Las mujeres de La Vega. Por: Eric Barbosa. (La Vega-Cundinamarca)

 


Debo ser honesto, el texto que viene a continuación ya lo había publicado. Fue hace unos tres años, cuando me dio disque por lanzarme al Concejo de La Vega. Para los curiosos, les cuento que esa vez obtuve un total de 69 votos; un número que tiene su sensualidad, aunque no tanta como para permitirme una curul. En todo caso, por aquella época intenté hacer una campaña política a partir de la narración. Renuncié al planteamiento de propuestas taxativas e hice escritos con algún carácter histórico. La idea era fomentar la lectura al tiempo que la identidad. La idea, en últimas, era demostrar que los problemas que hoy tenemos tienen un trasfondo temporal y que, de no reconocer nuestra propia historia, -que no es más que las huellas de lo que hemos andados juntos por generaciones- podemos ser desconsiderados e inconscientes con aquellos pilares que, precisamente, nos han permitido ser lo que somos. Pensando en ello, me atreví a hacer un escrito sobre las mujeres de mi pueblo, pues tengo la sospecha de que son las mujeres colombianas quienes le han dado vida y forma a la nación que tenemos ante nuestros ojos. Espero que al leer lo que sigue, puedan comprender mejor a qué me refiero:

Coloquialmente se dice que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer. De entrada, con esa afirmación salen a la palestra los vestigios de la cultura machista. Pero, si se piensa un poco mejor y se hacen los ajustes de significado pertinentes, la frase tiene mucho sentido, en especial, para el caso de La Vega: detrás de lo que tenemos hoy; detrás de las personas que somos; detrás, impulsando, sosteniendo, generando, pensando y llevando a cabo hubo grandes mujeres que lo hicieron todo posible, aunque a veces el paso del tiempo y los machismos no nos permiten verlo con claridad.  A lo que me estoy refiriendo es que La Vega fue construida por mujeres. Ellas fueron las artificies de la personalidad veguna y marcaron la pauta del desarrollo que vino después; incluso en términos materiales. Si no me creen, piensen en sus ancestros, en las personas que los precedieron. Seguramente encontrarán a aquella abuela, a aquella bisabuela, que fue el centro y el motor de varias generaciones familiares. Un pilar que sigue destellando en los recuerdos de cada uno de nosotros.

Prácticamente lo hicieron solas, los hombres se dedicaban a comerciar de pueblo en pueblo y a trabajar de hacienda en hacienda según los ritmos de las cosechas y las veleidades del clima. Su presencia era más bien ausente. Mientras tanto, ellas se quedaban en La Vega haciendo patria, aunque es más exacto decir “matria”. Eran infranqueables, aguerridas, firmes, trabajadoras y valientes. Así, sacaron adelante a sus decenas de hijos y nietos. Pero también criaron cerdos, vacas, gallinas y hasta les daba para cuidar los hijos de sus comadres. Hicieron guarapo, vendieron comida y café, fabricaron envueltos de maíz, confeccionaron pasteles, tuvieron sus huertas y se idearon el pan resobado a partir de recetas italianas (luego les cuento por qué). Podían sostener varios negocios al tiempo y los realizaban sin equívocos y con plena rectitud. Fueron el más importante factor económico regional y social del siglo XX. El comercio del pueblo y la región pasó por sus manos y lo administraron todo con carácter incorruptible. Eran exitosas. Sus esposos a veces volvían a casa solo para sonsacarles el dinero que habían ahorrado, desconfigurar lo que habían logrado y, quizá, para achacarles un hijo más. Pero eso ni siquiera las dejó pasos cerca de la ruina y pudieron sostener una vida así, siendo ellas el soporte de la familia, la economía y la sociedad.

En mi biografía familiar tengo a grandes mujeres que me precedieron. Entre ellas destacan Isabel Díaz -o mamá Chava, como muchos la conocieron- una fascinante mujer de ojos claros y alma profunda capaz de dirigir cientos de asuntos y darles solución a todos ellos. Hizo de todo un poquito y era especialista en muchas culturas: agricultura, floricultura, porcicultura, etcétera, etcétera y etcétera. Alcira Díaz, mi abuela paterna, que tuvo un gran sentido de la justicia y rectitud. Les enseñó a generaciones enteras a fabricar los populares panes y roscones resobados de La Vega; gracias a ella, muchos encontraron una profesión digna en tiempos donde no todos podían acceder a la educación. Margarita Casasbuenas, -mi bisabuela materna- una mujer independiente y valiente que siempre se valió de sí misma para sobrevivir y nunca necesitó de compasiones ajenas para seguir adelante. Fue una camínate en una época en que los caminos eran peligrosos y a veces conducían a baños de sangre. Luisa Casasbuenas, mi noble abuelita materna que siempre buscó que los niños campesinos pudieran comer bien cuando estuvo encargada del restaurante escolar. Siempre significó amor para sus hijos y nietos. Olga Casasbuenas, mi tía que con gran altruismo y abnegación entregó su vida para que sus hermanos pudieran vivir felices. Su camino la llevó hasta Venezuela y desde allá hizo lo posible para que nada le faltara a su mamá y su abuela. Y eso que no hablo en este escrito de mi madre Rocio Amaya ni de mi hermana Vivian, a quienes siempre he admirado mucho y me hacen tan feliz. 

En todo caso, los vegunos hemos sido lo que hemos sido porque siempre hubo una gran mujer que nos sostuvo y nos abrió los senderos para seguir el camino del porvenir. Por lo anterior, tenemos que poner el debate sobre la mesa y reconocer que las mujeres de La Vega siguen siendo valientes, aguerridas y el eje fundamental para la sociedad. ¡Salud y gracias para todas ellas!

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