La tragedia palestina: una vergüenza para la humanidad. Por: Eric Barbosa. (La Vega-Cundinamarca)

 


Tantas cosas pasan en el mundo ante las cuales cada autor debiera sentar su voz de protesta. En este documento voy a hacer lo propio, y no pienso mesurar o esconder las emociones que respaldan mis posturas. El genocidio que sufre el pueblo palestino a manos de Israel es una cuestión que no admite tibiezas. Y el silencio condena y nos vuelve cómplices

Es bárbaro y sorprendente lo que está haciendo Israel. Uno no se explica cómo puede ocurrir algo así en pleno siglo XXI, ante la mirada impávida de las demás naciones. Con tantas declaraciones sobre los derechos humanos, con tantas luchas ciudadanas por el respeto y la dignidad de la gente, con tantos llamados a favor de la justicia… y que un gobernante bárbaro con tecnología bélica perpetre ese tipo de masacres. Es como si las décadas que han transcurrido para concientizarnos de ser más humanos no hubieran ocurrido. Es como si se nos hubiera olvidado el drama que producen las guerras. Esto es imperdonable.

Eso solo demuestra que la memoria y la conciencia histórica no se transfieren genéticamente. Hay que seguir recordando y estudiando lo acontecido, de allí la importancia de aprender historia desde una perspectiva crítica. Todo indica que lo que sí traen los seres humanos como condición natural es la tendencia hacia los actos impulsivos, las visiones egocéntricas y la búsqueda del propio querer por la fuerza. Por tal motivo, cada generación tiene que aprender todos los logros sociales desde cero: desde cómo agarrar un cubierto hasta cómo realizar las operaciones algebraicas; desde cómo pronunciar las palabras hasta cómo controlar los impulsos más agresivos; desde cómo controlar las necesidades fisiológicas hasta cómo convivir sanamente con los otros seres con los que compartimos la tierra.

Para eso se necesitan instituciones educativas sólidas, del apoyo social conjunto y que la misma sociedad nos familiarice con los aportes humanistas que se han conseguido hasta el momento de nuestro nacimiento. Ello será definitivo para que los sigamos desarrollando y ampliando. Aun así, me parece que la mayor parte de la historia ha sido una puja entre los comportamientos fundamentalistas y excluyentes —regresivos—, y las tendencias hacia la ampliación de la empatía y el respeto —progresismo—. Pero esta segunda tiene mayores chances de avanzar en tanto se cuente con una sociedad y unas instituciones conscientes de sus luchas, de su acumulado histórico y que promuevan la apertura democrática.

No tienen sentido, por ende, las corrientes neoliberales que justifican la reducción y eliminación de las instituciones públicas. Privatizar la educación en vez de fortalecerla, por ejemplo, es un acto anti-civilizatorio, como lo es el hecho de que un líder retardatario llegue al poder y busque denegar los logros de las luchas sociales o intente erradicar las escuelas.

Los Estados no deberían estar dominados por las personas que argumentan la contracción institucional o que solo buscan satisfacer sus intereses sectarios. Eso nos echa para atrás y nos remite nuevamente a la barbarie; a una barbarie más dramática porque se trata de uno líderes brutos esgrimiendo armas de destrucción masiva.

Eso es lo que me parece que está ocurriendo con Israel. Un gobierno inconsciente, que olvidó los propios dramas sociales de su pueblo, y que ahora provoca una matanza mayor que la que ellos mismos experimentaron en otras circunstancias históricas. Así, el sionismo del presidente Netanyahu ha preferido las murallas divisorias, los campos de refugiados (que bombardea) y los cadáveres apilados por montones, a compartir sus escuelas con los niños palestinos, a construir juntos un futuro colectivo y a concederles un trato digno a quienes estaban antes que ellos allí. ¿Se puede acaso ser más miserable?

Es una vergüenza para toda la humanidad cuando mueren inocentes por intereses de secta. Y qué repudio genera un mandato que asesina a los niños en vez de alimentarlos y educarlos.

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