Un Aladino de Persia. Por: Diego Fabián Enriquez Betancourt. (Bogotá-D. C.)
Los placeres de la Persia remota presentan particularidades, y los manjares de los persas constituyen una bonanza racial de Oriente Medio. En contraste con la culturización occidental segregacionista, no se reconocen los atributos de los persas y árabes, creyéndose supremacistas; pisotean a los empobrecidos y humildes que viven en las intrincadas avenidas. Nos asemejamos al varonil Aladino; todos los huéspedes alojados en hostelerías desvencijadas tienen el hábito de llamarlo así, aunque no saben su verdadero nombre.
Aladino, como de costumbre, madruga y sale del inquilinato hacia su negocio en el zoco del barrio. Trabaja como manufacturero textil. Las exportaciones del Creciente Fértil y Persia han retomado sus sendas de deflación, y las condiciones de los empleados son deplorables. La mayor parte de ellos ha renunciado, pues no ven mucho futuro en los convenios temporales de manufacturas. Los superiores, originarios de Occidente, incumplen las normas de seguridad, los insultan y, además, el pago está por debajo del salario mínimo.
Aladino no puede renunciar, ganándose un salario mísero para vivir y alimentarse, por ahora. Aunque le gustaría hacerlo en algún momento oportuno, teniendo la virtud de vender el antiguo inquilinato que une los estrechos callejones con la avenida, con el deseo de alojarse en un gigantesco penthouse en la ciudad capital y ser un habitante respetado y comedido.
La pillería rebasa las hostelerías a medianoche, y los inmigrantes no pueden estar afuera. Aladino, en una ansiedad extrema, quiere irse del zoco y no ser una estadística de la mortalidad del crimen armado. Los pequeños negocios de manufactura no firman con la ARL (Administradora de Riesgos Laborales) y no se hacen responsables de sus empleados; lo único que les importa es el dinero, no la vida humana.
En un sábado feriado, los empleados solicitan su descanso. Aladino cruza la calle del barrio y ve un letrero colgado en la fonda con la siguiente profecía: “Quien encuentre la lámpara de acero se le concederán dos deseos”. Aladino, seguro de que el anuncio no es una engañifa, solicita su descanso en el trabajo. Aprovecha para visitar la torre Mirad, donde se cree que está la lámpara, cuya conservación es de gran importancia para los propietarios.
Subiendo al mástil de antena, encuentra un repositorio misterioso. Al público no se le permite usar flash ni acercarse a menos de cinco metros. Aladino, sentado en la banca frente a la estatua de la revolución en el parque homónimo, en la esquina norte de la torre Mirad, observa la salida de los visitantes mientras anochece el sábado y el rocío luminoso de la medianoche se ensancha. Aladino, con suerte, logra pasar el monitoreo de registro, pues las cámaras están desactivadas. Descifra los asteriscos, abre el repositorio y encuentra la lámpara de acero. Hay una etiqueta debajo que dice: "Debes frotar la lámpara y luego decir la frase: ‘Sal de ahí, Sultán Abbar’”. El Sultán Abbar es invocado, y debes pedir dos deseos. El primer deseo que Aladino pide es modernizar el barrio, y el segundo, la expulsión de sus superiores occidentales de Persia. El Sultán Abbar le dice a Aladino que sus deseos son concedidos, y luego se retira.
Los inmigrantes miran por las ventanas de las calles, tan desorientados que piensan estar en la ciudad capital. “No, seguimos en el barrio, aunque ahora se ve modernizado y ecológico”, se dicen. Preguntan: “¿Qué ha sucedido?”. Aladino regresa al inquilinato y les cuenta a los huéspedes la magnificencia fulgurante del Sultán Abbar. La lámpara concede dos deseos cada mil años y solo responde al amo de la antigüedad persa.
Persia se ilumina de albiceleste, y los habitantes celebran con cánticos del himno de Persia. El zoco se ha convertido en el lugar de emplazamiento de las altas ofertas de manufactura, confluyendo una especie cosmopolita; todos quieren visitar el zoco. Hemos acabado con la microcriminalidad gracias a la elección del Sultán Abbar, quien cumplió con generosidad nuestros deseos. “La lámpara de las maravillas”, nombre que le da Aladino, será la escultura expuesta en la muralla de la ciudad capital. Aladino pasó de pobre a rico y es el nuevo superior del zoco. Los habitantes se abrazan fraternalmente, todos están agradecidos con Aladino, un servicial de Persia y siervo de los sultanes, quien seguirá otorgando dádivas de salvación.
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