Arcaísmos Por: Nicolás Castro (Bogotá-Distrito Capital)
En un correo
electrónico enviado sin remitente, despachado a una dirección de Latinmail.com
desde el futuro, un extraño texto decía:
Fue después de la gran obsolescencia. Hacía
siglos que nos sobraban las cosas. La gente mantenía el hábito de usarlas nada
más por costumbre. Y porque era una cuestión de identidad. Los que rechazaban
el rumbo al que nuestra especie se dirigía eran vistos como los más
tradicionales. En el mundo ya no quedaban fronteras, no había guerras, la
desigualdad social era la menor posible y nuestro sistema de justicia
aparentaba ser infalible.
Aun así, muchos rechazaban el estilo de vida de
las generaciones más jóvenes, el mismo que promovía el cogobierno mundial y la
escuela matriz. Vivíamos aprovechándonos de todos los instrumentos que nuestra
sociedad ponía al alcance de nuestras manos. No echábamos de menos ningún
esfuerzo ni ninguna vida más sosegada o enraizada en ninguna parte. Queríamos
aferrarnos al impulso que nos conducía a un futuro en donde seríamos, después
de todo, como los dioses del Arcaico.
El Arcaico es el nombre que recibió el tiempo
anterior al descubrimiento de la fibra de diamante. Ese tiempo estuvo
caracterizado por el hábito de las religiones. La creencia en los dioses se
extinguió poco después del desarrollo de la fibra de diamante, porque dicho
descubrimiento cambió las condiciones de vida de nuestra especie como ninguna
otra cosa. Claro, siempre hubo y siempre habrá gente que no quiera seguir
profundizando en la transhumanización. Pero la realidad es que ese proceso ya
se desencadenó y, lo queramos o no, vamos a continuar ahondando en ello.
Nosotros ya no comemos. Tampoco tenemos sexo.
Nuestros cuerpos se han reducido a la mitad de su tamaño promedio en el Arcaico;
el impulso animal que nos incitaba a matar estaba íntimamente relacionado con
el tamaño de nuestros cuerpos, nos dijo la ciencia hace más de mil años. Nosotros
ya no pensamos en modas o en atuendos, en clases sociales o en aparentar; ya no
hay competencia, ya nadie se afana por ser lo que no es. En lugar de un ropero,
tenemos un set de trajes biodigitales que, al contacto con el cuerpo, producen
una profunda sincronía con su homeostasis total, resolviendo todas sus
necesidades inmediatamente.
Esto nos ha dejado tiempo para crear y
desarrollar nuestra ciencia hacia un exponencial infinito. Estamos
obsesionados, como especie, con la búsqueda de nuevos recursos y con el
desarrollo de nuevas tecnologías. Si los seres humanos del Arcaico nos vieran,
nos adorarían; nos pondrían en pedestales y arrojarían luz sobre nosotros,
pondrían barandas de terciopelo alrededor de la exhibición y formarían
larguísimas filas debajo de las fachadas de sus aparatosos edificios para
pasar, de a uno en uno, a tomarnos una foto.
Nosotros ya no vivimos así. Ya no se rinde
culto a nadie ni a nada. Tampoco tenemos apetitos feroces ni deseos que nos
conduzcan a actuar como en esas novelas
rusas de hace tantos milenios atrás. Nosotros hemos llegado a ser
enteramente racionales; nuestros cuerpos ya no tienen emociones, ya no nos
exaltamos, ni queremos ninguna cosa que no sea enteramente posible desde su
misma concepción.
Un día la llama del fervor y el alboroto se extinguirá.
El cerebro humano, a partir de ahí, crecerá mucho. Y el resto de su cuerpo se
hará más pequeño. Esto es muy importante: no luchen contra ello. Ayunen.
Abandonen sus arcaísmos.
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