Trece mil años atrás. Por: Marco Aurelio Zuluaga Giraldo. (Nocaima.Cundinamarca)
Cuando el hombre había conquistado el frío y se iba apagando la era del hielo, surge, entre otros, el poblamiento de América, al paso de mujeres y hombres que cargaron sus ideas para cosechar nuevos conocimientos en las entrañas de la selva Amazónica. Así inicia la civilización en esta parte del mundo y nuestra mágica y desconocida historia.
Y llegaron a los tepuyes -formaciones rocosas que tienen cientos de millones de años de antigüedad-, “Morada de Dioses”, a pintar su pasado y dibujar su indeterminado futuro. Esta forma de escribir la historia, el arte rupestre, transmite la vida sideral y terrenal de las comunidades que pasan por allí dejando el rastro de su conocimiento, sus emociones y sus ideales, legado artístico de chamanes que aún no comprendemos y nos aleja de sus vidas y su sabiduría.
La Serranía de La Lindosa en San José de Guaviare, suelo rocoso rebosante de agua, donde se encuentran la Orinoquía y la Amazonía, donde el cielo nos mira con tantas estrellas que parece el infinito y sus cavernas conducen a un reino invisible, y donde el yagé libera conciencia y alma hacia la plenitud, es depositaria de grandes trazos de nuestra historia, y desde la puerta de Orión, guardiana de la Capilla Sixtina del Amazonas: Chiribiquete.
Ni la matanza del caucho, ni la depredación de la fauna para exportar sus pieles, ni la marimba que no pegó, ni la coca que hizo de Miraflores la capital mundial de su comercio, que desataron una infame guerra contra su población civil, han logrado doblegar el espíritu cabuco. Hoy, coinciden todos en que el Acuerdo con las FARC cambió sus vidas.
El cabuco, unión espiritual y amorosa del nativo y el colono, pobló el Guaviare con mujeres y hombres de coraje y honradez, superando esa “indiferencia más salvaje que la selva” impuesta desde el centro del país.
Tierra pluricultural, que desde hace miles de años aloja pueblos de paso, y hoy, acoge gente de todos los rincones de Colombia, que llegan siguiendo la costumbre de que “un primo trae a otro primo”. Y así, como la unión de los ríos Guayabero y Ariari dan vida al majestuoso río Guaviare, los cabucos reúnen al país y funden su cultura.
El turismo, la industria verde, el cacao y la ganadería son los ejes de su economía. Jóvenes empresarios, guías profesionales y custodios de su historia, hacen del turismo el sector más próspero y motor del desarrollo guaviarense.
San José, su capital amable y bien dotada. Matronas campesinas reciben a los visitantes en sus casas con buen sancocho, pescado en brasas y mejor tinto; sus maridos, que dejaron de ser raspachines para convertirse en capitanes de lancha, compadres de delfines y cuenteros en caños y lagunas. Todos unidos dibujan hoy su prodigioso futuro.
Por contera: bellos recuerdos y fuerte abrazo a los treinta compañeros y cómplices de esa espléndida aventura por la “morada de los dioses”. Hay que volver. Hay que ir a la selva pintada.
Fuerte abrazo,
Marco Aurelio
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