El problema con la democracia en la Colombia Humana. Por: Eric Barbosa. (La Vega-Cundinamarca)

 


¿Cómo decir que la democracia no siempre funciona sin herir susceptibilidades? Quizá la mejor alternativa sea reconocer, como nos los recordara el historiador Eric Hobsbawm, “que el bienestar de los países no depende de la presencia o ausencia de un único tipo de orden institucional, por muy recomendable que sea desde el punto de vista moral.”

La afirmación se encuentra en una pequeña obra titulada Guerra y paz en el siglo XXI y, precisamente, el historiador británico la formuló refiriéndose a Colombia; una república que ha tenido casi de manera ininterrumpida -durante el último siglo- gobiernos constitucionales, democráticos y representativos, pero, al mismo tiempo, los números de personas asesinadas, mutiladas o desplazadas forzosamente han superado con creces los de cualquier dictadura militar latinoamericana.

Así, con mucha frecuencia se olvida que no existen fórmulas sociales que permitan resolver los problemas de todos los tiempos y espacios. De hecho, la implementación arbitraria de un sistema, como la democracia, por muy buenas que sean las intenciones, termina generando más dolores de cabeza que alivios.

Ese es el caso de la Colombia Humana en la actualidad. A propósito de las elecciones locales que se avecinan, el Partido de gobierno propuso un sistema de consulta interna mediante el voto para elegir a los candidatos a los consejos municipales, las alcaldías, las asambleas departamentales y las gobernaciones. Y uno podría decir: “se llegó el gobierno del cambio y se le está dando la voz a todos sus militantes en las regiones”, pero la realidad es otra y se caracteriza por su sordidez.

Colombia Humana aspira a consolidarse como la fuerza mayoritaria en las elecciones de octubre y presentarse como un partido moderno y democrático. Sin embargo, este objetivo se pretende alcanzar sin muchos procesos de base y sin que las figuras nacionales, como Isabel Zuleta o Gustavo Bolívar, se unten de región o asuman la organización real del Partido. Eso se lo dejaron a la gente sin más, a los votantes libres que se expresaron en los distintos departamentos y que ahora les achacaron la responsabilidad completa para generar el cambio.

El punto es que, sin ningún tipo de control nacional, al Partido lo han venido acaparando representantes de las élites locales establecidas y que se han caracterizado por su perenne corrupción. Eso significa que son gente con plata y que trafican sus influencias; precisamente, son quienes han logrado mantener sus posiciones de poder porque son capaces de negociar con votos y mover maquinarias. Y, ahora, el Partido del cambio les brinda una oportunidad de lujo: llama a consultas -por medio de voto popular- para elegir candidatos. En otras palabras, se busca que los ciudadanos autónomos, libres y, seguramente, con buenas competencias intelectuales se enfrenten a las maquinarias de siempre.

No es de sorprender entonces que, al acercarse las consultas internas y de la noche a la mañana, aparezcan decenas de nuevos militantes inscritos y habilitados para decidir. Se trata del clientelismo y las maquinarias operando con líderes octogenarios que ahora proclaman ser del cambio, pese a sus discursos anacrónicos. Vaya cosa tan de mal gusto.

Me parece que en la escogencia de los candidatos no debiera pesar solo el criterio cuantitativo del voto. También se debe valorar la formación y la calidez humana. El proceso del cambio también tiene que significar una renovación de las élites de poder local. En los territorios existen muchos diamantes en bruto que pudieran ocupar ese espacio y que merecen ser impulsados desde los liderazgos nacionales. Pero, sin un apoyo genuino, quizá nunca podrán brillar.            

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