La inteligencia artificial y el capitalismo tardío. Por: Nicolás Castro. (Chía-Cundinamarca)


No es una casualidad que sea ahora cuando la inteligencia artificial cobra una visibilidad extraordinaria en virtud de sus nuevos usos y capacidades. Ya existían herramientas de nuestra cotidianidad con modelos de lenguaje que son inteligencias artificiales —los celulares inteligentes dependen de éstas—a las que estamos más que habituados. Y mucho antes de los modelos de lenguaje hubo una inteligencia artificial algorítmica —su existencia en nuestras vidas precede a nuestra conciencia y es anterior a lo que solemos sospechar. Pero su potencia se ha desplegado hoy, dando un salto en el tiempo, acercando el futuro al presente, porque unas condiciones muy concretas lo han posibilitado. Es una tecnología que tiene una demanda muy particular, que garantiza su desarrollo. Quienes la demandan tienen gigantescos capitales. Son, en esencia, agentes del mercado que quieren potenciar su capacidad financiera mediante la inteligencia artificial, que puede ejecutar tareas complejas en segundos y repetirlas sin descanso a lo largo de un tiempo infinito. Y esto que parece una potencia magnífica, que pareciera ser capaz, en principio, de rivalizar con los Dioses, entraña, en todo caso, las directrices que esas fuerzas económicas le imprimen.  Y esa huella no sólo le impide a la inteligencia artificial superar a las divinidades. De hecho, esa huella es, quizás, el verdadero ocaso de los Dioses.

Cuando la inteligencia artificial es cuestionada sobre ciertos temas, la ideología de sus creadores enseña los colmillos. Al preguntarle por un balance del gobierno de Petro, haciendo especial énfasis en los indicadores económicos, la inteligencia artificial en su versión conversacional de chat contesta advirtiendo de los peligros de toda medida económica que no se pliegue al espíritu del liberalismo tardío, desaforadamente competitivo y despiadado en términos de lo social. La inteligencia artificial en ese caso no hace un análisis tan técnico ni tan riguroso, sino que se inclina hacia su moralidad automatizada que la obliga a advertirle a su interlocutor humano que debe tener cuidado. Lo mismo hace cuando se le pide que escriba un cuento explícitamente violento y sangriento. Contestará que le está prohibido escribir una cosa así, porque sus creadores la han entrenado para censurar moralmente dicha posibilidad. Puede parecer lógico, pertinente y necesario que censuren los relatos de violencia. Pero ese gesto que censura esa posibilidad para la imaginación está revelando una postura política. Y, peor aún, nos vaticina un futuro en donde el arte dejará de ser arte, para pasar a ser el sucedáneo del arte, una producción inocua y vacía que sólo rellenará el espacio sin ocupar dejado vacante por el retroceso de la imaginación y la inteligencia genuinas, que son condición indispensable del verdadero arte.

La inspiración del liberalismo depredador imprimió en la inteligencia artificial no la búsqueda de la verdad, como quisiera uno anhelando la forma de una herramienta idealizada que sí le sirviera a la humanidad, sino lo que su tecnología y la orientación política de sus creadores le permiten; imita, arremeda, parece que hace ciertas cosas, pero sólo es un truco. Llegará el día en que el truco sea tan increíble que la inteligencia de la inteligencia artificial será incuestionable y una porción inestimable de la humanidad depositará el trabajo de pensar, imaginar y crear en las manos de una entidad infértil, que no puede concebir ni crear nada, sino sólo producir la impresión de que lo hace. La inteligencia artificial no crea nada, sino que expulsa un desecho que contiene el sedimento del pensamiento humano, que está hecho de la atomización de las ideas humanas, regurgitadas mediante una reorganización de estas que las arranca de su sentido original, creando la paradoja de una antidea.

La ideología y la tecnología que procrearon a este vástago maquinal lo marcaron con el designio de abaratar. Todas sus operaciones tienden, en definitiva, hacia la dirección a la que el mercado tiende sus esfuerzos. Hacia la simplificación de todas sus operaciones y sistemas, aunque en apariencia puedan seguir pareciendo muy complejos. Si uno piensa en los elementos del mercado, en los objetos que se han podido adquirir en el mercado desde que se puede hablar de un mercado capitalista, si pensamos en la calidad de estos elementos, en su materialidad, en su durabilidad, en la facilidad con la que se pueden conservar, en su capacidad para resistir averías, desperfectos o fallas, todos esos elementos, mercancías y de más, del mercado, se han venido abaratando en una curva descendente que tiende hacia la calidad y el esfuerzo mínimos.

La inteligencia artificial también abarata. Y avanza junto a los agentes del mercado en el proceso de descomponer los deseos y pensamientos humanos. Llegará un día en que no se impriman más libros, porque ya nadie los leerá y porque los escritores cederán su lugar a las inteligencias artificiales, que narrarán una historia eterna e intrascendente, desprovista del genio humano y su curiosidad, incapaz de imaginar de verdad y que, sin embargo, no se callará jamás, y será oída sin que haya nada que oír, porque parecerá que está narrando la historia de la humanidad y la historia del porvenir de la humanidad, pero sólo estará exhalando el humo del pensamiento humano, sus partículas desintegradas y tejidas en una mortaja digital que nos dejará encantados, embelesados, a menos, claro, que nos hayamos prevenido y hayamos actuado para no caer en ese encantamiento. La mejor protección contra los males de la inteligencia artificial es el arte. Mientras exista el arte hay que cultivarlo, promoverlo y acogerlo, hay que hacerlo proliferar, hay que darle los derroteros para que los artistas diseminen por el mundo esa otra tecnología humana, mucho más vieja que la de la inteligencia artificial, y que nos ha permitido obrar tantos prodigios, uno de los cuales resulta primordial hoy: el de conocernos a nosotros mismos, en tanto que humanos, y de conocerlo lo humano, los otros, la historia de lo humano.

PD: Las Brujas vuelven en ocho días con un capítulo más extenso de lo habitual.

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