(Cuento). Las Brujas. (Cuarta parte). Por: Nicolás Castro. (Chía-Cundinamarca)
El sueño que tuve fue un fragmento de un mensaje más grande que sólo podría completarse luego de recibir otras visiones. Esta fue nuestra conclusión, luego de charlar sobre ello hasta bien entrada la noche, teniendo a nuestro lado la llama que atrapaba al brujo. Un sueño como ese nunca llega solo. Y en este caso, tratándose de un sueño sobre nuestra historia y vínculo con los tinigua y la selva, estábamos seguras de que debíamos prepararnos para recibir más visiones que completaran un mensaje más amplio.
Esta noche
cualquiera de nosotras podría recibir la siguiente visión, antes de irnos a
dormir tenemos que limpiar la casa, para dejarla resguardada y asegurada, nos
dijo Lucía cuando nos terminamos la sopa. Mañana yo me encargo del almuerzo,
dijo Gabriela, porque estoy cansada de comer lo mismo todos los días, nosotras
no necesitamos magia para variar un poquito nuestras recetas. Una de las niñas
tinigua se paró a su lado. ¿Puedes asarnos un pescado? Hace mucho tiempo que no
comemos lo que más nos gusta. Gabriela se levantó y alzó a la niña en sus
brazos. Claro que sí, esa es una muy buena idea, mañana yo misma les prepararé un
pescado moqueado para el almuerzo. Gabriela se llevó a ambas niñas para el
cuarto donde ellas habían dormido en los últimos días, pues ya casi era hora de
que se durmieran.
Lucía y yo
nos quedamos junto a la llama-prisión. El brujo se ocultaba en lo profundo del
brillo, opacándose para perderse tras la luz de la flama que irradiaba todo el
recinto a tal punto que no necesitamos prender velas ni lámparas adicionales. ¿Qué
vamos a hacer con éste? Le pregunté a mi hermana. No creo que haga falta
apurarnos. Tenerlo aquí encerrado ya es un castigo. Terminar de interrogarlo no
va a ser fácil, me parece que podemos esperar a mañana o pasado para completar
esa labor. Además, vamos a necesitar magia para forzarlo a hablar y creo que
ninguna de las tres se ha repuesto lo suficiente. Sí, eso es verdad, le dije,
sintiendo todavía mis fuerzas mermadas.
Gabriela
salió del cuarto más de una hora después, cuando las niñas se durmieron. Estas
dos chiquillas podrían ser alumnas nuestras, les encantan las historias y la
magia, me tuvieron todo este rato haciéndome pregunta tras pregunta, tienen
mucha curiosidad. Lucía y yo estábamos organizando los ingredientes que
usaríamos para limpiar la casa. Agarré el puñado que usaría Gabriela, ya
mezclado, y lo deposité en una de sus manos. Sí, le dije al entregarle el
polvillo de hojas trituradas, yo también me he dado cuenta de eso, esas niñas
siempre están pendientes de lo que hablamos, valdría la pena fijarnos si no
podemos enseñarles al menos lo básico.
Lucía se
fue al tercer piso, Gabriela al segundo y yo permanecí en el primero. Aunque
era una casa de tres pisos, cada uno de estos pisos no cubría un espacio
demasiado amplio. Por ello, no tardamos demasiado tiempo en espolvorear la
preparación por todos los rincones de la casa, al tiempo que recitábamos las
palabras pertinentes para la ocasión.
El sueño
que yo había tenido fue una clara visión, y lo supimos con tanta certeza no
sólo por su contenido, sino porque mis hermanas pudieron ver una parte de éste
a pesar de estar despiertas. Ahora, siendo de noche, si nos íbamos a dormir las
tres al tiempo, era muy probable que todas tuviéramos el mismo sueño, y
sabríamos quién había sido la que lo recibió, porque esa persona soñaría el
sueño viéndolo como si le estuviera ocurriendo a ella. Las otras dos, que
compartieran la visión, lo harían mirando como testigos adyacentes a las
imágenes.
La selva sin luna ni estrellas atrapaba todos los movimientos. Lo único que rompía su quietud era el ruido. El murmullo de las criaturas que, aunadas, levantaban su vibración, llenándo la sombra viva y calurosa con su reverberación. Entonces se encendieron varios fuegos. Eran antorchas. Bajo la luz se veían los brazos de los hombres que las sostenían. Eran guerreros. La oscuridad de la selva fue cortada por sus poderosas manos. Abrieron caminos; alcanzaron a otros hombres que, a su vez, también portaban sus propias antorchas. Estos guerreros eran todos iguales. Pero unos tenían la pluma roja y los otros la pluma negra. Ambas plumas se elevaron en el aire como llevadas por un torbellino, sobre las antorchas, en una danza mortal. Giraron y lucharon e intentaban derribarse. Y bajo la danza de las plumas los hombres arremetieron y se apuñalaron los unos a los otros. Hubo una gran mortandad; el agua se mezcló con su sangre y los jaguares, furiosos, corrieron tras ellos y los despedazaron. Los hombres que no murieron corrieron de regreso a la sombra profunda y guardaron silencio.
La selva
volvió a estar calmada. Su oscuridad volvió a extenderse. Pero entonces una luz
estridente y amenazadora se encendió. No era la luz de una flama. No era la luz
de las estrellas. No era la luna, ni el lucero, ni una señal divina ardiendo en
el firmamento. Era una obsena luz cegadora, redonda como un plato, ancha como
una montaña, que atravesaba todo con su furioso brillo. La corriente de esta
luz atravesaba la selva como una lanza a un cuerpo. Su destello inclemente
alumbró a todas las tribus; algunas huyeron más adentro, pero otras, sin poder
esquivarla, fueron apresadas por unas manos que no parecían humanas. Eran unas
manos de hierro. Aquellas extremidades mecánicas empezaron a devorarlo todo.
Sus dedos eran cuchillas, sus puños martillos, sus muñecas trituradoras. Las
plantas, los árboles, las yerbas, los hongos, las lianas, las raíces, los
animales del aire, los que trepaban por las ramas, los que nadaban bajo el agua
y los que vivían enterrados en la oscura tierra, y las mujeres y los hombres
tocados con todas las plumas y todas las insignías, todos, toda la vida de la selva,
perecía estremecida y descuartizada por estos brazos inhumanos que se lanzaban
allí donde la luz cegadora decidía penetrar.
somos eternos y mil vidas trasiegan en nosotros comandando nuestros actos presentes sin saberlos- todos somos aprendices de brujo y solo es empezar a saberlo para asumir que somos mas de lo que aparentamos. si descubrimos a que vinimos la cosa se pone de película para nosotros que somos los libretistas, la escena y escenario de tanto misterio. Nuestros ancestros viven dentro de nosotros y debemos despertarlos...
ResponderBorrar¡Así es!
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