Otro día de la tierra. Por: Julio César Guasca. (Soacha-Cundinamarca)

 


Quisiera hacer una pausa en mi recorrido por la geografía de Cundinamarca. El 22 de abril se celebró el día de la tierra, otra jornada que no pasa der ser una conmemoración protocolaria y que podría afirmar es ampliamente desconocida. Dicho desconocimiento se sustenta en la poca conciencia que tenemos acerca del cuidado de nuestro planeta, pues desde que nacemos hasta que morimos concebimos a la tierra desde una perspectiva doble: como una simple despensa de recursos, o como un gran vertedero de basura en el cual depositamos todo lo que desechamos.

La tierra está cansada y esa sobrecarga que le hemos impuesto se ha materializado en la honda crisis climática que evidenciamos en los últimos años: incendios forestales de amplia extensión, desbordamientos de ríos, aumento de la temperatura planetaria, derretimiento de grandes franjas de bloques polares, huracanes, pandemias y otro sinfín de fenómenos cuya génesis no se debe a los ciclos naturales de nuestro planeta, sino al influjo de impactos que a diario provocamos a partir de la explotación de los recursos.

El epicentro de esta problemática sin duda alguna está en el sistema económico mundial; el sistema capitalista el cual determina que todos los seres humanos debemos sustentar nuestra existencia a través de un ciclo interminable de consumo, puesto que desde que somos niños hasta la vejez, el sistema capitalista no busca promover los más nobles valores del ser humano, sino que por el contrario ve a cada persona del planeta como un potencial comprador o consumidor. Y en esa perspectiva el éxito de una sociedad y de una persona se mide en el poder adquisitivo que se tenga, por eso, para el sistema es fundamental poner en el mercado una gran cantidad de artículos para que sean comprados masivamente, generando una sobre carga para el planeta, dado que a partir de los recursos de este es que se elaboran la gran cantidad de objetos de consumo.

En este sombrío panorama, la extracción de recursos como el petróleo, agua, madera, metales y minerales han propiciado desastrosas imágenes en las que cientos de ecosistemas y paisajes quedan totalmente arrasados por las actividades extractivas. Por todo lo anterior, la biodiversidad planetaria ha sido transgredida y la multiplicidad de especies de fauna y flora se ha visto reducida, llevando a muchas de ellas a la extinción o al borde de la misma. Como humanidad hemos traspasado los límites para mantener la estabilidad ambiental y el equilibrio de la vida en nuestro planeta. El profesor Manuel Rodríguez Becerra expone de manera clara este agudo problema en su libro “Nuestro planeta, nuestro futuro”.

Por lo anterior, es de vital importancia generar un cambio de consciencia en la humanidad, construir un nuevo horizonte cultural en el que el ser humano deje de verse como el más grande depredador de la naturaleza. Es fundamental que el ser humano se desligue de esa visión antropocéntrica en la que se considera el ser vivo más importante de la tierra, el que se ubica en la cima de la cadena trófica, el que tiene la hegemonía sobre las demás especies de seres vivos, lo que le da derecho para que disponga de ellas a su antojo, tal como sucede, por ejemplo, con la industria animal, en la que millones de animales son sacrificados para procesar sus carnes y pieles y con ello satisfacer la demanda mundial.

Ese cambio de cultura es el que propone Augusto Ángel Maya es sus diversas obras, en el que centralmente propone que debemos construir un equilibrio con el medio ambiental, cambiando nuestros parámetros de consumo en el que la naturaleza se cosifica, sino que por el contrario tenemos que configurar una nueva visión en la que la naturaleza y sociedad coexistan armónicamente, en el entendimiento que ambas se complementan, y que incluso los seres humanos también estamos incorporados al gran sistema de vida que es el planeta, a este gigantesco organismo llamado tierra que de seguir deteriorándose por causa nuestra podría provocar su total destrucción. En síntesis, necesitamos un redimensionamiento de la cultura desde una óptica más consciente y reflexiva sobre el medio natural, un cambio de los patrones de consumo que nos han llevado a la crisis ambiental, y en últimas una potenciación del sentido ético el cual nos permita evaluar y replantear nuestra relación con la naturaleza y sus diferentes formas de vida.

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