La química del mal. Por: César Augusto Ayala Diago. (Departamento de Historia-Universidad Nacional de Colombia)



En 2008 se estrenó una curiosa y excelente serie estadounidense con el nombre de Breaking Bad, creada y producida por Vince Gilligan. Quince años después vine a verla[1]. Tienen razón quienes la catalogan como un western contemporáneo, pues los acontecimientos transcurren en Nuevo México, en un ambiente desértico. Es en el desierto, a cielo abierto, donde se toman grandes decisiones de vida o muerte. El desierto, la vida desértica, el seco paisaje, es quizás el principal cronotopo de la serie. Aquí, a diferencia del western de Ringo, se deciden las cosas no a punta de bala, sino de diálogos argumentativos que distinguen las inteligencias de los personajes. Los caballos finos ceden su espacio a lujosas camionetas. Walter White, el nuevo Ringo también es inmortal, invencible; tiene como éste su hablar lento y preciso, certero y cauto. Como Ringo, es una figura poco agraciada, mal vestido, más bien un hombre común y corriente, valiente, con un ego impresionante que sabe esconder en fingida timidez. 

Es la inteligencia y no la bala la que hace posible la prolongación de la vida. El viejo western americano vendría a hacer las veces del inconsciente latente sobre el cual actúa el nuevo western. Empero, Ringo era un justiciero, un hombre en franca lid contra el mal, Walter White, el nuevo Ringo es un hombre del mal, un malo entre malos que consigue posicionar el antivalor como el nuevo valor. Es la normalización de la vida torcida como forma de vida para imitar y admirar. Es la otra historia de la sociedad, no la del margen, no la del exterior de lo social, sino la vida tal cual, como está sucediendo en el interior de la sociedad establecida.  En El Camino, un derivado de la serie se da cuenta de la evolución del destino de Jesse no como víctimario sino como víctima de la trama. Es él, el alumno del talentoso químico que le da el toque final a la parodia del reinventado western.

Escenarios generosos, distendidos, acompañados de una vida cómoda que le permite a la gente vérselas con tecnología de punta para cualquier actividad cotidiana: herramientas, automóviles, carga pesada; toda una mezcla de vida desarrollada, todo utensilio para cualquier menester es solo estirar la mano. Nada se ve sacrificado, armas a disposición y gente dispuesta a todo: hombres, mujeres y niños. El capitalismo lo proporciona todo, absolutamente todo. Es expresión de la pulsión de vida en toda su magnitud. Pulsión de vida y pulsión de muerte.

 


La serie (cinco temporadas), está colgada en las condiciones de un sistema capitalista consolidado, en el mejor de los modelos, el más llamativo e imitado; el de grandiosa fama y también el más desalmado. Todos los protagonistas son su mejor producto, todos funcionan de acuerdo con la naturaleza de ese sistema en el cual el dinero lo es todo, absolutamente todo, o por lo menos promete serlo todo. A todos los hace fetichistas, nadie renuncia a él. El capitalismo está en el colmo de su evolución, ha devorado valores y virtudes, lo ha copado todo, nada está libre de él. Solo que ha hecho también que el hombre vuelva a los niveles arcaicos de su naturaleza, es con lo único que cuenta cuando ya el dinero tampoco resuelve los problemas. Reemergen las funciones de la inteligencia, la astucia, la valentía, la estrategia, la sobrevivencia. El guerrero que hay en cada quién brota en defensa de la vida.  

 Se trata de una serie polifónica. Cada personaje es un mundo, un ideólogo. Los productores respetan la autonomía de voces: Walter White (Bryan Cranston), exprofesor de química en un colegio, Jesse Pinkman (Aaron Paul), un joven exalumno suyo, Hank Schrader (Dean Norris), agente de la DEA y cuñado de Walter; Skyler White (Anna Gunn), esposa de Walter, Marie Schrader (Betsy Brandt), esposa de Hank, Walter White Jr. (R.J.Mitte), Saul Godman (Bob Odenkirk), Gus Fring (Giancarlo Espósito) y Mike Banks (Jonathan Banks). Cada personaje merecería un análisis aparte.

 Diagnosticado con cáncer de pulmón, Walter White se dedica a la fabricación de metanfetamina para lo cual se alía con su exalumno Jesse bajo la excusa de pagar su tratamiento y dejar cubierta económicamente a su familia. Profesor y alumno se embarcan en una aventura que implicará el resto de vida para ambos. Es una relación complicada: el padre que Jesse hubiera querido tener, el padre que lo valora y lo protege, el hijo que Walter quisiera haber tenido en vez del lisiado que tiene en su casa. Padre-hijo, amigo-enemigo, socios, compinches, confidentes. Ambos ofreciendo el amor que nunca tuvieron a quienes no lo necesitaban. 

Walter y Jesse se verán envueltos en su nueva vida de narcotraficantes, un narcotráfico propio de Estados Unidos que no compromete el narcotráfico de América latina. Su producción y distribución se da en Estados Unidos, los protagonistas son de allá, de las elites. Gente de clase media alta, cada quien en su papel asignado en la compleja sociedad de clases y razas de ese país. Palabras más, palabras menos, es la puesta en escena de la condición humana en las circunstancias del capitalismo neoliberal. ¿Será distinto el hombre en el transcurso de su trasegar? Va para 300 años el nuevo capitalismo, el moderno.  Poco, en comparación con los anteriores periodos.  El medieval son 12 siglos. Pero en 300 años ¡cuánto avance! Ningún periodo llegó a los extremos de la psicosis como el capitalismo. El homus capitalista tiene como modelo el narcotraficante, el psicótico por excelencia.

Es interesante la serie porque es una apuesta que muestra la inclemencia del narcotráfico en una sociedad desarrollada, con una clase media alta satisfecha, llena de privilegios, y cubierta. El narcotraficante parte de ahí, distinto al nuestro. Entre nosotros se empieza desde abajo, es decir: el narcotráfico como reivindicación social: Pablo Escobar, entre muchos. Es una carrera para no parar, una cadena. Jesse busca su infancia, de ahí su amor a los niños, su solidaridad con ellos, ni siquiera advierte para donde lo llevará la vida. La suya es una falta de amor que no la cubre el dinero; la de Walter también lo es, pero piensa que su cubrimiento depende del dinero. Da la impresión en un principio de que el psicótico es Jesse, pero es más bien Walter quien actúa en esa dirección. En el universo simbólico del narcotráfico re-emerge el sujeto Walter y emerge el sujeto Jesse.

La naturaleza psicótica del capitalismo acaba por impregnar de psicóticos a los principales implicados en el tráfico de metanfetamina. Walter White, el sofisticado químico no tiene límite, es mitómano también, aprovecha lo que el capitalismo desarrollado mismo le proporciona para no parar, para darle curso a un goce que solo su cáncer terminaría. Se trata de una especie de hombre nuevo, el hombre nuevo de los nuevos tiempos, el gran producto de una nueva época. Es más interesante la vívida vida de narcotraficante que la de verse morir en una cama. Gustavo, su gran patrón, es perverso y así muere: en la perversión de su goce. Uno a uno van cayendo de manos de su propia comunidad. Todo el mundo está en su goce, viviendo de acuerdo con la vida que se les va presentando. La gente vive en una sociedad realizada, pero eso no significa nada para nadie. El sistema lo va cobijando todo, todo lo va sometiendo a sus reglas de juego. Ninguna actividad se sale de los marcos del sistema. La vida es pragmática, el dinero está allí disponible para todo menos para la felicidad. La felicidad no existe, no hay vida intelectual, aunque todos los personajes son filósofos e ideólogos a sus maneras.  El sistema capitalista sigue como en sus primeros tiempos reclutando mano de obra barata y asesina. El narcotráfico hace las veces de gran empleador. Y bueno, emergen figuras a granel, la empresa encuentra un recurso humano calificado, el del crimen, a todo el mundo se le enreda la vida, sobrevienen sorpresas tras sorpresas. Me acordaba de Efraím González, un bandido conservador colombiano de los sesenta, que decía que su vida se le había enredado como una pita en el bolsillo.

 Interesante es el uso de la inteligencia. Es como si los hombres nos dividiéramos en una escala de inteligencias. Walter es el más brillante, un hombre de esos genios en el interior de una densa organización: un estratega. Es un hombre desaprovechado. De tipos como él está llena la sociedad. La inteligencia la canaliza hacia lo que encuentra en el camino. Es todo lo contrario a Hank, su cuñado, el policía de la Dea, un inteligente aprovechado. Jesse es lento, audaz, sensiblero, en permanente aprendizaje. Tiene otro tipo de inteligencia, una inteligencia espontánea. Así, la película está pensada en una escala de inteligencias. El macho sería más inteligente pero también más cruel y asesino. La esposa de Walter es una mujer inteligente, no tanto la de Hank. A la mujer se le asignan papeles que los hombres designan. Los marginados, los negros y los hispanos están también en topoi designados. En la medida que crece la crisis familiar de Walter más se aferra su goce diabólico. No tienen más, todos están atrapados en la trampa que la vida les tendió.

Así, el narcotráfico es un aprendizaje no solo para quienes lo ejercen, lo es para toda la sociedad. Incluso decanta la vida y se le parece bastante. Es una escuela de la vida, es fuente de nuevos lazos sociales: densos, trágicos. Es la política de los nuevos tiempos. En cada modelo juega el inconsciente flotante. En el de los propios estadounidenses el inconsciente histórico está allí dominándolos; en el de México y en el colombiano también. Queda la sensación de que el mal puede llevar al bien (las cosas de la religión). La partida de Jesse para la remota Alaska, al mundo de lo incógnito, a afrontar una nueva vida, muestra de alguna manera la normalización del mal, su aceptación como forma de vida ya insuperable, una normalización del crimen cuando no hay espacio que no haya conquistado, ni habrá espacio que no conquiste.  Todo para volver a lo mismo: …entre heces y sangre nacemos.



[1] Le agradezco la incitación a verla de Robert Mateo Hernández Briceño, estudiante de historia, quien me dijo que yo podría sacarle mucho a la serie. ¿Será?

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