¡La puta apetecida! Por: César Augusto Ayala Diago. (Profesor titular-Universidad Nacional de Colombia)



Extraña esa Bogotá de todos los días para todos tan diferente. Los que la padecen y los que la disfrutan. Esos pobres que la madrugan sometidos a sus inclemencias climáticas y a la explotación laboral que les espera en el día a día. Esos bogotanos y bogoteños que suben a Monserrate no solo a sus ejercicios sino a contemplar sus luces que nadie más puede ver, y los que se las ingenian para ver los arreboles de sus inéditos atardeceres. Los que se dirigen a colegios y universidades, a bibliotecas y museos, a las ventas ambulantes, a robar, a sus mal pagos trabajos.

Ahí está la Bogotá dispuesta, distendida; escenario para todo, para el bien y para el mal. La Bogotá indiferente para muchos, la ciudad violada y corrompida y volteada patas arriba toda la vida. Una ciudad que se hace y rehace, cientos de carreras décimas, cientos de la Avenida Caracas, los ríos tapados,  vulnerados y estropeados, parques desaparecidos, puentes sepultados. Esa, la misma ciudad, escenario de tantas muertes gloriosas; por los siglos de los siglos, la que carga en sus espaldas la muerte aleve: el asesinato de Uribe Uribe, el de Gaitán y Mamatoco, el de los magistrados del Palacio de justicia, cientos de etcéteras, para qué contar tanta muerte aciaga  que le cargaron a la capital que todo lo soporta. Pocos se van; miles y miles llegan como a tierra dispuesta a la conquista, a la Bogotá refugio que como la mamá grande cobija a todos los hijos de un país que no encuentran espacio, la mamá que padece la ingratitud de los hijastros que como madre no la reconocen. ¡Pobre Bogotá: para qué alcaldes, ella se gobierna solita porque no necesita que la gobiernen! Como madre todos se consideran con derecho a abusarla, los de arriba y los de abajo. Los de arriba por arriba y los de abajo por abajo. Los de arriba con sus planes de progreso urbanístico y los de abajo con la ocupación de espacios públicos que se pensaron para el público, y que ellos se toman en una cadena loca de nunca acabar con el pretexto del derecho al trabajo. Todos a una, como en Fuente ovejuna, la maltratan y devoran, no es la ciudad devorando a la gente sino la gente devorándola a picotazos, acabando con sus humedales; la visten de seda e igual mona se queda. La basura ahí, tan campante como en los años sesenta, variada, diversificada, mayor, pero siempre distinguiéndola; la eterna compañera tan presente como su violencia, ambas bicentenarias. Bogotá la puta apetecida. La Bogotá que se fue, la que desaparecieron y ya nadie puede apreciar, la Bogotá que se cae a pedazos, las casas que se desvanecen y las que demuelen, la Bogotá, esa apetecida puta que urbanizadores y políticos no la dejan en paz!

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