(Cuento). Las Brujas. Sexta parte. Por: Nicolás Castro. (Chía-Cundinamarca)
Las visiones tienen conciencia propia, son entidades
capaces de adquirir cualquier forma y existen en el mismo plano en el que se
desarrollan los sueños de los seres humanos; en raras circunstancias, sin
embargo, pueden materializarse en otros planos dimensionales. Una vez
comenzamos a enseñarles a las niñas el significado de cada símbolo, de cada
atmósfera y el sentido que tenía que se presentaran ciertos personajes, ciertas
situaciones y las implicaciones de que uno mismo ejecutara ciertas acciones o
tomara ciertos rumbos, ellas, mis hermanas y yo no experimentamos ninguna
clarividencia hasta que esas primeras lecciones estuvieron terminadas.
Gabriela, que se había quedado con las niñas en Puerto Lleras mientras Lucía y
yo engañábamos al brujo y lo inducíamos a hablar, pensó que la mejor forma de
protegerlas era quedándose en casa. Nosotras tardamos en volver hasta la noche
y, cuando llegamos a la casa, Gabriela nos recibió sumamente alegre, pues una
de las niñas había visto a su tribu y había hablado con el mayor de ésta.
Hermanas, Icisa —la mayor de las niñas tinigua, cuyo
nombre significa fuego— vio a Tinijaxa, el mayor tinigua. Gabriela entonces
sentó a la niña en una de sus piernas. Tenía cara de seguir medio dormida.
Cuéntales, Icisa, diles lo que viste. La niña estiró sus brazos, bostezó, nos
miró contenta y, antes de contarnos nada, nos preguntó ¿qué pasó con el brujo
que me miraba? Lucía, que traía al brujo atrapado en la flama de una lámpara,
se la mostró luego de retirarle el velo en el que la traía envuelta. La niña se
sobresaltó y abrió sus ojos muy grandes; luego, asqueada, miró para otro lado.
Ese brujo horrible me mira ahora de una forma más grosera, exclamó. Lucía le
puso el velo de nuevo. Desde ahora mantendremos a este mal hombre encerrado
bajo llave, ya le hemos sacado la verdad y, por ahora, lo mantendremos recluido,
pues más adelante podríamos volver a utilizarlo. Nikwaisi —la niña tinigua
menor, cuyo nombre significa agua—, se había puesto de pie junto a su hermana.
Ambas dijeron estar felices de saber que aquel brujo estaba pagando por sus
fechorías. Icisa volvió a estirarse y desperezarse y comenzó el relato de su
visión.
La visión vino apenas me quedé dormida. Al principio
no estaba segura de si ya me había dormido o no, así que pensé en las
guacamayas de la selva y, al traer este pensamiento, de mis brazos salieron
unas plumas coloridas que me permitieron emprender el vuelo. Sobrevolé la casa
y di volteretas en el aire, feliz de sentirme flotando sobre la corriente del
viento. Luego me dije a mí misma, ‘sí, estoy soñando’, pues yo no conozco
ninguna magia con la que pueda volar cuando estoy despierta. Pero todo en el
sueño se parecía a como es en la realidad, era como una copia idéntica. Con esa
idea se me ocurrió visitar a mi familia, deseé mucho poder estar con ellos y
ese deseo llamó un viento que me llevó sobre la selva, hacia lo profundo de
ella. Anduve un buen rato y vi a la gente mala rondando lejos de mi familia; a
ellos los acompañan otros indios, gente de la tribu muinane, que siempre fueron
enemigos de los míos y que son indios que comen gente. Cuando los vi me dio
mucho miedo, pero el viento soplaba con fuerza y, además, tenía un color
verdoso, yo lo podía ver y sabía que si iba sobre él no me iba a caer. En un
momento vi una luz que dividía al cielo en dos. Era una luz que salía de la
selva y que estaba, además, cerca de una ciudad junto al río grande, el mismo
que pasa por aquí cerca. El viento se volvió remolino, pero a mí me llevaba con
suavidad; bajé por el remolino, batiendo mis alas para no salirme de su cauce.
Conforme me acercaba a la selva fui distinguiendo las copas de los árboles,
luego a los animales y algunas plantas y, al fin, vi a mi gente, a mi tribu;
luego fui capaz de ver hasta a los insectos, cuando estuve cerca de caer sobre
la copa de un árbol. Cuando estuve encima de las ramas y las hojas, el árbol se
inclinó y me llevó hasta el suelo, en donde me dejó bajar. Cuando estuve en el
suelo vi, a mi alrededor, el circulo de luz desde el que se levantaba el
resplandor que había visto cuando iba volando. Alrededor del círculo estaba mi
gente. Corrí a los brazos de mi madre y me quedé con ella un momento. Entonces,
estando todavía en sus brazos, vino Tinijaxa, mi mayor, y me dijo algo que
debía decirles a ustedes, hechiceras. ‘Icisa, diles a nuestras amigas que en
tres noches las esperaremos en la ciudad junto al río grande. Diles que traigan
con ellas al brujo que han atrapado. Diles que se cuiden de no entrar en la
selva, pues las están buscando sin descanso. El enjambre es fuerte, pero no es
invencible. Diles que les agradecemos su ayuda y que pronto responderemos a su
bondad con los agasajos apropiados. Vuela de regreso ¡Icisa!’. Yo supe que
debía irme y me despedí de mi madre, de mi padre y de mis hermanos y primos.
Entonces alcé el vuelo otra vez, aprovechando el viento verde que volvía a
arremolinarse. Y cuando estaba volando encima de la selva me desperté.
Estas niñas tienen madera de clarividentes, dijo
Gabriela. Cuando nos encontremos con Tinijaxa tenemos que recomendarle que las
inicien en la magia sanadora de los tinigua. Gabriela sentó a Nikwaisi en su
otra pierna y las cubrió a ambas con sus brazos. Ustedes dos van a ser unas
hechiceras muy famosas, van a ser capaces de proteger a su tribu tanto como lo
hemos hecho nosotras. Las niñas la abrazaron, a su vez, contentas de oírla.
Luego, las tres nos miraron. Yo volteé a ver a Lucía. Supe que mi hermana
quería relatarles lo sucedido, por lo que me quedé en silencio para que ella
tomara la palabra.
Este pobre viejo tonto, comenzó a decir Lucía, no vio
venir el engaño en el que lo metimos, ¡cayó redondo! Una vez salió de aquí con
Adriana transformada en Icisa, se apuró en llevársela para el río, para que la
supuesta niña lo tirara al agua. La corriente del río era la manera más
efectiva de romper su prisión, ya que él mismo no podía conjurar ninguna fuerza
mágica estando atrapado. Cuando estuvo libre, se transformó en un güio gigante
y, teniendo a Adriana en forma de niña atrapada con su cuerpo, serpenteó hasta
la otra orilla. Estando al otro lado, como era de suponer, intentó abusar de la
aparente niña; en ese momento Adriana se le reveló con su forma real y lo
asustó, evitando que la atacara. Pero el brujo tenía guardada una semilla
oscura y pequeña que le dio fuerzas al comérsela, y corrió por la selva.
Adriana lo siguió transformada en jaguar y, mientras lo hacía, tuvo la astuta
idea de desdoblarse en varias imágenes, como si fueran varios los jaguares que
lo acechaban. Esto aterrorizó mucho al brujo, que pronto estuvo doblegado y en
las fauces de la Adriana fiera. Ella incluso le arrancó una mano, para
convencerlo de que lo que estaba pasando no era ninguna jugarreta boba.
Entonces aparecí yo, disfrazada de muchacho, y al atacar las imágenes de los
jaguares que Adriana había creado le hice creer que yo era un brujo joven que
quería servir a los mismos patrones a los que él servía. Cuando nos dijo que
sus patrones vivían lejos, en la ciudad de la montaña, y que les habían
encargado a él y a su grupo de brujos y matones buscar riquezas para ellos,
además de cautivos y una piedra misteriosa que se esconde selva adentro, yo le
mostré mi verdadera cara. El viejo brujo se supo perdido, se arrodilló
rindiéndose a nosotras y nos rogó volver a encerrarlo. Mientras Adriana y yo
discutíamos qué hacer con él, nos atacaron unas avispas muy grandes que
llegaron en un enjambre enorme que, una vez nos envolvió, no nos permitía casi
ni ver; además, el ruido que hacían era terrible. El brujo comenzó a huir. Las
avispas nos picaban. Pero Adriana se dio cuenta de que, para ser tantas, eran
pocas las picaduras que estábamos recibiendo. Mi hermana se acercó a mí y con
señas me mostró que la mayoría de esas avispas eran ilusiones. Entonces usé la
misma magia con la que había dispersado las imágenes de los jaguares de
Adriana, hasta que sólo quedaron unas diez avispas, las reales. ¡Hermana! Le
grité a Adriana, ya que el ruido no ahogaba más nuestras voces ¡vaya por el
brujo! Adriana corrió tras él y yo invoqué sobre mis manos el toque del fuego,
de tal forma que cada vez que atrapaba una de las avispas, la quemaba.
Lucía detuvo su relato. Me imaginé que quería que
contara mi parte, ya que yo había sido la que había vuelto a atrapar al viejo
brujo. Carraspeé, despejando mi garganta. Yo corrí tras el viejo y luego de una
breve carrera lo alcancé, pues ya no contaba con la fuerza extra que le había
dado la semilla, ya que Lucía le había sacado la semilla del estómago con su
magia purgadora. El viejo se puso de rodillas cuando lo rodeé y volvió a
suplicar por su vida. Si no me matas, bruja, te auguro un destino más venturoso
que el que escogiste, me dijo, y comenzó a describirme todas las maravillas que
me aseguraría si me pasaba a su bando. Por un instante lo dejé hablar, pero no
bajé la guardia y me di cuenta de que a nuestro alrededor había algo grande,
tal vez otro brujo bajo la forma de una serpiente gigante y negra, por lo que
decidí amarrarme el colmillo de jaguar de nuevo y, delante del brujo,
transformarme. El brujo gritaba aterrorizado que no lo matara, pero yo sólo lo
tomé de un hombro con mis fauces y corrí de regreso hacia donde estaba Lucía.
Cuando ella me vio regresando con el brujo aferrado con mis colmillos, en
seguida supo que algo pasaba y corrió junto a mí de vuelta al río. Lucía
levantó una ilusión, que hizo parecer que la selva era devorada por un colosal
incendio. Lo que sea que nos estaba persiguiendo se detuvo y nosotras nos
lanzamos al agua. Cuando estuvimos del otro lado, Lucía se escabulló en una
casa y tomó una lámpara de gasolina. Cuando regresó a la orilla del río yo ya
había dispuesto al brujo dentro de un círculo de sal; entre las dos elevamos la
letanía del encierro en el fuego, y lo aprisionamos dentro de la flama de la
lámpara.
Lucía puso la lámpara envuelta por el velo en el suelo
y se dirigió a las niñas. Lo que ustedes nos han revelado con esa visión es muy
importante, es el mensaje que estábamos esperando hace mucho. Lucía dio un
vistazo a toda la casa. Hermanas, deshagamos la ilusión de la casa y vámonos.
Tenemos que viajar esta misma noche a San José del Guaviaré, para esperar a los
tinigua allá. Los del enjambre no podrán seguir nuestro rastro gracias a que
cruzamos el río, pero si nos quedamos aquí… acabarán por encontrarnos.
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