Puntadas para una historia brillante. El oficio de los lustrabotas. Por: Eric Barbosa. (La Vega-Cundinamarca)

 


Los emboladores han estado involucrados en varios acontecimientos e hitos históricos de la vida nacional. Se les acusa por ejemplo de haber iniciado el boicot al tranvía en 1910 en Bogotá; tuvieron un papel relevante en la captura y asesinato de Juan Roa Sierra y en el comienzo de la jornada del 9 de abril de 1948 (El Bogotazo); fueron uno de los gremios que mayor apoyo manifestó a Gustavo Rojas Pinilla y a su partido político de los años sesenta, la ANAPO; Jaime Garzón elaboró uno de sus personajes más recordados haciendo de lustrabotas: el famoso Heriberto de la Calle; el embolador Luis Eduardo Chaparro fue elegido concejal de Bogotá en el 2000 y protagonizó algunos escándalos políticos. En fin. Los emboladores no solo han “estado allí” como parte del paisaje, también han sido un grupo activo y participativo de la sociedad. En este artículo me propongo indicar algunas razones del porqué los investigadores sociales deberían centrar su atención en un oficio que existe en la mayoría de las poblaciones y que, de alguna manera, hace parte de la identidad colombiana. La historia social no solo consiste en movimientos de protesta y de oposición a los regímenes. Hay agrupaciones que no se han estudiado, pero que pueden hacernos comprender cómo es que se siente vivir en Colombia día a día con sus precariedades.

La génesis del oficio del lustrabotas tuvo que ver con la formación de los cánones de comportamiento de la república, los cuales se basaron en la defensa de la libertad, la cultura y la diferenciación con los tiempos coloniales, pese a que existieran algunas continuidades. Así, varias de las actividades que demostraban fuertes indicios de servidumbre recayeron en los sectores más marginales de la sociedad. El lustrar los zapatos fue una actividad que del servicio doméstico se trasladó paulatinamente a las plazas y a los grandes corredores de las urbes. Su responsabilidad fue asumida por los niños callejeros del siglo XIX.

Estamos frente a un oficio que se configuró con la desigualdad social. Al tiempo que fue apareciendo “el cachaco” y los ricos como esquemas de comportamiento civilizado, también fueron apareciendo oficios útiles para sostener esa forma de vida. Varias personas se especializaron en nutrir el estatus y la diferenciación social expresadas en las formas de vestir y lucir, pese a que su propia labor ocasionara el aumento de las distancias entre los establecidos y los marginados. En estas condiciones, los lustrabotas comenzaron a identificar los comensales que mayores oportunidades presentaban. Aprendieron a observarlos, a conocerlos, supieron cómo entrarles, qué decirles, cómo tratarles, cómo conservarlos como clientes. Se trató de una clase de entrenamiento en psicología del comportamiento, para saber qué comensales brindaban mayores oportunidades de ganancias.

Gracias a este tipo de práctica emergieron algunas estructuras y patrones de comportamiento. En principio, no existió ningún mecanismo institucional fuerte que permitiera controlar la organización del espacio público; este tuvo que lograrse con la fuerza de los puños y las ofensas. Los limpiabotas de mayor tradición empezaron a ocupar los lugares que mejor rentabilidad entregaban por las características de sus clientes: los cafés, los clubes, los teatros, los ministerios de gobiernos y los demás lugares que frecuentaban las clases altas. Otros, los de menor rango, ocuparon las plazoletas y los corredores de mayor circulación de transeúntes. Los neófitos en el oficio debieron vagar con su cajón en busca de clientes dispersos, y eso incluyó pasearse por distintos pueblos en los alrededores de las grandes ciudades. Los problemas surgían cuando alguno intentaba sobrepasar estas fronteras tácitas. Allí, sin ningún miramiento ni escrúpulo aparecieron las reacciones violentas. Los limpiabotas estaban dispuestos a insultar y agredir a quienes estando en su misma posición marginal intentaban infringir el orden por ellos mismos generado. Curiosa era la dinámica, trato afable para los establecidos y hostilidad con los otros marginados. Por lo general, las mayores agresiones provienen de aquellos que están igual o peor que uno.

Según las características sociológicas del lustrador, las de sus clientes y el lugar donde efectuaron su trabajo, se fueron organizado algunos gremios para proteger sus espacios de trabajo y solicitar algunos beneficios de las administraciones locales. Sin embargo, el mayor estímulo que permitió la consolidación de una consciencia de grupo más amplia y dotada de aspiraciones políticas -antes irrelevantes- provino de Jorge Eliécer Gaitán. Durante la década de los años 1940, Gaitán le estaba hablando al país de incluir en la sociedad a quienes la historia había marginalizado. El caudillo tradujo en discursos y expresiones coherentes aquellas necesidades que estuvieron latentes en la vida de las gentes pero que antes no habían tenido precisión ni reflexión. Los lustradores ligaron sus esperanzas, aspiraciones y deseos de inclusión social a la personalidad del líder populista, pues fue la persona que más le trabajó a la solución concreta de sus problemas.

Esta condición ayuda a explicar la violencia desatada por las personas involucradas en este oficio ante el asesinato del líder de las masas, pues cuando una ilusión se rompe, el sentido de la existencia se turba y la sinrazón abre el paso a los más primitivos instintos. El Bogotazo fue la expresión más cruda de todo lo que ocurre cuando no se le garantiza a la mayoría de la sociedad las posibilidades de una vida digna, el acceso a la educación, a la salud y a la cultura. Justamente aquello que Gaitán proponía solucionar pero que su muerte desató.

No obstante, la experiencia gaitanista dejó una impronta notable en la consciencia de los lustrabotas. Por lo menos contribuyó para que los practicantes del oficio tuvieran mayor conciencia de sí y reconocieran que su situación no era definitiva ni correspondía al orden natural de las cosas. A partir de entonces buscaron generar algunos cambios en sus condiciones y brindaron su apoyo a los líderes y partidos políticos que, en algún sentido, recogieron las propuestas de Gaitán. Principalmente, los lustradores fueron rojaspinillinistas y anapistas comprometidos, incluso porque de Gustavo Rojas Pinillas les entregó una casa para que funcionara la agremiación ampliada y desde allí pudieran sistematizar sus normas de grupo.

Bien sea por el asesinato de Gaitán o por los atavismos que tuvo la ANAPO para llegar al poder, los sofisticados proyectos políticos que pretendían la inclusión social no llegaron a cumplirse efectivamente. De hecho, la fortaleza de la política de masas y la sucesiva expresión violenta de los anhelos incumplidos provocaron la reacción inversa a dichas aspiraciones. Con la conformación del Frente Nacional (1958-1974) y la sucesiva elitización del sistema político del país, las vías de participación social quedaron bloqueadas y las demandas populares resultaron desatendidas. Los resultados a nivel social fueron varios, pero aquí presentamos dos. Por un lado, los sectores que fueron conscientes de sus necesidades de igualdad y justicia organizaron importantes movimientos, que se tomaron las calles para exhibir sus demandas. En los casos más pesimistas, es decir, entre quienes sintieron tener la solución a los problemas, pero, al mismo tiempo, encontraron todos los caminos cerrados, se tomó como única opción posible la vía armada.

Por otro lado, quienes tuvieron poca reflexión sobre sus condiciones sociales, simplemente se dedicaron a solucionar, por su propia cuenta, los problemas que les afectaba recurriendo a cualquier medio disponible, incluso los más ilícitos y criminales. Los lustradores hicieron parte de las dos posibilidades. Hubo personas que, como la lustradora de zapatos, Amparo Amaya, cuyo seudónimo fue Alma de la Calle, comenzaron practicas autodidactas, reconocieron tardíamente las posibilidades de la educación y, además, cultivaron su espíritu en la reflexión sobre sí mismos y su propia situación. Como resultado fueron publicados libros de poesía callejera que narraron la crudeza de la calle y algunas cartas en las que exigieron y propusieron la mejoría de la situación para los lustradores.

Sin embargo, en las sociedades urbanas se tomaron las prácticas y comportamientos ilícitos de los “peores” para definir a todos los practicantes del embellecimiento de zapatos. Efectivamente, muchos de los emboladores, como habitantes de los suburbios, hicieron parte de las redes del crimen. Su posición fue bastante particular, pues la venta de periódicos y la caja para embetunar zapatos les permitió estar en las calles observando y tratando con las gentes. Pudieron hacer de campaneros, espías y alertadores para quienes se dedicaron a lo ilícito. También garantizaron que el tráfico de productos ilegales llegara a sus clientes finales y protagonizaron riñas por el microtráfico de drogas. “Ser embolador era casi igual a ser un ladrón”, decían los propios practicantes del oficio.  Los ciudadanos los identificaron con los malos hábitos y las malas mañas. Ante su presencia, las personas se alertaban y cuidaban con mayor celo sus pertenencias.  

Empero, en la década de los años 1990, Jaime Garzón construyó uno de sus personajes más recordados: el embellecedor de calzado Heriberto de la Calle. Haciendo de lustrabotas, Garzón entrevistó a los personajes más relevantes de la vida nacional. Por su caja pasaron artistas, periodistas, políticos, sacerdotes, guerrilleros, deportistas, intelectuales, entre otros. Con su estilo irreverente, su mirada de inocencia ignara, sus preguntas mordaces y su risa escandalosa, Heriberto de la Calle les planteó a los protagonistas del poder las preocupaciones de la gente y les reclamaba por las injusticias e incoherencia de sus actos. La fortuna de este personaje fue que recogió la historia de las clases marginales y sintetizó la trayectoria de sus reclamos. Combinó las percepciones, preocupaciones y comportamientos populares con las reflexiones de la intelectualidad crítica que, en Colombia, también ocupa una posición en los márgenes del poder y se las presentó sin miramientos a algunos líderes políticos. Garzón capitalizó la posición de los lustradores que une los mundos separados por la desigualdad.

Hasta cierto punto, Heriberto de la Calle dignificó el oficio del lustrabotas y con este “lo popular” en su conjunto. Con su intervención, la reflexión y sucesiva indignación sobre las condiciones de los de abajo se hicieron más coherente. Quizá, el impacto del asesinato de Jaime Garzón ocurrido en 1999 estuvo detrás de la elección, en el año 2000, del concejal lustrabotas Luis Eduardo Chaparro Díaz, en el que operó un acto de simbólico rechazo a la violencia del poder establecido. Aunque la gestión de Lucho (como se le decía al concejal) fue bastante escandalosa, entorpecida y criticada, su elección por lo menos representó el desagrado que producían los líderes de país y la barbarie que estaban ocasionando; peor que la de la calle.

Hoy por hoy, los embellecedores de calzado siguen haciendo su labor en los centros de las ciudades o en plazoletas aledañas. Ya no andan descalzos ni harapientos, en general usan pulcro calzado y visten de overol. Ya no están sucios por el barro, sino grises por el smog de la contaminación. Y sus cajas ya no están hechas de retazos, sino que llevan atentos motivos de decoración. Han dejado de vender prensa, la que era el complemento moderno de su oficio. Ahora están allí, a la espera de que, como dicen los políticos del ahora neoliberalismo descivilizador, el mercado corrija y solucione su situación. Mientras tanto siguen lustrando el calzado de un público generalmente adulto y brillando sus pies para hacerlos sentir un poco más distantes de esta tierra. Me parece que se trata de un grupo a la espera de que alguien escriba su historia, que es al mismo tiempo una historia brillante y los pies del poder. Conocerlo es conocer un poco más de nosotros mismo, que ya ni embetunamos.

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