de la república. Se montan en los nuevos discursos, los discursos que se volvieron hegemónicos así por así, porque es que así tiene que ser, la víctima tiene la razón. La radio, la televisión, las redes sociales juzgando y haciendo de la comunicación la guerra, la violencia, peor que la de las armas. Definitivamente es imposible vivir la paz. Aunque se instale la utópica paz total, esta guerra que avivan los medios no habrá quien la pare. Ahora sí entiendo: Prenda la radio, encienda la televisión; con razón, sí, es eso: prender, encender. Así se decía y eso terminó siendo: candela, incendio. ¿Paz total? y entonces ¿por qué no negocian esa paz también con los medios, gestores, fabricadores, instauradores de esa violencia con la que arman a la gente cuya única fuente, la más fácil, es prestar sus oídos para que entre el malentendido y el odio destilante las 24 horas del día?

Se democratizaron los medios, se multiplicaron, ahora los hay por montones en ciudades y pueblos, en instituciones. ¡Que paradoja! No fue para mejor, que pena decirlo, no ha sido para bien. ¿O sí?  Se democratizó la religión, ahora hay iglesias por metro cuadrado. No fue para mejor, ¿o sí? Se democratizó la educación superior: hay universidades e instituciones universitarias de todo tipo por metro cuadrado también en las ciudades capitales. No fue para mejor ¿o sí?  Se eligen todos los gobernantes, los alcaldes, no fue para mejor ¿o sí? Se eligen los rectores, no fue para mejor ¿o sí? Hay por toneladas historiadores, psicólogos, politólogos, abogados, antropólogos. No ha sido para mejor, ¿o sí? Todo entró en el círculo de la economía de mercado: la educación, la cultura, la salud, absolutamente todo se privatizó, hasta el ejército y la policía y los servicios secretos; lo público desapareció. La normalización de lo privado como lo mejor y eficaz, una falacia, se impuso. Por la vía de la posgraduación todas las universidades públicas ya lo son privadas. Siguen siendo públicas en sus formas perversas pero privadas en sus costos. Poco que ofrecer en comparación con lo que cobran, cobran tanto que prácticamente es una compra disimulada de títulos. Es ese el costo de una educación cara: la baja calidad, un título a cambio de un valor que no compensa. Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé…, como dice el tango; por los siglos de los siglos, amén.

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