El Gato. Novena parte. Por: Nicolás Castro. (Chía-Cundinamarca)
María, luego de
oír las reveladoras palabras de mi madre, se agachó, entre sollozos, con las
manos sobre el rostro; tan intenso era su llanto que entre sus dedos asomaban
las lágrimas entintadas por el maquillaje. Al verla quebrarse por la intensidad
del momento y de las palabras que estaba oyendo, dejé al gato sobre el suelo y
me acerqué a ella, acurrucándome a su lado, intentando tranquilizarla, en vano.
Entonces se me ocurrió que, en lugar de prometerle que todo estaría bien, podía
inflamar en su interior el deseo de luchar, para que de esa manera se
repusiera. Comencé a susurrarle al oído que ahora teníamos toda la verdad en
nuestras manos y que, si ella lo deseaba, podríamos dirigirnos directamente
contra aquella mujer, para hacerle pagar por todo lo que nos había hecho, pues habíamos
confirmado que sí se trataba de la misma bruja y, al tener una misma enemiga,
era nuestro derecho cobrarnos juntas el dolor y la zozobra que habíamos
padecido hasta ahora.
Al oír esto mi
madre, que estaba de pie sobre su propia tumba, me reprendió con un sonoro ‘no’.
No, Sofía, no le digas eso a María, tú ya sabes que ustedes no van a tomar
venganza, tú ya sabes cuál podría ser la consecuencia de albergar esa clase de
sentimientos; si sus acciones se contaminan con el odio vivo de quien desea
revancha, entonces este ciclo no se detendrá, sino que continuará destruyendo
vidas inocentes, y ustedes estarían colaborando con la continuidad de una
tragedia que se remonta hasta el principio de los tiempos. No. Lo que ustedes
deben hacer es desentrañar este mal, deshilvanarlo, deshacerlo. La bruja que ha
causado todos esos males lo ha hecho para cumplir con su destino. Y su destino
es un tejido entrelazado con los hilos de muchos destinos anteriores. Infinitas
vidas destrozadas cuyos despojos han quedado a merced del poder de la
oscuridad. Porque todo esto se debe al deseo de una entidad maldita que anhela,
por encima de todas las cosas, pervertir la obra de Dios. Por eso el don para ejercer
y perpetrar la magia negra se hereda, y ustedes tienen ante sí la oportunidad
de romper una de las horribles cadenas de esas artes negras. Si ustedes le
arrancan a la bruja sus dones, para que ya no pueda ejercerlos, entonces una
gran sombra se retirará de este mundo, pues dicha sombra la necesita a ella más
que a nadie; y es verdad que ésta no es la única sombra, y será cierto que
todavía caminarán sobre la tierra los demonios con formas corpóreas, pero, Sofi,
si haces tal y como te digo tal vez, y sólo tal vez, tú y yo podremos alcanzar
el perdón divino, ¿me entiendes? El perdón de Dios, que es casi imposible de
conseguir para dos mujeres como tú y yo, que estamos marcadas por un destino
similar al de la bruja que ahora van a enfrentar.
Cuando mi madre
volvió a quedarse callada comprendí que sus revelaciones iban más lejos de lo
que me imaginé. Yo suponía que iba a enterarme de mis orígenes, que María
comprendería el origen del mal que la atribulaba y que, además, averiguaríamos
si nuestra enemiga era la misma persona o no. Y ahora que todo estaba claro podía
ver que dicha claridad revelaba una verdad mayor. El sueño que tuve en el bus,
llegando a Bogotá, no había sido una casualidad. Todo estaba anudado. Y quien
había tejido el hilo que me había conducido hasta allí era mi madre. Me
levanté, de golpe, y corrí hasta donde estaba mi mamá. Aunque no sabía si
podría tocarla, me abalancé sobre ella, para abrazarla, y mi corazón se llenó
de gozo cuando sentí su piel cálida y su aroma; mi madre me acarició el pelo y
me susurró una nana muy vieja, que yo no recordaba haber oído hacía años, pero
que ella me había cantado entre sueños, todas las noches de mi vida, tratando
de aliviar el dolor de la soledad que me atenazaba desde siempre.
María se levantó
con dificultad. El gato, que había dejado en el suelo cuando María se agachó
para llorar, estaba sentado a su lado. Mi madre contempló al animal por un
momento. Sofía, debes cuidar a este animal, pues es una criatura muy valiosa;
si tu padre quería que lo mataras para hacerlo parte del maleficio, es
precisamente por sus cualidades mágicas. María abrió los ojos de par en par,
sorprendida. Yo sí me había dado cuenta de que ese animal no es normal, dijo, y
hasta tenía la sospecha de que él entiende nuestro lenguaje. Sí, dijo mi madre,
éste es un animal extraordinario, capaz de entender mucho más de lo que
sospechamos y, sobre todo, goza de una percepción intensificada, que puede ver
en lo profundo de los espíritus de los mortales; él es la clave para
identificar a la bruja, cuando llegue el momento será él quien les muestre cuál
es la verdadera identidad de esa mujer. ¿Cómo así? Pregunté yo, ¿acaso tú no
puedes revelarnos ahora mismo la identidad exacta de esa bruja? No, dijo mi
madre entre risas, claro que no. Uno de los talentos de esta bruja es el don de
la ubicuidad. Ella, literalmente, puede manifestarse de cuerpo presente en más
de un lugar a la vez, y lo hace, además, distorsionando sus encarnaciones
alternativas, de manera que puede presentarse con la apariencia de una anciana,
un niño, un hombre adulto o una persona de cualquier sexo y edad; pero lo que
sí puedo revelarles, desde ahora, es que la verdadera identidad de esta bruja
es la de una mujer joven, más joven de lo que se podría sospechar. María y yo
nos miramos, sorprendidas. Hasta ahora había creído que se trataría de una
mujer muy vieja, que por sus muchos años habría reunido el conocimiento para
vencer incluso a un brujo tan poderoso como lo era mi padre. Pero no era así.
Esta bruja era en verdad extraordinaria precisamente porque había nacido con
unos dones superiores.
María se llevó las
manos al estómago. Estaba pálida y la expresión de su rostro la hacía ver
descompuesta. Mi madre señaló hacia las puertas del cementerio, ocultas por las
bóvedas, mausoleos y tumbas en medio de las cuales habíamos caminado. Ve, Sofi,
lleva a tu amiga afuera, vayan y coman, descansen y recuperen fuerzas, esta
misma noche volveré a presentarme ante ustedes en el apartamento de María;
hablaremos sobre su misión de ahora en adelante y la manera como conseguirán
cumplir con dicha encomienda. María sonrió, aliviada, al oír la mención de la
comida. Yo, que no lo había notado, también me regocijé en silencio al saber
que pronto habría de comer; desde que salí de El Guamo no había podido probar
ningún alimento.
Comenzamos a
caminar, en silencio, hacia la salida del cementerio y por el camino ya no
vimos a ninguno de los espíritus de los muertos. Le pregunté a mi madre por qué
los espíritus habían desaparecido. Ellos también querían conocer mi revelación,
pues la obra de esa bruja, y del aquelarre al que ella pertenece, es el origen
del sufrimiento de muchos espíritus que residen aquí. El gato había vuelto a
subirse a mis brazos y se había hecho un ovillo contra mi pecho, para dormirse.
Mi madre, de tanto en tanto, le daba una mirada de reojo y sonreía, complacida,
como si le diera mucho gusto ver al animal. Antes de que llegáramos a las
puertas se detuvo. Yo no puedo salir del cementerio aún, dijo de repente, pero
no se preocupen, pues el gato y yo ahora estamos unidos espiritualmente y, a
través de él, podré manifestarme cuando me necesiten. Yo me sentí abrumada por
la idea de que mi madre volvería a estar lejos de mí y mis ojos se cubrieron de
lágrimas. No te asustes, Sofi, me dijo mi madre, pues no vas a perderme el
rastro ¡yo nunca estuve lejos de ti! Y ahora podrás sentirme cerca siempre,
gracias a este animal precioso, con quien había soñado muchas veces, y a quien
esperaba, pues sabía que habría de llegar contigo a Bogotá, luego de que lo
rescataras de la maldad de tu padre. Está bien, mamá, le dije, seré fuerte y
confiaré en ti, ¡toda mi vida había estado esperándote!
Mi madre, antes de
desvanecerse en el aire, se despidió de nosotras. Yo también estaba
esperándote, Sofía, a pesar de que podía verte, te añoraba, pues el que tú no
pudieras percibirme, ni recordarme, era como una condena ¡era como si yo no
existiera para ti! Pero eso no volverá a pasar. El espíritu de mi madre se
elevó en el aire y se acercó a nosotras. María, por favor, cuida a Sofía,
¡ustedes dos van a obrar una bondad como pocas veces se ha conseguido en este
mundo! Sé que tu fe es firme, y ahora debe serlo mil veces más.
Por último, en el
instante en que su espíritu desaparecía de la realidad, mi madre acarició la
cabeza del gato, que ronroneó entre mis brazos. Entonces vi el rostro de la
persona que yo más amaba deshacerse en partículas diminutas, barridas por el
viento, como si fuera a desaparecer para siempre. Pero a pesar del miedo me
contuve, y me llené con la idea de que mi madre ahora estaba conmigo. Y eso,
por sí solo, me dio fuerzas suficientes para salir del cementerio junto a
María.
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