El síndrome del pedestal vacío. Por: Uriel Leal. (San Francisco-Cundinamarca)
Para que termine la
angustia en el que el Yo se encuentra se hace necesario superar las relaciones
objetivas y descubrir al otro en cuanto Tú, es decir: como un ser que ha pasado
por la prueba de la soledad y ha realizado su Yo. Como dice Ignacio Leep, “mientras
el Yo no encuentre un Tú con quien pueda acometer la creación de esta nueva
realidad existencial que se llama Nosotros, la conciencia permanecerá encerrada
en un profundo malestar”.
En la comunidad de San
Francisco existe una imposibilidad para la comunicación existencial. No hay con
quien interactuar subjetivamente. El pedestal está vacío. El otro no está ni se
presta como referente para poder franquear los propios límites de su soledad y
permearse a la otra soledad. El conocimiento es la primera vía para salir de la
soledad, pero no ese conocimiento desligado de la subjetividad humana, sino ese
conocimiento que permite que el Yo tome conciencia de sí mismo e intuya también
el mundo exterior, el universo del otro.
Para que nuestros jóvenes
“enciendan” su inteligencia, su corazón, sus competencias o facultades de
acción, se requiere que otro ser humano que, semejante a él y, al mismo tiempo,
diferente, trascendente, le trasmita poder, calor humano, convicción,
aferramiento a la vida vida. Nuestros padres y docentes deben saber que la
comunión con el otrx se da cuando haya mutua aceptación. También deben entender
que sus hijos y pupilos son jóvenes en formación y requieren referentes humanos
sólidos y amorosos. Es decir: hacedores sentí-pensantes.
Nuestra vocación como
padres y docentes “pedagogos” nos obliga a querer la comunión con todos los
seres que encontramos en nuestro camino. Por experiencia sabemos que esa es nuestra
misión, que seguirá cumpliéndose al lado de seres enriquecidos que se cruzan
constantemente en nuestro camino, para bien o para mal. Si logramos romper las
barreras o dificultades que obstruyen el puente comunicativo con los demás,
nada, ni las desgracias personales, ni los fracasos políticos ni los cotidianos
derrumbes económicos, podrán abatirnos. Las miserias y fracasos compartidos
desde nuestro centro espiritual no son en realidad miseria y derrotas. La
comunión nos da valor para afrontarlos y vencerlos. Un poder, una vitalidad sin
precedentes, una audacia renovada nace en mí cuando el otrx se ofrece, deviniendo
en un Nosotros y, ese nosotros, posee una visión-misión propia, una capacidad
de conocer y de amar. La genial visión dialéctica Hegeliana lo dice:” No son
las partes lo que forman el todo, sino el todo el que da ser a las partes…”.
Nuestros jóvenes necesitan
que el otro (padre, docente o compañero) reconozca su humanidad, sus
capacidades, su valía. Esto lo afirmo porque la mayoría de esos seres tímidos y
desgraciados que acuden a consulta, lo hacen para quejarse del mal-trato moral,
familiar y académico, pues son despiadadamente criticados, juzgados y
condenados por sus ascendentes y pares que los consideran “brutos, faltos de
inteligencia, negligentes y oportunistas”.
Si bien es cierto que en
todo encuentro con otro ser hay un peligro, se corre un riesgo, también es
cierto que para encontrar al otro en el terreno espiritual se hace necesario
que renuncie a algunos aspectos atrayentes y a veces dolorosos de su vida
solitaria.
Para enrarecer el
panorama arriba descrito, los jóvenes, reflexionando sesgadamente sobre sus
derrotas pasadas, optan por prevenirse, volverse suspicaces, desconfiadxs y
piensan que nada de lo que le pueda aportar el otrx compensa las pérdidas a que
obliga todo contacto con la sociedad y, por lo tanto, el aislamiento es lo
mejor. A lo largo de su accidentada vida viene acumulando derrotas porque se le
han aparecido falsas propuestas comunicativas; porque la muchedumbre
inauténtica le ha impuesto su manera de pensar, sentir, amar y querer y le ha
tocado luchar ásperamente para salvaguardar lo poco que le queda de humanidad,
de su Yo psicológico. En esa “envidiápolis”, en ese ambiente hipócrita y de
desconfianza a flor de piel, todos aparecemos como sospechosos y peligrosos de
abordar.
El significativo número de
rupturas afectivas, matrimoniales y el ascendente “madre solismo” lo
atestiguan; en todas ellas existen motivos parciales suficientes que conducen
al aislamiento, al resentimiento, a la venganza, al resonar con la desgracia.
Sólo cuando el otrx haya sido captado y vivenciado en su totalidad uní-triádica
(amante-artista y guerrerx), es decir, como un ser pensante, sintiente y
hacedor, entonces se convertirá para mí en un Tú.
Y del encuentro de dos (o
más) Yoes que son Tú, el uno para el otrx, resultará una nueva realidad
existencial: el Nosotros. Y cuando el Nosotros haya nacido, la soledad desolada
quedará superada y trascendida. En nuestra comunidad San Franciscana la dialéctica
de la existencia debe dar un gran paso adelante. Cuando el otrx comparte
conmigo sus vivencias, sus sufrimientos, sus angustias, transforma totalmente
mi experiencia de la soledad. Una esperanza apunta y penetra la médula de mi
sentimiento de abandono: la de salir de mi soledad gracias al otrx.
Comentarios
Publicar un comentario