(Cuento). Las Brujas. Séptima parte. Por: Nicolás Castro. (Chía-Cundinamarca)

 


Lucía y Gabriela subieron al último piso de la casa a deshacer el encantamiento que la había materializado. Escuchábamos sus voces entrelazadas en un canto que sólo ellas, las niñas y yo podíamos oír. Las moradoras de la casa éramos las únicas que sabíamos que dicha casa era una ilusión; y la manera de deshacer la ilusión era deshaciendo las memorias asociadas a ella que habíamos tejido en las conciencias de los habitantes de Puerto Lleras. El canto de mis hermanas relataba la historia de la casa, desde el momento presente y hacia el pasado. Al cantar la canción del olvido cada imagen, cada palabra y cada nombre eran rememorados una última vez. No sólo los habitantes de Puerto Lleras olvidarían la casa; nosotras, a pesar de que recordaríamos haber invocado una casa allí, también olvidaríamos todos sus detalles. Conforme las voces de mis hermanas se dispersaban por los alrededores, alcanzando a los habitantes de la ciudad que dormían a esa hora, las paredes, los muebles y los marcos de la casa comenzaban a desteñirse. Luego de un rato la edificación completa parecía hecha de cristal. Las niñas se maravillaban palpando los muros cristalinos, levantando las cobijas translucidas o moviendo de su lugar los cuerpos de los muebles que, aunque todavía podían tocarse, eran prácticamente invisibles.

Mientras mis hermanas terminaban de deshacer la ilusión de la casa salí a la calle, pues no había participado del canto precisamente para permanecer vigilante. La noche estaba templada y callada; un viento gentil y liviano arrullaba el sueño de la ciudad y el único movimiento que podía percibirse era el de sus corrientes que, si se aguzaba el oído, revelaban el rumor de los insectos, el aleteo inalcanzable de los murciélagos y la conversación lejana de los monos nocturnos.

Listo, Adriana, dijo Lucía detrás de mí. Al darme vuelta y ver los matorrales ensombrecidos percibí en mi mente la enorme figura ausente; adivinaba el recuerdo desvanecido y sabía que delante de mis ojos hubo una casa, pero no podía recordar ni su color, ni sus formas específicas, sólo me restaba la sensación borrosa e inaprehensible de haber visto algo que ya no podía rememorar. Lucía traía de la mano a Icisa y Gabriela a Nikwaisi. Las cuatro tenían terciadas varias mochilas. Tome, Adriana, lleve esta, me dijo Lucía. Antes de tomar la mochila en mis manos escuché, traído por la brisa, un sonido lejano y raro, un ruido que no era normal y que no tendría por qué oírse a esa hora, en un lugar como Puerto Lleras. Espere, hermana, le contesté a Lucía. Ella pareció molestarse y, con un ademán de fastidio volvió a cargarse con la mochila. Creo que me voy a rezagar un poco, le dije a mi hermana mayor, es mejor que tengamos a alguien cubriéndonos la espalda, ¿se acuerdan de la Laguna del Amor? Veámonos allá al amanecer. Lucía me miraba en silencio, ahora con cara de preocupación. No estoy segura, pero me pareció escuchar algo y creo que es mejor asegurarse de que ese algo no venga detrás de nosotras ¡arranquen, hermana! Las niñas tienen que estar a salvo.

Icisa se acercó a mí cuando Gabriela y Lucía comenzaron a caminar. Me agaché para poder verla, pues la noche estaba muy oscura y en esa sección del camino no había postes ni ninguna luz. Los ojos de la niña, más negros que la misma noche, parecían tener en su interior una diminuta candileja roja. Al mirarla profundamente pude ver que en su interior había una llamarada muy poderosa. Icisa deseaba quedarse a pelear. Tomé las manos de la niña y le hablé. Llegará una noche, luego de muchos amaneceres, en la que te quedarás conmigo y empuñarás el fuego secreto que es la marca de tu espíritu; sé la clase de fuego que vive en ti y por eso te llamas como te llamas ¡corre! Ve con nuestras hermanas, tu aprendizaje ya ha empezado y debes confiar en nuestra guía, ¡corre, Icisa! No estás huyendo de nadie, estás caminando hacia tus maestros, ¡el viejo Tinijaxa tiene muchas cosas que enseñarte! Él nos espera en el día que habrá de venir.

La niña corrió hasta alcanzar a mis hermanas. El ruido que había oído no era, en realidad, un ruido inmaterial o mágico. Se trataba del sonido de unos audífonos que reproducían una música demencial y macabra que alguien estaba oyendo muy cerca de allí. ¿Y quién, sino alguien venido de la ciudad de las montañas, andaría después de medianoche oyendo esa música diabólica en un lugar como Puerto Lleras? Empecé a caminar hacia el parque principal, pues el sonido venía de allá. Podía oírlo gracias a mis sentidos refinados, que había agudizado a voluntad cuando mis hermanas me pidieron vigilar los alrededores mientras ellas deshacían el encantamiento de la casa. Anduve por las cuadras que me separaban del parque con la guardia en alto, observando los tejados y las fachadas de las casas, lista para recibir el ataque de la persona que estaba reproduciendo dichos sonidos. La brisa que había estado soplando se detuvo. El calor se intensificó. El silencio parecía plegarse sobre la sensación abrazadora que me envolvía. Toda mi piel estaba humedecida por mi propio sudor. Pude ver el parque, al final de la última calle, también vacío. Se trata de un enorme rectángulo en medio del casco urbano, con innumerables palmas y algunos árboles selváticos dispersos sobre su superficie. El parque tiene dos canchas con gradas, cubiertas por dos enormes techos. Una de estas estructuras estaba justo sobre el costado del parque por el que entré. Entonces lo vi. Había un hombre sentado en medio de la otra cancha, bajo el otro techo, al otro costado del parque. Tras él estaban la alcaldía y la iglesia. Se trataba de un hombre corpulento, de cabello y barba bastante largos. El hedor de su cuerpo era desagradable, rancio, en especial porque estaba sudando mucho y parecía como si no se hubiera bañado hacía días. La música que reproducía en sus audífonos sonaba a un volumen excesivo. Caminé alrededor de la estructura, sin entrar bajo el techo que la cubría. El hombre no parecía percibir mi presencia. Estaba cubierto con una gabardina negra, gruesa, y llevaba unas botas altas, de cuero, también negras. Me reí en silencio, pensando en que se trataba del típico charlatán al que le gusta fingir que es un brujo. Sin embargo, me resultaba muy raro que estuviera allí, solo, oyendo esa música, ajeno a todo lo demás.

Me quedé un rato más observándolo, pero no hizo el más mínimo movimiento. Consideré la posibilidad de atacarlo de repente, pero ¿para qué? No parecía ser realmente peligroso y no tenía ningún indicio de que estuviera relacionado con el enjambre de los brujos o con los maleantes a los que ayudaban. Decidí que lo mejor era irme de allí cuanto antes. Desanduve mis pasos, hasta alcanzar la calle por la que había entrado al parque. Pero antes de que pudiera abandonar el rectángulo del parque principal oí una explosión. Me volteé y pude ver al tipo que un instante antes estaba sentado en medio de la cancha. De su cabeza salía humo y corría hacia mí como si estuviera poseído por algo. Aquello consiguió asustarme; lancé sobre el suelo, delante de mí, el contenido de un pequeño recipiente de cristal y el suelo, que era tierra, en seguida se empapó hasta convertirse en un lodazal que creció lo suficiente como para atrapar el cuerpo completo del tipo, que cayó dentro del barro chapoteando y dando patadas y puños. Me alejé dos pasos atrás; el cuerpo del tipo continuaba moviéndose de manera convulsa, sin perder el vigor. Yo esperaba que intentara alguna cosa más, pero lo único que hacía era seguirse revolcando con violencia en el lodazal, sin ponerse de pie. Me di vuelta, para alejarme de aquel tipo de una buena vez, pero cuando alcancé la mitad de la cuadra, alejándome del parque, vi al tipo parado en medio de la calle; su ropa estaba limpia y sus audífonos, que al parecer habían estallado un par de minutos antes, reproducían de nuevo aquella música infernal sobre sus oídos. Mientras pensaba cuál sería la mejor forma de vencerlo, oí detrás de mí el ruido de los pasos de un cuerpo corriendo; el tipo se había desdoblado y una de las dos figuras era falsa, sin embargo, no podía saber cuál de las dos era la real. Todo esto lo pensé en un instante, luego del cual avancé a toda velocidad contra el que tenía delante, el que estaba limpio, pues debía actuar rápido. Cuando lo tuve a menos de un metro le lancé un escupitajo en el que había fijado un hechizo mientras corría hacia él. El fluido lo alcanzó de lleno sobre la cara y el tipo no se movió. Al ver cómo no se movía, ni hacía nada, supe que ese no era el brujo real; volví a correr, dejando la copia tras de mí, que luego de un instante estalló en pedazos. Mientras corría miré hacia atrás y vi cómo el brujo pasaba por encima de los restos de la copia, a toda velocidad, persiguiéndome. De nuevo me sentí nerviosa, pues el brujo estaba demostrando ser mucho más hábil de lo que supuse en principio. Yo seguía corriendo y oía sus pasos acelerados a mi espalda, que se iban acercando más y más, a pesar de que corría con todas mis fuerzas. Cuando estaba a punto de alcanzarme, decidí encararlo; el enorme hombre dio un salto, estirándose todo lo que pudo para aplastarme con su peso y por poco lo consiguió, pero logré lanzarme a un lado, esquivándolo. Cuando cayó sobre el pavimento, el sonido fue como el de una roca gigante chocando con el suelo, y sobre el camino pude ver varias grietas abiertas. El tipo se dio vuelta y volvió a abalanzarse sobre mí, decidido a atraparme; antes de que pudiera tocarme pronuncié un encantamiento que hizo que el barro, que todavía empapaba su ropa, fuera absorbido por su cuerpo. Entonces, en lugar de impactarme el volumen del pesado brujo, lo que recibí fue una andanada de barro hediondo. Quedé cubierta de pies a cabeza y aquello estuvo a punto de hacerme vomitar. Sin embargo, no podía darme el lujo de perder un segundo y en seguida reanudé mi marcha, corriendo con todas mis fuerzas hacia el río. Aquel brujo no estaba de ninguna manera derrotado. El encantamiento que había usado, para convertir su cuerpo en un fluido, no duraría mucho y, además, yo estaba bañada en la misma sustancia. Si no conseguía lavarme pronto, era posible que el brujo usara ese mismo barro para atraparme.

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