El miedo y el futuro. Por: David Segura. (La Vega-Cundinamarca)
A veces se nos va más tiempo pensando en el futuro que en el presente. Es
una característica muy común del ajetreado día a día que vivimos en esta
sociedad. Incluso las angustiantes maneras de cómo se ve el futuro nos vienen
impidiendo gozar del ahora, de lo que tenemos hoy, en palabras del poeta romano
Horacio: el CARPE DIEM.
Como tengo formación en Administración Pública, Política, Derecho y algo de
Economía, se me es imposible no atañerle esta problemática a una causa social,
en otras palabras, soy de los que creen que la solución a la mayoría de los
problemas se encuentra en el ejercicio del poder, la toma de decisiones y la
ejecución de políticas públicas.
En esta ocasión pensaba más en el futuro que en el presente. Sentarme a
escribir me hizo ver una nueva posibilidad en la vida y, por lo mismo, la
rigurosidad y exigencias que me impuse fueron más altas. Por un lado, pude entender
que nuestro futuro es una variable de las decisiones que tomemos, esto haciendo
referencia más a la política que al el libre albedrío. Me dispuse a escribir de
una manera muy honesta, pero siendo consciente de que estaba iniciando.
En nuestros territorios abundan los talentos, la cultura y el deporte. Tales
actividades son manifestaciones comunes, pero los liderazgos emergentes, los
jóvenes estudiosos y dedicados son una manera poco reconocida, pero muy amplia
en que se también se desarrolla el porvenir. Pensar en esa cantidad de
profesionales que viene ganando la sociedad, y ver los índices de desempleo, la
precariedad laboral y la falta de oportunidades me permitió darme a la tarea de
buscar culpables. Si, ha de haber un culpable dado que las generaciones se
están preparando más, hay más acceso a la educación y más facilidades para ser
tecnólogos, profesionales, especialistas y adquirir otros estudios posgraduales,
pero ello no se ha reflejado en una vida más digna para las personas que
mejoran sus competencias intelectuales y profesionales.
A mi juicio, el culpable es el voto, pero no me malentiendan y menos me
relacionen con un autoritario o anarquista enemigo de la democracia. Cuando
digo que el culpable es el voto me refiero al voto sucio, el que pesa toneladas
de compromisos y favores, el que tiene encima cemento, maquinaria amarilla,
contratos de prestación de servicios, tejas, bloques o ladrillos. Ese voto que,
cuando se deposita en la urna, es tan pesado que arrastra los sueños y el
futuro de quien lo depositó con una cadena que dura cuatro años. Somos muy pocas
las personas capaces de aceptar un fracaso político o una tusa electoral y
preferimos defender lo indefendible a cambiar el rumbo de nuestras acciones. Ese
voto sucio que nos condena es el que se viene robando los espacios de la
meritocracia y la oportunidad, que con redes clientelares entrega cargos a
quienes no tienen el perfil, pero sí contactos. El voto sucio se roba la
educación, la salud, la seguridad, el medio ambiente y la paz.
Pero encontré a la vez una solución. Así como cuando tenemos las manos
sucias la manera de resolver es lavándolas, el voto sucio se puede evitar
dejando las cargas y los compromisos antes de entrar a las urnas. Esa es la
estrategia deseable para que nuestra conciencia y convicciones se adueñen de
nuestro espíritu y podamos elegir pensando en el futuro; esta vez sin que nos
preocupe, más bien para que nos motive.
Es por ello que debemos tener presente y recordar las palabras de Sergio Fajardo
en su libro El poder de la decencia: “quien paga para llegar, llega para
robar”; una respuesta que se puede dar a esos “empresarios visionarios”, que
creen que invirtiendo mas de 6 mil millones de pesos en campañas de municipios
de sexta categoría es la manera correcta de asegurar su capital, pero sin darse
cuenta que la política no es una inversión, sino una vocación.
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