El Gato. Octava parte. Por: Nicolás Castro. (Chía-Cundinamarca)

 


El espíritu de mi madre flotaba en el aire, delante de nosotras, y sus ojos chispeaban como si estuvieran hechos de un fuego blanco, casi invisible e inmaterial. A pesar de que su rostro no parecía humano, yo reconocía sus rasgos y sentía la calidez de una alegría que pocas veces había experimentado en mi vida. María, a mi lado, respiraba ruidosamente, pues estaba muy agitada y conmovida, viendo que la posibilidad de curarse del embrujo que le habían hecho tantos años atrás estaba a la mano, a punto de ofrecérsele. Mi madre, o el espectro de mi madre, nos miraba con condescendencia, como si comprendiera el esfuerzo que habíamos hecho para llegar hasta allí. Y el gato, que también parecía entender, se había acomodado a un lado de mi madre, bajo ella, y la contemplaba con sus ojos verdes muy abiertos, como si estuviera fascinado con lo que veía.

Mamá, le dije cuando la emoción me permitió hablar de nuevo, mamá ¿por qué no te había visto antes? Y el espíritu de mi madre descendió, como si pudiera apoyarse sobre el suelo de baldosa; se agachó y puso su rostro delante de mí. ¿Estás segura de que no me habías visto ya? ¡No como ahora, mamá! ¿Por qué no te me apareciste antes de la forma en que lo estás haciendo ahora? Lo hice, hija, mírame bien. Mi mirada estaba atrapada por el vacío espectral de sus ojos flamígeros; lentamente, como si recordara un viejo sueño olvidado, pude reconocer que mi madre había estado cerca de mí toda mi vida, pero yo no era consciente de esto, no lo había notado antes y no lo recordaba con claridad. Tu padre te puso varios hechizos al nacer; uno de ellos pretendía obligarte a olvidarme, a olvidar todo contacto conmigo, a olvidar cualquier cosa que supieras de mí. Yo me puse a llorar, por la conmoción y el sinsabor de descubrir otro de los engaños de mi padre. No llores, Sofi, no llores, pues ahora hemos vuelto a encontrarnos; la mano de mi madre, desde el otro mundo, me tocó en la frente, luego en el pecho y finalmente en el vientre. Entonces haló algo que había tomado de mi interior, que era como una cadena sombría, hecha de humo. ¿Qué es eso? Preguntó María. Este también es un amarre, pero uno muy sutil; es muy difícil de detectar, ni siquiera Sofía, que es una bruja muy talentosa, pudo percibirlo antes, pero yo conozco los trucos de mi exesposo, sé cómo actúa y sé que él deseaba separarnos para siempre.

El espíritu de mi madre tenía la cadena espectral, del amarre, asida por una punta. La agitó en el aire y la lanzó a un lado. Mi madre miró al gato, que reaccionó en seguida; la cadena del amarre se transformó en una enorme serpiente humeante y oscura, y el gato luchó con ella y la despedazó. El espíritu de mi madre desapareció en ese momento. Yo me lancé, dando un doloroso grito, sobre el lugar en el que antes estaba. ¡No, mamá, no te vayas! Grité. María se agachó a mi lado y me envolvió con sus brazos. ¿Qué pasó, Sofía? ¿A dónde se fue tu madre? No sé, no sé qué pasó, no puede ser posible que todo termine aquí, así no más, ¡necesitamos a mi madre para saber la verdad, sobre tu dolor y sobre el mío!

El gato regresó junto a nosotras. Sus ojos se veían feroces, como si tuvieran una brillantez interior que nos asustaba un poco. Entonces yo comencé a reírme y María se quedó viéndome desconcertada. ¿De qué te ríes, Sofía? Me da risa darme cuenta de que mi madre ha entrado en el gato, ¡mírala! Ahora es un mínimo. El gato bufó con rabia, como si mi comentario le hubiese molestado. Entonces dio varios giros sobre sí mismo y comenzó a correr. Nosotras nos levantamos en seguida y corrimos tras él. A nuestro alrededor, moviéndose en la misma dirección que nosotras y el gato, se movieron los espíritus de los muertos del cementerio; incluso ellos querían saber lo que estaba a punto de revelarse.

El gato corrió sobre las lápidas de una gran manzana de tumbas, hasta llegar al fondo del cementerio, junto a uno de sus muros exteriores. Allí se plantó sobre una lápida vieja, sucia y descuidada. Cuando nosotras llegamos corriendo, del interior del gato se desprendió el espíritu de mi madre; pero ahora, a diferencia de su primera aparición, mi madre parecía ser una mujer humana, de carne y hueso, a excepción de sus ojos, que todavía llameaban fantasmagóricamente. Has encontrado un animal magnífico, me dijo mi madre, y gracias a él he podido recuperar una mayor conexión con este plano. Mi padre quería que lo matara, quiso obligarme a abrirlo, estando vivo, para poner en él un entierro que acabara con la vida de sus antiguos dueños. Tu padre es un hombre cruel, despiadado, y casi todo lo que te ha dicho es mentira, excepto lo que tiene que ver con las artes negras, eso, por lo que veo, te lo ha enseñado muy bien. María estaba pegada a mí; ahora temblaba y su respiración seguía siendo pesada. ¿Qué te pasa? Le pregunté. Estoy muy cansada, tengo mucha hambre, me siento débil. Mi madre, al oír a María, le hizo una seña para que se acercara. Tomó el rostro de María entre sus manos; la examinó con cuidado, mirando dentro de sus ojos, como si estuviese contemplando algo en su interior. Entonces mi madre se levantó de repente, como si hubiese entendido algo. ¡Claro! Dijo en voz alta, y se soltó a reír, y su risa era un poco siniestra.

¿Qué pasa, mamá? Le dije, luego de un instante, pues ella no paraba de reírse. ¿Recuerdas que el trabajo maligno que tu padre quería obligarte hacer ya estaba empezado? Sí. Fue él mismo quien lo empezó y hubo alguien que fue capaz de detenerlo. Sí, mi padre me dijo que la familia a la que íbamos a destruir contrató a otra bruja, que nos contrarrestó y evitó que completáramos el entierro. Sí, dijo mi madre, tu padre en este momento se debate entre la vida y la muerte, pues la bruja que consiguió contrarrestar su magia negra es en verdad muy poderosa. ¿Quién es? Le pregunté a mi madre, intuyendo la revelación que iba a hacernos. El gato, que todavía tenía su mirada muy encendida, se lanzó bajo mis manos, para que lo recogiera y lo tuviera entre mis brazos. María miraba al rostro de mi madre fijamente, tensa, absorbida por la expectativa de lo que iba a decirnos. La bruja que contrarrestó a tu padre no es otra que la misma bruja que maldijo a María, ustedes dos están enfrentándose a la misma mujer en todo sentido; ella es una mujer muy sabia y peligrosa, una mujer que conoce secretos más oscuros que los que comprende tu padre, por lo que tendrán que llevarse con sumo cuidado. María y yo nos quedamos en silencio, absolutamente sorprendidas y, al mismo tiempo, sintiendo que nuestro destino se había aclarado; nuestro encuentro no había sido fortuito, no era una casualidad, nosotras debíamos encontrarnos para ayudarnos a vencer el mal cuya identidad ahora estaba más clara.

¿Y qué va a pasar con mi papá? Le pregunté a mi madre, luego de un momento. Tu padre tendrá que afrontar las consecuencias de sus actos, pero si lo que quieres saber es si va a morir pronto, puedo decirte que no; tu padre todavía vivirá mucho tiempo, el tiempo necesario para que pague por sus horribles pecados. Yo comencé a tener una serie de visiones muy intensas. En ese instante pude recordar todas las ocasiones en las que mi madre se me había presentado, desde que era una niña pequeña, enseñándome los secretos de la magia blanca que debía entender para no corromperme del todo. Mi madre me había hablado en sueños y en pesadillas y había estado muy cerca de mí, cuidándome, sin que yo lo supiera. Hija, me dijo de repente, ahora es momento de ponerse manos a la obra. Yo asentí. María se puso de pie, pues por su estado se había arrodillado sobre el suelo. Desde hoy me mantendré cerca de ti y tú podrás verme y hablar conmigo, no te preocupes, pues nuestro vínculo es muy fuerte y cada día lo será más. Yo asentí. María, dijo mi madre, dirigiéndose a mi nueva amiga, el precio que debes pagar para liberarte de la maldición que cayó sobre ti es desprenderte de la mitad de tus bienes materiales. María me miró, sorprendida. ¿Eso es todo? Le dijo a mi madre. Sí, eso es todo. ¡Estaría dispuesta a entregar todo lo que tengo con tal de volver a estar saludable, para saber lo que se siente no cargar con esta tribulación espantosa! No será necesario que entregues todo, le dijo, y eso debes agradecérselo a Sofía. María me miró a mí. Sofía ha hecho un buen trabajo protegiéndote desde que te encontró, pues la verdad es que tú estabas a punto de morir. María abrió los ojos de par en par y las lágrimas le corrieron por las mejillas. Si Sofía no te hubiese encontrado en el terminal, ahora mismo serías un espíritu como yo, y estaríamos teniendo una conversación muy distinta…

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