(Cuento). Las Brujas. Décima parte (ii). Por: Nicolás Castro. (Chía-Cundinamarca)
Parte 2
El hechizo
de las piedras esmeralda, capaz de detener el tiempo, era lo único que evitaba
que todo San José, junto a sus pobladores, fuera destruido. Los brujos habían
estado reuniendo a la gente en el parque principal para sacrificarla, de eso no
me cabía duda ya, sin embargo, seguía sin saber cuál era su objetivo final,
pues dicho sacrificio podía servir para un sinnúmero de posibilidades, ninguna
de los cuales podía ser buena. Lo más probable es que se tratara de una
invocación; pero también podría ser una trampa, pues los brujos sabían que no
permitiríamos que destruyeran la ciudad y a sus pobladores sin ofrecerles resistencia.
En todo caso, no había un instante que perder, pues el tiempo sólo podía ser
detenido por un lapso muy breve.
Al activar
el manto que había detenido la transformación y decadencia de la materia física
dentro de su radio, el hechizo de la Lulim-gir-ra se
había deshecho entre mis dedos. Me sentía absolutamente exhausta y mi única
esperanza de sobrevivir eran, ahora, mis hermanas.
Comencé a moverme por el parque,
tratando de identificar un punto débil en los brujos o de idear una forma de
vencerlos. Mientras caminaba, pude ver a varios de los hombres encantados;
contrario a lo que supuse, no habían huido, ni siquiera habían intentado
ocultarse. Uno de ellos estaba sobre el suelo, todavía conducido por la fuerza
suspendida de uno de los brujos, que lo lanzó contra las baldosas del parque.
Tenía la cara ensangrentada y una mueca de dolor, y su cuerpo había quedado en
medio de un violento tumbo sin completar. Frente a él, en actitud de ataque,
dos de los hombres encantados quedaron fijados en el aire, arremetiendo contra
el brujo que había golpeado a uno de los suyos. Alrededor de ellos estaban
algunos pobladores, agachados, abrazados unos a otros, y junto a estos, un
tendero, de una tienda contigua, yacía acribillado, con sus ojos vacíos
apuntando al cielo azul. Me agaché junto al cadáver, para examinarlo. No
encontré en su cuerpo rastros de ningún tipo de magia, por lo que no había
fallecido como parte del sacrificio. Seguramente no habían juntado el número
necesario de víctimas y por eso no los habían matado a todos… aún. Mientras
revisaba el cuerpo de otra víctima de los brujos, sentí la tierra temblar;
luego se oyó un estruendo profundo, cavernoso, bajo la tierra. Me levanté y
miré en dirección a la catedral. El edificio ahora estaba completamente
consumido por unas llamas negras que, para mi sorpresa, no se veían afectadas
por el hechizo de las piedras, que detuvo el tiempo. Entonces vi cómo una
figura demoníaca, gigantesca, se alzaba de entre los escombros. ¡Era el brujo
satánico, el mismo que me atacó en Puerto Lleras, y que volvía a levantarse
luego de que lo hiriera con la Lulim-gir-ra! Ahora había adquirido plenamente
la forma de un demonio de jerarquía superior. La espantosa figura estaba
emergiendo de la tierra bajo la catedral, causando una destrucción mayor a la
que ya había iniciado minutos antes.
Sabía que no tenía forma de vencerlo,
pero tampoco podía escaparme, pues no podía dejar a los hombres encantados y a
la gente de San José a su merced. El demonio barrió el suelo con sus enormes
garras, mientras batía sus alas negras en el aire del mediodía, abriendo una
brecha entre los escombros de la catedral, de la que salió. La luz del sol caía
sobre él y era como si su presencia devorara la sustancia de la luz, pues a su
alrededor todo se hacía sombrío. Conforme se acercaba al centro del parque, el
demonio levantaba los cuerpos de las personas entre sus garras, estuvieran
vivas o no, pues al parecer estaba decidido a reunir las vidas necesarias para
el sacrificio que quería ejecutar. Mientras tanto yo, presa de los nervios y
del miedo, buscaba dentro de la mochila uno de los frascos de vidrio que tenía
allí, pero mis manos temblaban tanto que los objetos que intentaba agarrar se
resbalaban. El demonio se reía y sus carcajadas inundaban el aire con un
aliento malsano y pestilente. Entonces la enorme entidad demoníaca comenzó a
moverse a una mayor velocidad, alrededor del parque, y mientras lo hacía
lanzaba los cuerpos de los pobladores hacia el sitio donde yo me encontraba. Al
fin encontré el frasco que necesitaba, pero para ese momento el demonio había
terminado de rodear el parque, y ahora estaba sobre mí; lanzó un zarpazo
envuelto en llamas, que me impactó de lleno, lanzándome por el aire; fue tal la
violencia de su fuerza que la mochila se rasgó, y todas las cosas en ella se
perdieron. Lo mismo pasó con el frasco cuyo contenido iba a tirarle, pues salió
disparado de una de mis manos cuando salí despedida hacia uno de los tejados de
las casas contiguas al parque principal. El techo se rompió con el impacto y caí
en medio de la casa. Había caído sobre un enorme mesón y me retorcía sobre éste
de dolor, no podía respirar por el choque y mi espalda parecía haberse roto.
Traté de tranquilizarme y, cuando el dolor disminuyó un poco, rodé sobre la
mesa, dando giros, para tumbarme sobre el suelo. Entonces descubrí a la familia
de esa casa, oculta, congelada en medio de su terror, bajo la mesa. Afuera se
oía la voz espantosa e inhumana del brujo transformado en entidad demoníaca,
que pronunciaba palabras ininteligibles. Me arrastré, sintiendo que uno de mis
hombros se había dislocado, por el suelo, hasta llegar a la puerta. Me levanté
con mucha dificultad y salí. El enorme demonio alzaba los brazos mientras
pronunciaba su infernal letanía; frente a él, como si se tratara del propio fin
del mundo, se abrió un enorme vórtice flamígero, que conforme iba adquiriendo
mayor tamaño se movía en círculos con una aceleración cada vez más rápida.
Viendo esto y sabiendo que mis
hermanas todavía estarían lejos, supuse que era el fin. El encantamiento de las
piedras esmeralda estaba a punto de romperse, justo cuando el horrible vórtice
del sacrificio se abriría. Yo sentía una horrible e impotente ira. Di algunos
pasos, apartándome de la sombra del tejado de la casa. El demonio, percibiendo
mi presencia, me miró. ¡Hechicera! Dijo, la puerta al infierno está casi
abierta ¿deseas entrar por voluntad propia, o me obligarás a ir hasta allí,
para despedazarte y lanzar tus restos al fondo del averno? Yo, a pesar del odio
y la desesperación, solté la risa, pensando en lo estúpidos y ceremoniosos que
eran esos brujos. ¡Yo no voy a ir a ninguna parte! Le contesté, con lo que me
quedaba de aliento. El brujo volvió a concentrar sus fuerzas en el vórtice;
entonces se oyó una miríada de voces diabólicas, que salían de la puerta
infernal abierta, y su sonido era tan estridente como angustiante. Habiendo
terminado la apertura, el demonio se elevó en el aire, y de su cuerpo se
desprendían unas llamas negras y espesas, que eran arrojadas sobre San José
como una lluvia de oscuridad. El enorme demonio, rodeado por aquella aureola de
maldad, era como una estrella oscura que venía a terminar con la humanidad
entera. El vórtice giraba con violencia, lanzando a su vez más de esas llamas negras
alrededor, y yo podía sentir un desgarro en mi interior, como si la puerta
estuviera arrastrándome hacia su interior; y, en efecto, mi cuerpo comenzó a
ser atraído por la fuerza del vórtice, a pesar de que intentaba agarrarme de
cualquier cosa en el suelo. Los cuerpos del resto de las personas eran
arrastrados también, todos en dirección a la puerta. Presa de un pánico
insoportable, creyendo que ya no sería posible resistir más, perdí el
conocimiento y en mi mente sólo hubo oscuridad.
No sé cuánto tiempo pasó. Gabriela,
entre gritos, consiguió despertarme de mi letargo. Cuando abrí los ojos vi a
Lucía, que descargaba una enorme llamarada de fuego vivo contra el demonio, que
se limitaba a absorber dichas llamas, como si se estuviera alimentando de ellas;
sin embargo, el vórtice a su vez también parecía estarse llenando con aquella
energía que Lucía estaba descargando dentro del demonio; luego de un instante
en que el vórtice comenzó a brillar, hasta cegarnos, se oyó una enorme
explosión…
… y cuando pudimos ver de nuevo, el
colosal demonio seguía suspendido en el aire, pero en lugar de estar en San
José, ahora nos encontrábamos en un lugar oscuro, frío y desolado, y el único
resplandor que nos permitía ver emanaba del demonio-brujo. ¡Adriana! Me dijo
Gabriela, y el sonido de su voz era extraño, como ahogado y distante, pero ella
estaba a mi lado. Yo la miré y me di cuenta de que mi hermana, en realidad, ya
no tenía su forma corpórea; en cambio estaba en su forma espiritual, que en ese
momento tenía una apariencia similar a su forma humana, física. ¡Hermana! Le
dije, ¿estamos muertas? Y ella, al verme, supo que aquello era cierto. Entonces
vimos a Lucía que, suspendida sobre el vacío de insondable oscuridad que nos
rodeaba, venía levitando. ¡El vórtice explotó! Decía Lucía, riéndose a
carcajadas. Tras ella, el colosal demonio, absolutamente enfurecido, vociferaba
y maldecía. ¡Malditas niñas! ¡Brujas estúpidas! Nadie puede contener la furia
del infierno, ¡pero ahora ustedes pagarán caro lo que hicieron! Lucía, Gabriela
y yo comenzamos a huir a través de aquel espacio ensombrecido y vacío. ¿En
dónde estamos? Pregunté. ¿En dónde cree? ¡Pues en el infierno! Me dijo Lucía,
que seguía riéndose. ¿Y usted por qué se ríe así? Le preguntó Gabriela. ¿cómo
que por qué? ¿Le parece poco haber detenido semejante sacrificio satánico?
Estos tipos querían vengarse de nosotras, querían causar una tragedia
inimaginable, ¡y no pudieron! En su lugar, sólo se quedaron con nuestros
espíritus. Pero ¿eso quiere decir que nos vamos a quedar en el infierno?
Preguntó Gabriela. Hubo un silencio mortuorio, pero Lucía lo interrumpió. Creo
que sé de una forma en la que podemos volver, pero no recuperaremos nuestros
cuerpos, claro, porque con la explosión del vórtice todas las entidades con una
energía mágica mayor a la de los seres humanos corrientes fue absorbida, el
vórtice se sobrecargó y por eso, en lugar de abrir una puerta para el infierno
en la tierra, se invirtió, descargándonos en el infierno a nosotras, al
brujo-demonio y al resto de los brujos del enjambre, y en el proceso nuestra
forma física murió. ¿Y ahora qué vamos a hacer? Preguntó Gabriela. ¡Adriana!
Dijo Lucía en voz alta, ¡piense en la lámpara que atrapa al demonio! ¿Usted la
dejó escondida en San José, como le dije que hiciera? Sí, hermana, yo la dejé
en el campanario. El espíritu de Lucía comenzó a brillar, y los destellos que
lanzaba eran tan intensos que nos envolvieron a Gabriela y a mí. Entonces logré
visualizar la imagen clara de la lámpara. ¡No deje de pensar en esa berraca
lámpara, Adriana! Ese es el vínculo más fuerte que tenemos con ese plano
espiritual, ¡voy a tratar de que regresemos!
Mientras Lucía repetía la misma
letanía con la que ella y Gabriela habían encerrado al brujo en la lámpara la
primera vez, yo visualizaba su imagen actual, envuelto en el paño rojo. Detrás
de nosotras el demonio-brujo se movía, histérico, jurando que nos acabaría para
siempre. Luego el resplandor de Lucía se intensificó aún más y desaparecimos.
Cuando el brillo cedió, pude ver a mis
hermanas sentadas a mi lado. Miré a nuestro alrededor; estábamos en el
campanario. Afuera no se oía ningún ruido extraño. En medio de nosotras estaba
la lámpara. Al ser una prisión mágica que se había constituido a partir de
nuestra propia energía, la lámpara había actuado como un eje que nos permitió
conectarnos de nuevo con aquella realidad. Pero cuando intenté ponerme de pie,
mi cuerpo atravesó el suelo, y en lugar de caerme, floté en el espacio. Lucía y
Gabriela, aunque tenían su apariencia humana, tampoco eran corpóreas. Salimos
volando de la torre del campanario, esperando ver una escena terrible. Pero, en
su lugar, vimos a San José del Guaviare tal cual como estaba antes del ataque.
Descendimos hacia el interior de la catedral. Allí había un gran número de
personas. Todas preguntaban una sola cosa ¿dónde está el padre? La misa ya
debería haber empezado.
Volamos, luego, hacia el centro del
parque. Entonces vi a mis hombres encantados. Me acerqué a cada uno de ellos y
les susurré en el oído, atrayéndolos hacia la orilla del río y luego nos
movimos hacia allá. ¿Qué va a hacer con esos tipos? Me preguntó Lucía, mientras
levitábamos en dirección a la corriente de agua. Voy a dejarlos libres, le dije
a mi hermana. Los hombres acudieron al lugar al que los llamaba y pude
mostrarme a ellos. ¡Un fantasma! Dijo el más joven, pero luego me reconocieron.
Queridos amigos, ¡gracias por cumplir, con semejante valor, con su palabra!
Pero señora, no hicimos nada, aquí tenemos las piedras. Ustedes no lo
recuerdan, pues es mejor así, pero no sólo honraron la promesa que me hicieron,
sino que me ayudaron a salvar a San José. Comencé a elevarme y los hombres
encantados me llamaban desde la orilla. ¡Ahora son libres, queridos míos! Vayan
y vivan una vida buena, nos volveremos a ver.
Los espíritus de mis hermanas y el mío se elevaron en el aire. No había rastro del enjambre. Sin embargo, ni el demonio-brujo, ni el resto de sus camaradas, habían sido destruidos del todo. Ellos también podrían volver del infierno. Y para cuando eso sucediera, más valía que nosotras hubiésemos encontrado la forma de regresar de la muerte.
PD: Aquí termina la primera temporada
de Las brujas, que no será la única. La segunda temporada iniciará pronto.
Quienes hayan tenido problemas para visualizar los lugares de la trama, los
invito a visitarlos virtualmente mediante el mapa de Google, de esa forma
pueden hacerse con una imagen más clara de lo descrito. Muchas gracias por su
lectura.
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